Es un horror. La llama vendrá. Mas,
¿quién está mirando? En silla de ruedas por la acera,
se mueve la poesía, ¡qué revolucionaria!
Esta parte es fea,
desmerece y no se parece al amor. El
Amor reclama su presa, sus trenzas o sus labios rojos, ese tipo de interacción
con la miseria. Se juega con un arpón,
¡a lanzarlo! Contra los corazones
y Cupido se esmera, juzga los detalles.
Otro beso ha caído, está sucio de lágrimas por el suelo
para que lo recoja un ángel, para que
lo aspire y lo haga explotar en el espacio.
Ese milagro no cuenta, Jordan. Donde una
ciudadana flotaba por encima del agua, surfeaba como Cristo
(pero en sueños). Tan fácil como
caminar en sueños sobre la realidad,
alargando el salto hasta el récord
mundial, sin abusar del don. Todos en sus vehículos, oh veloces profetas.
Acaso ella esté mirando, Irene con sus
ojos de gacela herida, sus ojos formales
tan indagadores. Ahora la calle
continúa su camino perdido hacia el Arca. Un centro infinito como el parque
desierto,
apenas moteado de industrias químicas,
naturales. Siquiera unos cuantos
hijos del lumpen con sus cazadoras de
cuero, gorras de béisbol y ojos de león. Hasta el neón ha experimentado
un retroceso: ya solo existe en el mítico
underground. Ahora, la oscuridad
carga con el peso de la prueba
constantemente.
Otrosí: Jordan fuma en abierto,
retransmitida a los cuatro vientos en cientos de canales. La acompaña
un ciego a la batería, un artista al
piano. Mil emcees cabalgan en sus harleys,
acuden a la llamada de la tierra
fértil. Sus letras contradicen toda expectativa de rigor, fondean como naves
españolas
de hace tres siglos, llevan oro pero no
es para nadie conocido.
Por el aire viaja un código diamante, y
es mejor alejarse de allí. Hay una señal de humo que no es cierta,
miente como una buena historia. La
música no alcanza a dibujarse en el sendero,
se desdibuja sola. La carpa bulle de
enfermos incurables que cometen sus pecados en diferido para no enfadar a dios;
la chica que camina sobre aceite
hirviendo, esta chica latina, abre la boca con el fiel de las pestañas (harta
luz
fluye de esa manera encantadora),
encala las paredes del hogar, cose los
surcos del vacío con una rosa muerta.
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