Fuera del parque hay
códices, fortunas, castillos en el aire. Depende de si hay alrededores
o no, otras avenidas
desiertas, otras bibliotecas. Es el secreto mejor guardado del tiempo:
fuera del espacio
inhóspito, otro lugar, más espacio adonde
(hu)ir.
La mañana supura tentaciones, Jordan escupe sin rostro, oculta su
belleza y un ojo a la virulé. Antifaces
vienen bien; el sol sumerge su corona en ese dulce baño tibio de la
atmósfera,
rifa tempestades entre la geografía. La luz abdica de su antigüedad,
tan vulgar como una postal de entreguerras;
las chicas acuden al ocio con las manos en los bolsos de prada, la
lengua afuera
pronunciándose en lento castellano:
un poema visual.
Otro poema y basta. El poeta está en la rampa
a punto de bajar de golpe, algo como una lágrima de la naturaleza.
Arden sus palabras en un bosque
lejano, letras sin camisa, sílabas cluecas.
Es en el gesto donde se deposita la fragancia. Se acumula la forma.
Jordan tuvo una carreta
y se fue de caravana. En su momento, escaló un farallón de hierba por atisbar
el nítido
horizonte y su garaje, su caverna; en tal divisadero reconstruyó su
ambición:
hectáreas de pantano, nubes a su servicio, líneas mágicas
sobre el extrarradio. Luego, un bálsamo discreto, un vestido agónico en
su albedo
(zurcido por los ángeles negros de la sexta galería).
Fuera de campo hay: escasamente, un gato balanceándose en mitad del
instante, hecho de celuloide,
materia videográfica, el héroe gatuno de algún cómic, don gato hecho de
alambre, hecho de hambre
y cubos de basura destintados. Un gánster destinado al otoño,
con su propio pensamiento revolucionario, igual que Papa-Lo.
Ahora el artista no se baja del árbol, tiene miedo de la policía
política, que lo acusa. Alguien le lleva fruta y le da de beber, gente
del rap.
Jordan advierte la homilía celeste y profetiza un campo de revólveres (rosas
para tanta cruz). Los pájaros
abusan de la paciencia del sistema, qué infatigables
hurtan el oro del silencio.
Matt Black |
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