Esta es la infancia del lenguaje. Qué despilfarro de cultura la rabieta
del crítico. El porvenir ha llegado con sus naves de plástico
reciclable cien por cien, su plastilina comestible,
píldoras maravillosas que te dejan harto; el mañana es un nuevo
lenguaje
compuesto de muecas indecentes, dará a luz un nuevo lenguaje risueño,
parafraseado y todo, hablado
y todo por los chuchos leales, buenos entendedores.
Conversarán las chicas en un silencio monacal. Harold Bloom, ¡Ozick! se
revolverán en sus doctas
sepulturas, Tolstoi será un crío debilucho (aun venerable) en tal
enciclopedia, Joyce, un chiquillo travieso. El hambre
sustituirá a la inspiración. Y el orbe literario será abducido
por manadas hurañas, reducido a una tertulia mojigata, abandonado a la
suerte de los ventajistas.
Qué poca influencia la de los grandes autores de provincias (casi todos
los europeos)
publicados en familia, ávidos de fama, con esa clase de añoranza
violenta que invalida y trastorna,
ese afán desmesurado y colérico de ser.
Sabréis que una muchacha irá entonces componiendo un poema gradual,
insuperable, mientras piensa en otra cosa.
Y su perfume natural irá trazando la rima de su cuerpo, desmenuzando la
montaña en ciclos vírgenes,
fundiendo el río con la tragedia secuencial de la historia perdida.
Quién leerá a los intocables bardos –héroes monocordes– que no supieron
verse desvalidos y no acertaron
a idearse en condiciones inhóspitas, ni circularon solos por la noche
del alma con un farol amarillo y un cigarro
humeante, ni se alzaron –se dignaron a trepar y retreparse– ni pintaron
la valla de leonado fuego.
Tanto sudor no habrá servido de nada, tanto espacio
distribuido, películas de sombra, tardes esperando un destello aberrante,
una presión ficticia que hiciera
valer el tiempo entresacado a la desolación.
Este lenguaje marca, es un escultor formidable que te muestra el
sagrado corazón a conciencia;
estamos con la letanía y el perro la repite con su instinto, manifiesta
inteligencia emocional
o tal vez pánico. El futuro es un juguete cargado de ridículos
manjares; he ahí
el esperpento de la realidad, su mortadela con aceituna, tan poética.
De todo ello, se hará un escándalo y el monte se tragará los mares,
será
consumido por el tedio; la avenida principal tendrá su arteria, su
músculo corporativo y la pequeña
novicia recitará los participios del pecado en el cáliz de una flor
delicuescente.
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