Ángeles alicaídos por mor de lo que son, por el amor que son, el alcohol
de quemar, la droga del amor
y sus querubines mentales. Jordan menos mal que tiene a Gris que le da
un baño de realidad; ella, que procede de un solar
en llamas, que busca la felicidad sin saberse, de pronto. Antes de
comer, nadie
reza, la oración ha perdido su autoestima, apenas se santiguan los
ancianos medio muertos de hambre en loor de santidad.
Por eso de que dios ha cometido delitos
–así como cualquiera–, ha subrayado algunos pasajes de las escrituras,
o ha debilitado
sus parábolas con un lanzamiento parabólico del verbo.
La instrumentación religiosa deja mucho que desear; todos desean
deshacerse del pesado
colgajo de los sacramentos, la llamada a la oración es un desafío
inútil, un sacrificio erróneo. La gente fuma y se defiende, compra lo
que puede. Jordan
ha comprado varios cacharros un segundo antes de la explosión
inflacionaria (otro universo sacando pecho). Hay que creer
en las estrellas, que son masas profundas e ideales, insólitos destinos
vacacionales como Roma lo fue: ahora el parque es una Roma de más.
Ahora se carece de banda sonora; aunque los ángeles son tan bellos que
te enamoras a la fuerza
de su leitmotiv y su pandemia: muchos llevan pistola y la usan a la
menor provocación,
llevan espráis antirrobo, llevan puñal,
como santurrones. Seres irredentos poseedores de una esbeltez indómita
y procesional. Hechos consumados que aparecen
en cuevas y moquetas, desarrollan avenidas sin nombre,
ordenan la secuencia infinita de acontecimientos que hace girar la
imaginación del mundo.
Todo (sea) por el milagro. Un plato de arroz
dividido en mínimas fracciones de supervivencia; la multiplicación de
la ignorancia
o el triunfo del sentimiento perpetuo. Se ha producido una inundación
de alas que invaden el cielo de colillas mal apagadas,
chispas de un volumen colosal, codiciadas líneas de aprendizaje. Todo
por la prudencia
exacta de un milagro ordinario, sin exagerar.
Ah, (el) Angel Haze ha conversado con dios disfrazada de moderna
colegiala;
entonces se ha solidificado el arte (que había sido) puesto en
entredicho, los versos han probado su propia medicina vital
hasta el efímero retablo de la soledad y sus mecánicas inspiraciones,
su desayuno moral. Y el parque ha alzado en verde su metáfora porque la
hierba ha muerto en brazos de la fe,
igual que un árbol del paraíso, con la misma entereza.
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