Esta
belleza se empaña como un cristal omnipotente; de espaldas a los datos que
fluyen,
genera
una repulsión interesada.
Para el
ángel, el parque es un jardín (aumentado jardín). Luego, es un campo de
diamantes. En la cabina del DJ,
Jordan
escupe palabrotas con cadencia dickensiana (a buen paso, pues),
su
ombligo resplandece en un tris, cerca de la divinidad y el boato
brahmanes;
el color es el color de la piel, el tono apetecible,
es lo
que se desangra, la costra púrpura de las lamentaciones.
Los
datos generan modelos de castración, episodios de dominio. Movimientos
migratorios
como
los de las aves, diáspora y concentración, contención de las habilidades, los
deseos, la magia. Es grata la música,
tan conciliadora,
gana adeptos, se infiltra en el sedimento social, cohabita en los cimientos de
la historia
con todo
un pabellón de genocidas románticos.
Nuestra
espalda es un campo virgen, original y seco; de sus huesos no nacen
apetitos
violentos, ni la vegetación ensombrece su prosapia. Nuestra espalda contiene un
plano de otro mundo
donde
el futuro reclama su peso en la conciencia.
Aquí
está Jordan, divulgando en la escuela del flow, resumiendo el soul como una
dignataria africana. Los niños
agitan
sus poderes, reivindican el filtro de la luz, acuden en fila a la comodidad.
Son piezas del jardín y crecen con el humo,
responden
a coro, cantan sin lágrimas en las mejillas, no rezan. El santoral es un programa
nuevo
cargado en la memoria RAM del sucedáneo celestial; se produce un simulacro
de
ceremonia religiosa en la que son entronizados diversos estilos de padecimiento
y dolor.
Y
florecen las túnicas, las velas aromáticas, los velos inherentes a la divinidad.
En la pila,
borbotea
la sangre, que ya se ha vuelto negra (a juego con los ojos). Las campanas
reducen el sonido del bajo,
acompañan
la jerigonza de las bases, ilustran el materialismo de los congregantes.
El
ángel toma la palabra cuando estalla el silencio. El jardín se complica con un
tono de voz
indiferente,
las alas bordan volteretas elásticas, hacen un frufrú que causa grima y después
se adormecen
entre
explosiones de estética y versos apañados. Su belleza es un plástico en el
vientre del tiempo,
una
rosa en las fauces del león.
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