domingo, 10 de diciembre de 2017

ángel 3.0


Esta belleza se empaña como un cristal omnipotente; de espaldas a los datos que fluyen,
genera una repulsión interesada.

Para el ángel, el parque es un jardín (aumentado jardín). Luego, es un campo de diamantes. En la cabina del DJ,
Jordan escupe palabrotas con cadencia dickensiana (a buen paso, pues),
su ombligo resplandece en un tris, cerca de la divinidad y el boato
brahmanes; el color es el color de la piel, el tono apetecible,
es lo que se desangra, la costra púrpura de las lamentaciones.

Los datos generan modelos de castración, episodios de dominio. Movimientos migratorios
como los de las aves, diáspora y concentración, contención de las habilidades, los deseos, la magia. Es grata la música,
tan conciliadora, gana adeptos, se infiltra en el sedimento social, cohabita en los cimientos de la historia
con todo un pabellón de genocidas románticos.

Nuestra espalda es un campo virgen, original y seco; de sus huesos no nacen
apetitos violentos, ni la vegetación ensombrece su prosapia. Nuestra espalda contiene un plano de otro mundo
donde el futuro reclama su peso en la conciencia.

Aquí está Jordan, divulgando en la escuela del flow, resumiendo el soul como una dignataria africana. Los niños
agitan sus poderes, reivindican el filtro de la luz, acuden en fila a la comodidad. Son piezas del jardín y crecen con el humo,
responden a coro, cantan sin lágrimas en las mejillas, no rezan. El santoral es un programa
nuevo cargado en la memoria RAM del sucedáneo celestial; se produce un simulacro
de ceremonia religiosa en la que son entronizados diversos estilos de padecimiento y dolor.

Y florecen las túnicas, las velas aromáticas, los velos inherentes a la divinidad. En la pila,
borbotea la sangre, que ya se ha vuelto negra (a juego con los ojos). Las campanas reducen el sonido del bajo,
acompañan la jerigonza de las bases, ilustran el materialismo de los congregantes.

El ángel toma la palabra cuando estalla el silencio. El jardín se complica con un tono de voz
indiferente, las alas bordan volteretas elásticas, hacen un frufrú que causa grima y después se adormecen
entre explosiones de estética y versos apañados. Su belleza es un plástico en el vientre del tiempo,
una rosa en las fauces del león.



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