Una muchacha cualquiera, una mujer, un hombre propiedad de las sombras.
Si Jordan hubiese
derramado una lágrima de sangre,
una tras otra; cultivando su huerto pequeño al calor de la matanza,
arbitrando la masacre
con los ojos perdidos. Ella, huesos a flor de piel; en la espalda
dolorida el beso del arcángel, la voluntad
del látigo.
Hay una cabaña, un cráter para escapar del fuego; la recta entre dos
puntos ciegos del océano, el mapa
cuadriculado de la extrema violencia. La guerra soterrada, qué paz
enmudecida
a voz en grito, el reclamo sangriento de la gloria (confirmada la
existencia de un dios criminal). Dios existe para explicarnos,
para explicarse la inocencia
y dar fe del horror.
Se nace en un corral, se vive en una básica perrera (a lo Danilo Kiš, básicamente), se conocen
las órdenes y las obligaciones, se vive en una reserva diseñada por
expertos
cazarrecompensas.
Uno tiene la piel un poco hecha, uno tiene la piel ensangrentada y la
tiene por los siglos de los siglos. Amén.
Uno exhibe una ráfaga de piel en un momento y es para toda la vida. La
sangre
se reproduce y muere. Jordan ahora viste sus harapos, su vestido del
domingo,
baila junto a los viejos
alaridos y la carne quemada, siente un ardor en la boca del estómago, un alma
en su terreno
(fama que labrar). Verdes no son sus ojos,
no son azules. Sus ojos son oscuros y valientes; aunque vaya perdiendo.
El amor está tan lejos como el hogar, tan lejos de casa como la casa
misma y su arbolito y su risa; la risa
retumba en otro mundo porque el foso conduce a la monotonía celeste: es
preciso
descender el universo, escalar un refugio inconfesable, visitar la
nostalgia de unas alas, el deseo
masivo de v o l a r.
Desplaza su esqueleto y nada le conmueve, el sur desplaza su calavera
insomne, el eco de una maldad postrera,
de una atrocidad sin condiciones. Los besos que se compran y se venden
dejan
cicatrices en las fotografías, en los retratos, y también en los sueños.
Pero hoy la victoria recibe en el espejo.
Resiste en la belleza cultivada en la piel invisible de los ángeles. Es
un himno a la herida curada por ensalmo,
un alba contagiosa que no se deja a nadie y mueve los caminos
y borra de un plumazo y a conciencia el rastro clamoroso de la
libertad.
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