Un
butrón en las alcantarillas del infierno. Al otro lado de la pared
el oído
del doctor, su fonendo
aclimatado
a la inclemencia acústica; se hace la luz: la nevera y aquel perro salchicha
del futuro.
The
future es un conglomerado de ignorancias, se presiente o se pretende,
qué más
da. Algunos se pensaron dos veces el robo del siglo y solo consiguieron la
fotocopia de un extracto bancario.
La Luna
que se comió la madrugada, cosas así.
Entre
los estados de la Primavera quién iba a decir que yaciese la calma
perfecta
de la extremaunción, su paralelismo desbocado con la nada, esa magia proterva y
seminal de los suicidas;
como
subirse a la falda de la montaña o subirse las faldas,
desfondarse
–en todo caso–, y caer.
Palabras
digeridas en buena compañía, soluciones para el problema
por
antonomasia, recados y embajadas. Oír a Constance volando hacia Corea del
Norte,
verse
solo como un ratón de laboratorio,
imaginarse
la propaganda nazi.
El
objetivo es cómodo: es para la eternidad. Los ladrones son gente. Punto. Gente
que se arrebuja,
disimula,
reprime o satisface menguadas pasiones, gente dura de oído, gente pendular.
A veces
se permite un comportamiento digresivo, se nos consiente un sonsonete
mórbido,
una fatalidad glacial.
Pisar
la hierba y componer la valla con sus picos y sus valles sombreados de azul.
Esta hierba es azul
(nota
para los intrigantes), se come, pero sienta como un tiro.
Aquí el
futuro sigue estirándose la piel, contaminando. Personas con estudios que toman
decisiones
incorrectas podrían haber inventado un máquina constructora de milagros
congelados,
un mecanismo obrante (para entendernos).
Pero
los profetas son gente de palabra, lo que quiere decir que incumplen sus
pronósticos,
voltean
los resultados de la quiniela térmica, aniquilan el plantel de las
revelaciones. Varios han descendido
por la
escalera que cambia de color; cuando vuelvan, entramos
en materia.
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