Lo
primero será una estrella que brille
sobremanera.
La poesía viene después, detrás, con la cola del vestido en llamas,
sin
aliento. Destiny piensa ahora en su imagen, la mujer que sonríe, el ser que
llama a la puerta
de su
mente. Recuerda que hay una conciencia compartida y estar
viva no
es la meta, simplemente sucede
y
permanece.
Los
ángeles acarician pensamientos desnudos, desafían a su naturaleza. Existe una
línea que atraviesa
noches primordiales
en un microsegundo, salva abismos
incesantes,
pone en contacto espíritus y ondas, partículas y zonas
absolutas
de la creación. (De forma que el rubor de los espejos, su rostro angelical,
¿cómo es posible!).
Cualquier
estrella, en el momento
presente,
fulge sobre una dimensión de hierba (dentro del parque), alza la voz,
arde
como un día de verano e inspira oleadas de inocencia. El nombre de la estrella
es.
Destiny
es el nombre del ángel, su nombre en la poesía.
Las almas
ceden paso a la semilla del arte. Vestigios de luz polar cercan la idea
pura,
pura inteligencia modelada en el vértice del universo, palabras condenadas al
breve silencio de los árboles. Milagros
fruto
de la monotonía, enfermedades místicas y otros parabienes; en el cuadro,
languidece
la experiencia: un zorro de cola roja cruza el lienzo –visto y no visto– en un
parpadeo,
la
cámara capta el dudoso instante, plasma la fuerza, el estilismo y la
degradación. El milagro
es esta
página en blanco, una nevada bajo techo (o su función lunar).
Más
tarde hablaremos del futuro; Destiny sabrá que el poema le habla desde el otro
lado,
que
siempre hay otro lado, otro motivo, otra historia abrazada a la tierra. Y que
la soledad es un comienzo
que no
tiene principio
ni fin.
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