Tan
bella, tan humana; disfruta de la urgencia de sus labios, el peligroso frente
de su boca.
Oh, se
apareció en la montaña (no habló) y las muchachas estudian en sus libros tal
proximidad, el músculo
abierto
de la resurrección.
Paseaba
en éxtasis por las riberas del parque, orgullosa del verbo que ramificaba su
presencia, de la holgada poesía
que se
hacía columna en sus tobillos. Luego, desayunaba un verso viral,
finalizado,
y de su corazón brotaba un corazón con otra sangre, otras manchas de sangre
en el
vestido. Su vestido blanco a la altura del mundo, algo por encima de las
rodillas encantadas,
su pelo
–firme estética del sur–, sus ideas puestas en fila
ante la
inmensidad de la literatura, el hondo abismo de la sabiduría, la difusa
barbarie
del concepto.
Cuando
la iglesia se derrumbaba a regañadientes y sus piedras centenarias horadaban la
sede
fibrosa
del ciprés, eran grano y simiente de una agricultura prosaica y funcional,
arado
escéptico
para conciencias esquivas, su belleza fomentaba el esfuerzo, se lamía el sudor
del antebrazo, el oblicuo calor
que
marchita las sienes, la porosa humedad de la materia.
En su
cubículo de telefonista, la última en la lista de la prestación
social,
el número bastardo y sus líneas de negocio. Oh, un pastel para desayunar,
glaseado y notable,
café
negro como la gloria, dulce como la farsa feliz de los demás. En su historial,
un
padre generalista y una madre (de nada). Al cabo, en un gorrión se agota la máscara
de la naturaleza, un gorrión
es el
culmen de una generación de especies malcriadas, el sumo darwinismo
pinchado
en la pared con escuálida orla y marco oval.
Ella
suponía el fin de la novela. Su narrativa iba a contribuir al exilio
romántico
y la postrera desinfección del culto. Minúscula en el carrusel de la avenida,
algo ordinaria
a
través de la lente gravitacional de los mínimos dioses proletarios; universo
observable desde la copa de un arce encendido,
invisible
para la élite maravillosa, acaso un ídolo para unos pocos miles de personas,
una
sola persona con una sola veta de sombra en el espejo, un solo nombre en el
público censo del amor.
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