Arrasada
la élite –KRIT en una introducción irreprochable–, derrotada la turbia
dialéctica
de las
posibilidades junto con su erudición correspondiente, el poeta organiza sus
heridas; ahora nada
es
imposible, la Utopía ha regresado. Del exilio se regresa por el aire (por el
Arte), siempre de la forma más
patética,
de la forma más incisa, compitiendo con el trazo espiral y súbito de la
golondrina, el insomnio
celeste
del vencejo, la suerte de la alondra.
La
última reseña fue de un funeral –sin cortejo de jazz. La banda
trinaba
su prejuicio racial, su abracadabra, y el milagro se quedaba a las puertas de
la renovación. Un río
simulaba
la conciencia debutante de la historia, el cuento
inconfesable,
casado con nadie. Destiny posaba dentro de la novela corta, decorativa y escénica,
holgazaneándo-se
de cuerpo
entero.
Sonaban
los teléfonos, las pantallas de los ordenadores fulguraban al detalle, la
perfección y el menudeo. En los portales,
en cada
portal pintarrajeado de grafiti febril, un crítico arrellanaba el curso de la
realidad a su conveniencia.
Inventaba
relaciones inhóspitas, hospitales de día, aumentaba un argumento de orden.
Dilapidado el talento, la forma
era
estupenda, era lo que quedaba en el extraño colador del lenguaje, la batea
lógica, después de la recogida y la excavación.
Dentro
de la novela, un capítulo purgado por la crítica en el que una joven esparcía
relámpagos
desde su cintura como en un espacio bíblico-posindustrial, las aguas apartándose
a su paso,
ella descalza
entre espadas, corazas y otredades.
Hasta
la canción parecía inadecuada, anticuada, electrocutada
en la
sillita de las correcciones. El poeta, sin elegancia alguna –solo contra el Arte–,
arrastrado por el mármol del museo,
forrado
de harapos y de-lirios. Sus manos, nunca protagonistas, a la espera de la
comunión y el desenlace. Y Destiny
detrás
del todo, entre bastidores y reductos, apuntando en el idioma de los mascarones
de proa,
el
dulce idioma del agua dulce que se agota, ¡qué hermoso funeral de arena!
De
nuevo: el milagro no tiene que ver con nada milagroso, sino con la aparición de
un Ángel en el cuarto de estar: representar
con
ella La Piedad, dormido entre sus brazos como en pleno vuelo, muerto como en el
aire que se ofusca y se vacía (de amor)
sentir
el sueño del amor entre bloques y pasajes, en el punto de caramelo del Parque,
donde
quiera que fuese la belleza el espacio entre el río y su mirada.