De la mano de quién. De la mano del
Ángel, su carga humana, su piel. Su disfraz,
la máscara del millón de dólares, el
diamante de su cabello negro; una extrapolación sucede de improviso, un
traslado
repentino, pues cambia el decorado y
el asfalto
reconsidera su tamaño de piedra,
oculta su porosa superficie, su mullida dureza. Pisar la hierba
es tentador, resulta un episodio
inconformista. Las alas forcejean su extraña confianza en la longitud del aire,
presionan contra el azul con toda su
redonda enormidad.
De la mano de quién. Destiny ha
bordado un reloj de arena sobre la profesión del cielo. Un reloj de sol
sobre la procesión de las estrellas.
Los árboles tienden a desaparecer bajo la niebla, tienden a reaparecer
a plena luz; la ciudad se adormece
como desalmada a fuerza de opio y chimeneas,
agujeros por los que se filtra un
tiempo por venir: ¡que dolorosa eternidad! Es que el tiempo se está
desanimando,
que no quiere comer.
Dadle un poco de amor para comer. Los
problemas multiplican su distancia, los pisos pierden las llaves,
horrorizan las aceras presas en su
desnivel caótico, su ronda milenaria. Entonces, una carrera
feliz sobre la tierra fresca y concentrada,
una carrera simultáneamente concedida
a la velocidad de las fronteras, de
los ríos, con la envolvente urgencia de las olas.
Montañas: dadle un poco de amor. Es un
teatro donde se oscurecen los sueños; la escena bulle de realidad,
trunca los procedimientos habituales,
sustituye la iluminación por el encanto, el fondo por la fosa, la ropa por el
mundo
que resuena en el vacío de la
representación. Rota la noche, el cuadro elemental de la marea supura esta
fracción
incógnita del universo. Destiny sostiene
una región inobservable –clúster tan prosaico– en el cuenco de sus manos,
su hondura fluorescente. Juega a
comenzar de nuevo, como una niña con zapatos nuevos,
inocula un virus milagroso en el
primer corro del Parque, la voluntad de donde brota el humo de la fe.
Un aullido unánime de serenidad, una
procreación de responsabilidades. La sordidez
da paso al pecado venial, y la broma
pesada es una travesura del destino, ligera como el desaliento; Jordan
silba y el portal se desmorona y el
claustro vuelve a apuntalarse, se reconstruye
a fuerza de consejo y convicción, de
piedad y orgullo. Hay torres como labios, cipreses que asombran,
ruinas decididas por la nieve del
futuro. Hay un precio marcado para cada sombra, pero nadie lo sabe
porque nada tiene valor en el infierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario