relatos, apuntes literarios...

viernes, 16 de noviembre de 2018

de la mano del hambre


De la mano de quién. De la mano del Ángel, su carga humana, su piel. Su disfraz,
la máscara del millón de dólares, el diamante de su cabello negro; una extrapolación sucede de improviso, un traslado
repentino, pues cambia el decorado y el asfalto
reconsidera su tamaño de piedra, oculta su porosa superficie, su mullida dureza. Pisar la hierba
es tentador, resulta un episodio inconformista. Las alas forcejean su extraña confianza en la longitud del aire,
presionan contra el azul con toda su redonda enormidad.

De la mano de quién. Destiny ha bordado un reloj de arena sobre la profesión del cielo. Un reloj de sol
sobre la procesión de las estrellas. Los árboles tienden a desaparecer bajo la niebla, tienden a reaparecer
a plena luz; la ciudad se adormece como desalmada a fuerza de opio y chimeneas,
agujeros por los que se filtra un tiempo por venir: ¡que dolorosa eternidad! Es que el tiempo se está desanimando,
que no quiere comer.

Dadle un poco de amor para comer. Los problemas multiplican su distancia, los pisos pierden las llaves,
horrorizan las aceras presas en su desnivel caótico, su ronda milenaria. Entonces, una carrera
feliz sobre la tierra fresca y concentrada, una carrera simultáneamente concedida
a la velocidad de las fronteras, de los ríos, con la envolvente urgencia de las olas.

Montañas: dadle un poco de amor. Es un teatro donde se oscurecen los sueños; la escena bulle de realidad,
trunca los procedimientos habituales, sustituye la iluminación por el encanto, el fondo por la fosa, la ropa por el mundo
que resuena en el vacío de la representación. Rota la noche, el cuadro elemental de la marea supura esta fracción
incógnita del universo. Destiny sostiene una región inobservable –clúster tan prosaico– en el cuenco de sus manos,
su hondura fluorescente. Juega a comenzar de nuevo, como una niña con zapatos nuevos,
inocula un virus milagroso en el primer corro del Parque, la voluntad de donde brota el humo de la fe.

Un aullido unánime de serenidad, una procreación de responsabilidades. La sordidez
da paso al pecado venial, y la broma pesada es una travesura del destino, ligera como el desaliento; Jordan
silba y el portal se desmorona y el claustro vuelve a apuntalarse, se reconstruye
a fuerza de consejo y convicción, de piedad y orgullo. Hay torres como labios, cipreses que asombran,
ruinas decididas por la nieve del futuro. Hay un precio marcado para cada sombra, pero nadie lo sabe
porque nada tiene valor en el infierno.


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