Inmerso en un penal de soledades, se
desintegra en la retina del hielo;
el Parque es un conglomerado de
raíces, un laberinto condenado a la gravilla de la tarde, un solar con
torreones.
Ahora: Jordan se ha enamorado de una
sombra que se pierde, ondea en las esquinas como una bandera
mecánica, y su amor es tan extraño que
se anuncia en las páginas blancas de la escarcha (y no en Times
Square). Es un amor a pies juntillas,
de los que te adivinan el color de la desgracia.
El Parque acoge un fiel Ángel Guardián
(está en los huesos) tan hermosa que parece hambrienta, tan hermosa como
medio muerta, sus rodillas
extraordinariamente frágiles, hechas a semejanza de la lluvia, sus labios
extraordinariamente.
El Ángel cuenta su milagro por las
noches al calor del fuego y los niños
aplauden azorados, embriagados de una
fina nostalgia que desconocen por completo.
Esta edad de las cosas que se parece
al tiempo en el rojo de la sangre, en los viejos anillos de la tierra. Nombres
propios que deforman la voluntad del
eco, interceden a favor de una corona de plata, llevan
flores en el autobús. Jordan. Destiny.
Encogen si los nombras, se mueren si los nombras, desaparecen
si los olvidas en un bolsillo roto del
pantalón. Han venido para quedarse en la inmensidad,
son inmensos como océanos de
contenido, capaces de enloquecer a un millón de habitantes, de incendiar una
ciudad
del horizonte al cielo que lo
engancha, del origen al verbo.
Jordan ha escrito un libro blanco; tan
en blanco como una mariposa en una nube,
como un ciego mirándose al espejo,
como el mundo al revés. Ah, su poema es delicioso, es un poema de Amor
en clave natural, sin orden ni
silencio, es un niño sin colegio; es: una mañana de abril. Pues nadie ha
recorrido
su deseo ni su cuerpo ha sido
acariciado, su rastro no se encuentra en la memoria,
nadie recuerda el aire pegado a su
espalda furtiva, ni acompaña con palmas el sueño que retumba en su alcoba.
Nadie en la hierba, sino ella. Que ha
mantenido la vista, todo un cerco de otoño en la mirada. Todo un fulgor de
lluvia
en el tintero. La hierba se produce,
es la manufactura del futuro; contemplad los espacios aéreos
fundidos en verde aguamarina, qué
gracia del paisaje.
El humo nada tenía que ver con el sonido
balsámico de la resurrección; una nueva patera musical acercándose a la orilla,
violentando la serenidad del clan, su
farisaico desayuno al aire libre, sus tostadas calientes, la eucaristía
rodada en ocho milímetros de mermelada
de fresa: nada demasiado convincente como para no estar ahí.
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