En medio
del país, en cualquier parte: el proscenio, pulcro entarimado, púlpito para el
R&B; el balcón dorado
desde el
que la voz se aleja, donde el lenguaje cede a la posesión o la necesidad. Hay
un espectáculo
diario
–la hora puede variar; pero la voz se entiende,
resplandece
en medio de cualquier lugar, entre paréntesis, cascotes, barricadas,
entre
penínsulas de amor y bastidores.
Una voz
semejante al amor que se tiene, semejante al desierto que acecha, a la luna que
nace en cada verso;
predicadores
y lobos, otra pareja de ases, y nada de velocidad; imágenes
que se
recrudecen, parten, pasan a la velocidad del destino inexorable, surgen de la
nada y se evaporan. El recinto
está que
arde, se sirven bebidas, se fuma. Y ella
rumbo a
cualquier parte, dejándose la piel.
Trazas
de un poema demasiado sincero, trozos de una voz cobarde,
trizas
de una soledad inmarcesible; de nuevo: anchos pétalos de rosa comunicándose,
arrugados de luz y fantasía,
presencias
clásicas en lo alto del silencio, elevadas como estatuas, acercándose
al
futuro con precaución estilográfica.
Había
tanta literatura que sobraba y era tan potente, tanta algarabía de autores
desangrados,
mortificados, todos pisándose la clase; hacerse el nudo de la corbata en un
salón vacío y aguardar
la
llamada del epígono famoso, consultar al espejo
decisiones
y surcos. Luego, pas[e]ar de largo frente a un edificio distinto, una pared
pintada
de
libertad en tránsito.
Por si
acaso, las hojas de los árboles, las ramas, ese inmundo saco de vida vegetal,
ese contorno
fraudulento
que no respeta el hambre, que no respeta el odio ni las imperfecciones. El
cielo trata de insuflar
un modo
salvaje, cierto estrellato deslavazado e inerme, algo que yace y se conforma,
dulcemente
se tiñe de virtuosa espera;
tomad
nota de su impulso, mañana el mundo será pasto del olvido.
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