Jordan
en guerra con el mundo, guerra que se desarrolla aquí en su pecho,
lírica
escaramuza, espectáculo variable. Estamos en guerra, un conflicto nada ecuánime
entre la sombra
y su
fantasma, entre la luz y la vida, la nada y su ambivalencia fortuita.
Jordan
esgrime su arma de compasión masiva, la baza conmovedora, su indumentaria
gris.
Mira al cielo y se conforma: sin aviones ilegales, sin drones de apariencia homicida
ni muertos en los márgenes
amputados
al verbo. Solo avenidas gigantes, ríos como el Ganges, gúgoles de información
mordaz.
Es una batalla perdida contra el Amor y sus implicaciones
dramáticas,
ese mundo de expresión reticular.
Aplicaciones
aparte, la gente vive su efervescencia
natural,
su naturaleza corpórea; ¿acaso no te rompes un hueso de vez en cuando? (lo que
no significa
que vayas
a romperte el astrágalo, como Albertine); muchos saltan
la valla
y salen indemnes porque su esqueleto es un caso sin resolver.
El mundo
es un lugar apático, esférico como una mandarina; se observa un gran volumen
giratorio,
una mezcla inútil de generaciones y mortajas, de modelos arcaicos y
vertiginosas f(l)echas. Amy B. reside
en su
rodaja temporal verificada, su historia es una ración de porvenir. Ahora
es mejor
concentrarse en la dificultad, aquello que resulta permanente,
doloroso
también, las bellas píldoras azules de los sueños, la restauración de las
oportunidades.
Silban
las balas –metafóricamente. Los hijos de la histeria
caen
como moscas en combate, esto es una playa de Omaha filmada cámara al hombro. Ni
que un discípulo de Haring
hubiera
dibujado un monigote ofensivo en la puerta de palacio. Ni que los manifestantes
hubiesen
rodeado el banco central solo por amor al arte,
o solo
por amor.
Este ♥ se
bate en retirada, es un fuelle solitario, un muelle abandonado. La niebla ha
descendido, un pie
detrás
de otro, sobre la frente herida del espacio; la muerte, aquí, es un
salvoconducto;
Jordan
ha subido al tren con un billete de ida y vuelta a todas partes.
Pero no
piensa volver.
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