Un malentendido
grotesco. Ni profesores
de canto, ni asesores teatrales; la declamación
es un arte molesto,
prohibido en el Parque. Las chicas cantan, no declaman, observan
la melodía de la tierra,
se ponen los cascos,
y pelean.
Guerra por todas partes,
entre la hierba y el Sol, entre las nubes y el tiempo. No parece
tiempo, pero pasa, se
entretiene con el aire, comercia con la luz. Oh, cantan
los pájaros al mediodía,
los insectos arrullan el paisaje nocturno, el lago
permanece intacto como
un tesoro de otro mundo y su voz
acarrea el peligro de la
lluvia, la necesidad de un mañana real.
Cero poesía, cero
espectadores, Zero. Ningún
procedimiento especial,
la noche se concibe, se deletrea en silencio,
la claridad, la
tormenta, el espectáculo del viento, esta naturaleza que arma su jaleo en
perfecta ignorancia,
pura y ajena frente a la
literatura y su potencia.
Ahora que abruman los
milagros Destiny recorre descalza un cauce
seco, pisa la arena de
las dunas, el rostro magullado de la sangre, de la carne, y sus ojos
destellan como astros
minerales, blanden el oro de su encanto, la inhumana
precisión de su infinito
desprecio, todo su Amor.
Habladle al oído de vuestra
poesía,
contaminad la pulcra
esfera que contiene su aliento. Vuestra
palabra es poca, no dura
lo suficiente, apenas mejora el rumor
incisivo de la aguja, el
llanto del estanque, la muda ceremonia de la incomprensión.
Decidle a Emily que la
comida está en la mesa, no importa
quién. Que la cama está
hecha y el fuego retuerce su confianza en la madera y el agua,
que fueron otras manos,
otros labios, otra fuerza, que fue la poesía,
alta como el cielo de
junio, la que seguía, descalza, el tibio funeral de la belleza.
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