El tiempo se ha
derribado solo. La gente come, vive y no es bastante. Esta raza
destructora de planetas.
Esta inteligencia
sedentaria que nos ha de
llevar lejos del mundo. Si este mundo existiera, podríamos buscar
refugio en su realidad
disminuida.
Ah, no hay otro mundo
para nosotros, pero hay un viaje.
El viaje comienza con un
secante de LSD y termina con Hey Jude y su infinito
estribillo. El viaje
empieza en tren y finaliza
una noche de invierno.
La nieve, poderosa, desciende como en paracaídas, difícilmente; al invierno
se le hace la boca agua,
lleva un picahielos de repuesto para acribillar a la primavera.
Como es sabido, los
trenes
estimulan su trayecto
mediante un sistema de vapores y sirenas,
huyen del campo abierto
y sus hectáreas afables, quieren un transiberiano para el desayuno,
arman rutas carniceras,
pero limpias.
Listo: los corazones se
hacen polvo al contacto
con la ley. El amor es
la ley pero nadie tiene su teléfono. Destiny® se ha infiltrado en una clase de
matemáticas,
conoce los misterios de
la física, es la estudiante de Schrödinger, que solo está cuando falta, crea
toroides,
solenoides,
aparatos selectos
capaces de trasladar una ciudad cualquiera a la otra punta del universo.
El amor es capaz de enrarecer
el ambiente
más sobrecargado, es un
decreador intransitivo que anula millones de tarjetas de crédito o las esconde
en las entrañas de un
espacio hiperbólico. Hace falta personalidad para oponerse a tanto imperativo
legal. El tiempo se ha
pasado de la raya,
es un futurama religioso
plagado de flashbacks.
La gente se lo come y no es
bastante,
genera una implosión de aburrimiento
que
acaba en una nave abandonada, un vagón de tercera en tránsito hacia todas las
estrellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario