Llegaba por el aire como
una música enorme;
dividido en el tiempo,
cada segundo conservaba su arañazo, una mancha de luz. Oh, sus manos
avanzaban paralelas al
mundo, sus pies
eran un salto, la danza
secreta del estruendo metropolitano. Autos en formación,
farolas esbeltas como
árboles frutales, escaparates
tensos en sus lunas
crecientes.
El sonido romántico de
la victoria, el verso
suelto, el eco
emocionante de unos pasos ligeros, acompasados,
y el cielo cuesta arriba
y el suelo en tanta cumbre, monte de pastos y venados, caracoles y espuma.
La felicidad no era eso,
era el instante previo al espejismo,
justo antes de la
felicidad, el momento risueño de las lágrimas
fáciles, la arena
disgregada al húmedo contacto de aquella sangre transparente.
Llovía sin criterio y
sin que hiciera falta, la gente era un extraño decorado,
un foulard gigante que
llevaba puesto la ciudad. Y la ciudad era el arte, domesticado y todo, un poco
holgado para el baile,
una instalación rentable, inestable, el vídeo de sí misma en construcción
permanente, un andamio tras
otro en sucesión agónica, puro movimiento
de cámara temblorosa.
Algo entre la locura y el método.
Cuántos ojos atisbaron,
divisaron el enjambre de colores y vida, el vivo
atuendo de la magia. En
cuántas habitaciones se habló de la conciencia y el deseo, en cuántas
se detuvo la tentativa
del sueño, se conspiró contra la noche perfecta.
Llegaba el frío por el
aire, por el arte se arrimaba a los cuerpos
desnudos y avisados. Dunas
de amor distante, exagerado amor, largo como una nube, más ancho
que el latido de Harlem,
como un corazón de azúcar, algodón y carmín. Así chapoteaba el hielo
por el camino hondo
hacia la poesía, y las manos se hacían preguntas
y los labios eran un
solo destino, el fracaso de una civilización, un solo abismo frente al rumor
que precede al golpe
seco de la naturaleza y
rompe el silencio avaro de la humanidad.
Ruud Van Empel, "Analogy #1" (2016) |
No hay comentarios:
Publicar un comentario