Dicen que el río suena,
deja que se derrame. Que
es profundo como un todo al rojo, que imagina
arboledas, síntomas de resfriado,
fuentes tímidas de savia mineral. Que cree en el padre
y lo busca en la tierra.
Es un río en la patria fuera
del Parque, un río en el mapa
de las lamentaciones, en
el plano geométrico del pánico, la panamericana del terror. Y sus películas
X, su gore comercial, el
tráfico de órganos, el horno a medio gas de la mítica industria. Oye, en Cielo
Drive
entraron como bichos una
noche de agosto.
En la cancha, una chica
juega al fútbol, acaricia la bola con estilo,
es su cultura, una
literatura del toque; sucede la fantasmagoría de las ilusiones y ella
reconoce su sombra entre
otras que culminan la escalada. Sin el glauco frescor
de la orillas, los frescos
materiales, el frío especular que adormece la luz; todo ocurre en el patio,
como en el patio del
presidio, como a la hora del recreo, aquella escuela
deprimente toda pintada
de sol.
Dicen que los ángeles se
nos juegan las almas a los dados;
seres apócrifos,
siniestros,
metafísicos. Que si son
jugadores, soldados de fortuna. Sale Destiny® al campo:
ensaya una ruleta, hace
un control de espuela con los ojos del público puestos ahí, en ese movimiento
positivo. Ahora hay un
rectángulo de cielo por el que pasa el ojo de una aguja:
la noche canta el gol
con apatía.
El río va salpicando
gente corriente, gente apuesta
que va echándose a
perder. Quizás pueda oírse cerca de algún lugar, cerca de la primera
base racional de la
Avenida, al lado de otro lado,
y su caudal tal vez sea
un remedo de la oscura paciencia del océano, una frecuencia
innecesaria del delirio,
una ola más.
Dicen que el tiempo
fluye, no es lo mismo; pues las cosas del mundo tienen
nombre: una estrella con
nombre de rompiente, esa luz santamónica del cielo, las tardes imparables de
domingo
y aquellos sábados sin
nada que romper.
Mallory |
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