Dicen que la poesía es
interesante. En medio de la extensión
poética, ese ártico unidimensional
[los que la escriben
los que la leen]
En ese espacio de tamaño
familiar,
tan familiar, la obra se
compadece de sí misma, se compone de sí misma y adquiere un significado
a-po-te-ó-si-co.
Los que la escriben
divagan sobre las pretensiones, los lagos musicales, las aleaciones
léxicas, los evisceramientos
verticales,
zonales, la verticalidad
de los enunciados; cierta incapacidad expresiva
elevada a la categoría
de acto sa(n)grado.
Los que la leen, la
recitan, se apropian de un extremo o de una extremidad
ajena, distinta, que no
les pertenece, gatean como gatitos, patean como patitos, aletean,
se zurran, en fin: haraganean
a granel pero con mucho
estilo, un estilo
acendrado nada pusilánime sino estomacal, pulmonar, grandilocuente, elocuente
de veras, y considerado.
Se tropiezan con un ángel y no saben distinguirlo, y
aletean torpemente
como extraños; si se
topan con hartos paraísos, los desmienten y contradicen, los anulan en serie,
disfrutan de una trágica
disfunción interpretativa.
Destiny® ha planeado
desde la vanguardia
dispuesta a redimir a
cara descubierta a una procesión de inválidos; su magisterio
ha convocado al mal, que
se ha manifestado en forma de policía de tráfico
desprovisto de cultura urbana,
un escéptico.
En la novela alguien que
pregunta a alguien: “¿sabes qué es un pueblo de noche blanca?”
(es el sheriff del
condado). Para eso
están los ángeles, para
entrometerse y pintar la noche de color café. El milagro
siguiente será escribir
un poema interesante,
no estresante, inmaculado
hasta donde pueda serlo la victoria, discreto y con una formidable resonancia,
como un lazo de blues
lanzado contra el profundo centro de la nieve.
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