Nada mojigata, la
Avenida se extiende
dolorosa, llega más allá
de los pasos contados, más allá de las procesiones, de los séquitos,
más alto. Así llega más
alto, se levanta como un rascacielos, cien
pisos construidos a
pulso, sin herramientas
ni oraciones.
Polvo y saudade, gente
ala de cuervo,
expresamente, beautiful
people y todo genial. Es el cabello negro de los trabajadores, en la obra y
fuera
de la obra, en la obra
poética que se eleva hasta el cielo,
todo ventanales y
misericordia, familias y pensamiento
audaz. Claras vidrieras
de pensamiento tan
acariciante (y tan poco
despiadado), tan solidario, una sororidad, una solidaridad
clara como un rayo de
luna, cortada por el patrón de los cometas –astro efímero–,
morada de Ángeles
remotos.
Con el telescopio, se
ve, incluso con prismáticos, se ve,
se ve a simple vista
también, se ve desde muy lejos, se intuye hasta en sueños,
es un prodigio de andar
por casa. Obra de esperanzas
múltiples, es una esperanza
unánime, internacional, un género de esperanza sin fronteras ni radio,
el círculo máximo de la
esperanza humana.
El milagro reside en la
contradicción, dura lo que dura
un milagro, dura un segundo
por segundo, lo que quieras hacerlo durar, es una palabra
tras otra, un discurso maniático,
la primera letra del abecedario
multiplicada por un
millar de idiomas, hojarasca de claves y términos sin fin,
lengua de fuego.
Por la Avenida, la ves
con su vestido
blanco de antes y
después de navidad, su expediente inmaculado, su ligero
vacío bajo el brazo
izquierdo, sus manos expectantes; habla y su voz toma mil calles
afluentes, llega por
todo lo alto y serpentea
por las rampas
escarpadas de la ciudad eterna y los caminos del norte, a tres pies de altura,
como una ráfaga de aire
puro o un bumerán de silencio.
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