A veces es necesario
escribir
solo por dar noticia;
aquí nadie escribe, pero Destiny® sí, produce una novela como si fuera
un beat, su novelística
es tan deportiva, tan poco apocalíptica.
Este papel es caro, este
cristal líquido ha desparecido. La nómina
clásica de Emily no
aumenta; desde que no hay editoriales y el polvo seduce los caminos del
espíritu
o induce un clasicismo
intermitente. Desde que la bohemia
se ha reducido al
monasterio, ha tomado los hábitos y ha superado las adicciones.
La tinta es adictiva,
incluso cuando no se ve; la tinta invisible crepita en las esquinas y las
circunvoluciones
cerebrales, sella y
descubre el sentido de la vida, aporta su argumento
intachable. La tinta
corre por la piel como una lágrima,
como una gota de sangre
corriente. Se ha escrito tanto sobre la sangre que ahora
los ríos parecen
ladrillos triturados y la nieve parece
un banco de coral.
Se dice que los Ángeles
no lloran porque
en sueños ni se ríe ni
se llora (ni tampoco se dice la verdad). Destiny® abre la boca y su llanto es
un reguero de inocencia,
entroniza accidentes
geográficos, rehace edificios derruidos, causa un terremoto
en tierra de nadie,
donde nadie lo ve.
La noche ha percutido
como un meteorito; lanza una breve
historia de la humanidad
a 300.000 kilómetros por segundo, pero nadie la ve. La historia se compromete
a vaciar de sentido cada
instante, promete una destitución, algo
experimental y
reversible. Los Ángeles han vuelto a casa,
donde no llueve nunca y
las paredes rompen a volar.
El mundo es un museo y
las personas son parte de él,
parte de la
representación agónica de la realidad. Nada es real cuando todo sucede al mismo
tiempo; no es posible
escribir,
pero debes hacerlo,
Destiny ®.
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