Se eterniza, se eterniza la fronda de tus ojos; bajo esta
luz
que inunda el aire de fantasmas. Rosas sintéticas porque
el Parque es un ártico
sinfín, Hyde Park en la espesura del invierno, hierba
colérica y cortante como un banco de lágrimas.
Lloras a lágrima viva, el flanco
celestial que arropa tu ventura te arroja
en brazos de la soledad. Soportamos bajas temperaturas
bajo la luz estival, su arrullo materializado en un piar
inconstante, su sobrecogedora menudencia; asistimos a la
voracidad de la palabra. El verso
tan frío es maravilloso, su sabor a sangre nueva, a
profecía y éxtasis,
su gélida sintaxis frente a la cultura unánime de la
variedad.
Nuestro diario avanza, Claire, hacia tu personalidad,
hacia tu encanto,
ahora se detiene tras un seto ingrávido que no le dice
nada, grita parte de la noche que cubre su garganta
(nuestra inflamación). Es la gravedad de nuestra
pequeña alma intratable –¡qué maravilla!
Anuncian la pereza gatuna de un gato excepcional, se
trata de Omensetter y su anfibología
declarada (cosas de Gass). Animales silvestres como
flores,
anónimos como flores sin tratamiento. Quién tuvo una rosa
llamada Rose, quién
supo hablar de la felicidad de los nombres.
La poesía de tu voz (nos) es familiar, fabrica
casas para nadie, pisos de tres habitaciones con terraza
al mar. En una habitación
dormirá ella, dormirás tú, florecerás como una selva
clara, híbrida.
Tu luz comba el paisaje, curva la curva del verano,
luz solar color de miel. Qué humildad de tus brazos
trabajadores, tus dedos
tímidos, manos que preparan la comida, tocan la guitarra
a la sombra del árbol,
sueñan el baile de las golondrinas, manos que recogen,
forman gavillas en la antesala del bosque,
se arrojan al vacío y ovacionan el mosaico de la
oscuridad.
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