Oh, volar, escribir a vuelapluma (como se vuela),
anotar el trayecto de un cohete espacial en ruta hacia la
confusión; esta metafísica
incide en el comportamiento. Ser un pájaro o –menos
probable– un monasterio levitante e ingrávido,
alzado en vilo por una fuerza lejana, algo remotamente
poético y fuera de foco.
varado en concreto en esa curva poco pronunciada de la
Avenida, hallarse en ese instante congelado
bajo el sol ausente, insinuando una sonrisa interna, un
rictus
medular y extraño al organismo.
anímico, inscrito en el papel pintado de las cuatro
paredes del alba. Estos son los poderes del Ángel:
su integridad astral, su vis platónica, su alquimia aventajada.
inerte, desangelado como una marioneta felizmente real;
el tiempo
es pura metafísica, puro atrevimiento y su ímpetu
forma burbujas de elocuencia. Todo arrastra su edad, su
brevedad alícuota y su anemia, hasta
el futuro se jacta, frente a su propia infantil
monotonía, de poseer la llave de la historia.
elíptico, carne de camposanto; quién no ha surcado el mar
del infinito,
profetizado la ceremonia de la confusión, agradecido el
aroma reciente de la fresca madera
de pino, la cercanía del satén, el cielo raso
sobre los ojos ardientes, el cese cautelar de la
esperanza.
extendida en el vacío. Divulgar un secreto entre las
flores, encajar un golpe de suerte, besar
la noche con los labios vueltos. El miedo imita al arte. Todo
es sustancia: también las almas saben
darle la mano al viento
y desaparecer.
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