Ella procede de un norte sostenido, un fin del
mundo personal, un viento picado (Laura ha nacido)
donde el recuerdo es tan verde como el mar y la
nieve
aproxima un estuche de hierba. Donde las rocas
forman paredes de insomnio. Posee
esa cualidad interna de los cisnes, ese derecho
fundamental del lago. Sobre su imagen cae un espejo
gigante, en ella se advierte la fragilidad de
los cometas, pende de ella una enfática
melancolía.
noble y decadente, esa cualidad humilde de los
cisnes, el revuelo. Existe el frío porque ha frotado sus manos
infantiles y el hielo ha cuajado entre sus
dedos, ha nublado su frente. Existe
el frío porque su pelo existe
y centellea.
perpetua (y sus acantilados). La sonrisa ha
sido trabajada por el cincel del sueño, tallada en el mármol
epicúreo, zirconita celeste de hace un millón
de años.
qué corte de planetas exigentes. Ella sale
corriendo, su ciudad es el mundo volcado en el espacio.
Su ciudad es un carmen, una lujosa sala, un
palacio insurgente, la antesala vibrante del silencio.
Sale como un alma, como una fuerza de la
naturaleza, con esa misma fuerza de la naturaleza que presiente
cielos estrellados, estallidos, sufre raptos de
consciencia.
tan afuera que parecen extractos de otra
soledad más pura, otro firmamento
adelantado, otra estrofa perdida. Relinchan los
caballos del arte, silban su extensa
monotonía, han sido testigos. Ah, Laura, tu
belleza duele como el día de mañana, quema como el aire
que respiran los muertos, nace en la virtud de
los relojes, arde
en cada sombra que fecunda la matriz del alba,
se parece al instante de la muerte.
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