Escuchar a Izaro mientras cae un detalle
de lluvia ―como al bies. Tenemos el punto de la poesía
justo en medio del defecto, nos arranca de la pobreza
energética, nos sienta como un reconstituyente comprado a
un vendedor
ambulante con sombrero de copa.
al vuelo, el verso revolotea siempre y hay que interceptarlo
como si fuera un misil,
algo incómodo, como a un tigre bengalí
―algo salvaje.
bulle de entereza y equilibrio, las aceras se mecen con
suavidad dinámica, corren en dirección
contraria, parecen súbditas del tiempo y la geometría,
las cuestas
avanzan o retroceden pero con solidez
elemental, con reflexivo desenfado.
llegan a sostener la columna de humo que es el mundo, el
fardo que se recita
despacio, pero sobrevive.
muchas líneas con sentido, un libro (quizás), alguien que
desconoce el fermento de la literatura
se ha inventado una forma y le pega patadas como si fuera
un balón abandonado: qué automatismo,
el engranaje por antonomasia, la figura apátrida por
excelencia.
diez y esperar el comienzo de la farsa. Nuestra lengua se
hincha
como un globo terrestre, contiene una brizna de futuro
que nos mantiene alerta.
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