Ahora que estamos muertos, que no
nos reconfortan las audiciones ni el caos, que andamos
entregados a la selva y no
a la literatura, que tenemos los colmillos
largos como destornilladores o estalactitas o cuchillos
carniceros. Ahora que vamos impedidos
solemos despedirnos de la gente con una coletilla, con un
gancho. Nada nos desalienta, ni siquiera los hombres,
ni siquiera las máquinas que agradecen las palabras
amables, los adorables gestos.
interior. Pero qué terrible
es el Arte, qué inhumano y deseable y qué bonito con sus
columnatas y sus bóvedas,
sus frescos tan frescos, sus exámenes de conciencia. Qué
vituperable es el Arte con sus ramas y su aloe
vera, su espiritismo y su historia sagrada.
rasgarse, destruirse, solicitan arder
en una pira efímera, una pirueta mental. Nosotros somos
los que paseamos con un libro bajo el brazo, los que
ardemos adentro, los que derrotamos a la soledad de una
cabezada, somos
los que nunca han visto el mar.
universal, hacia el éxito; es lo correcto. Lo correcto es
hacer predicciones a medio plazo. O ir a ver el Zoo
con un libro bajo el brazo para parecer interesante, o ir
a ver una película
iraní, ir a la biblioteca para que te vean entrando en
una biblioteca, o escuchar tanta música que te salga
por las orejas, o mejor aún memorizar canciones comerciales
y luego
tararearlas en el lecho de muerte para horror de la
familia.
el presupuesto de una película de serie B, el espejo de
casa nos adula un poco ―los demás arrasan
nuestra imagen―, nos debilitan la mandíbula, que ya
cuelga floja, fofa y descarnada,
esquelética y silbante. Ahora que todo ha explotado en
silencio, ahora que se va cumpliendo
lo que alguien predijo hace una maliciosa eternidad.
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