Ella se llamaba David. Destiny® la lleva de la mano por
las aceras
de Sunset Boulevard, han caminado un kilómetro sin
tocar el suelo con los pies.
emblemático, encomendarse a un espacio ejecutivo como
Nueva Zelanda. Entrar en la iglesia
con una pistola de agua y un petardo diminuto, de los que
no asustan a los perros, verbalizar
todo el miedo de la pasión, toda la ansiedad del
encierro.
asperezas y barrotes, obedecen a la pastosa música del recuerdo.
Por los pasillos del penal la gente
lee a Bunker (prohibido en la biblioteca), leen a
Sarrazin, dislocados los ojos de puro dolor
se apresuran con la rareza de Brautigan, fomentan el
desenlace
explícito de una distopía original.
incomparable de buenas personas con un nexo común, una
comunicación
exitosa las une como en un catálogo de buenas prácticas
personales; a veces silencian los versos con el acento
preciso, otras dan de comer a los pájaros. Son dos almas
deportivas.
sideral. La oscuridad ha abierto los ojos, se traga todo
lo que se le acerca. Esto lo habrán visto en el cine,
se trata de una singularidad que gira como desangelada,
como
extinta, como ardiendo en medio de la sonrisa de dios (la
película comienza
con un paseo por Sunset Boulevard un día de verano).
del milagro, se intuye esa crudeza general de los
acontecimientos
insolventes. En concreto: vas al supermercado y está de
oferta casi todo
lo que importa, pero no compras nada y te vuelves a casa cargado
de esperanza.
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