Su amor territorial; ella le daba
cuerda a su juguete que rescataba perlas, llanto
como la escarcha se pasea por el
cuerpo de las hojas. En la frente del tiempo se adivinan las gotas de sudor;
en la naturaleza todo se conmueve de
golpe, hay seísmos, incontrolables hábitos
del mismo suelo que acoge luego tanta
parsimonia.
La fábrica ha cerrado sus puertas
definitivamente. Es en medio del bosque
que las chimeneas aúllan por última vez, corruptas por sistema. Cuántos
vehículos se descabellan llenos de
vampiros y sirenas, llenos de criptas los hangares del subterráneo criminal.
Los obreros miran de soslayo,
aguijonean el costado del príncipe con sus miradas
leves, sus ojos descienden hasta los
tobillos de la buena nueva. Ella ha dejado su puesto de trabajo
inmaculado por una eternidad, ha
recibido un cheque de recuerdos; su rostro, su vestido
de los lunes, vertebral y capaz de
hacerse el tímido, listo para una fértil candidez.
Sus piernas han trabajado al viento,
han conocido sombras y renuncias. El vuelo de sus lápices
ha revelado el sufrimiento en su
categórico esplendor, su carne avariciosa. Sombra como un cuenco de fruta
entre las manos que se sobreponen al
ejemplo y sanan, revientan a forjar un mundo
no esclavo. Es interesante su
lenguaje; la tarea perpetua de los trabajadores augura una evolución de las
conductas
hacia la creatividad. Un artista en
cada metro de la cadena productiva:
atruena el silbo.
Alguien ha formateado el universo. Oh,
a base de angustia y sinfonía, a base pura. Basta la pureza de su nombre,
¿basta?
La pureza de su nombre basta para dar
cuerda al amor. Para servir otro amor en bandeja de plata
y desquitarse, al fin, de tanto rendimiento.
El recorrido de su pelo siente
cortes de navaja, la humedad del
alcohol. Humo en señal afirmativa, humo en cada caso, hirviente,
demasiado colgado de su viga angular:
el humo terco del tabaco después de la masacre.
Ese amor que entró en combate por un
beso. Y la verdad es que tenía miedo de su engorrosa simetría;
estaba lleno de versos y palpitaba
deseando una ruptura tranquila, un fanatismo cualquiera.
La curva de sus labios silueteaba adioses,
gestaba trueques rudimentarios de la vista y el tacto: una caricia por un reloj
de arena. Ensayo. Y error. La protesta
seguía su trámite y la muchacha
deslizaba su falda entre multitudes
aguerridas, llevaba una solución en sus zapatos.
El pasado es un estorbo cuando la vida
disfraza sus arrugas y bascula hacia el cinismo de la melancolía,
su corolario escrito en el periódico
de ayer. Ahora o nunca: a la tierra, rueguen más duelo los ávidos cipreses,
déjense caer las mariposas del olvido,
cristalicen las joyas en palabras de espanto. Pues la muerte está echada
y está cerca la fama que hará vibrar
los atrios con improbable holgura,
falsos poemas con piel de ruiseñor,
fácil garganta. La sentencia: un cheque en blanco para ella por su reinado,
un amor de juguete. Alguna flor.
Rhuani Sharma |
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