jueves, 28 de mayo de 2015

flor


Su amor territorial; ella le daba cuerda a su juguete que rescataba perlas, llanto
como la escarcha se pasea por el cuerpo de las hojas. En la frente del tiempo se adivinan las gotas de sudor;
en la naturaleza todo se conmueve de golpe, hay seísmos, incontrolables hábitos
del mismo suelo que acoge luego tanta parsimonia.

La fábrica ha cerrado sus puertas
definitivamente. Es en medio del bosque que las chimeneas aúllan por última vez, corruptas por sistema. Cuántos
vehículos se descabellan llenos de vampiros y sirenas, llenos de criptas los hangares del subterráneo criminal.
Los obreros miran de soslayo, aguijonean el costado del príncipe con sus miradas
leves, sus ojos descienden hasta los tobillos de la buena nueva. Ella ha dejado su puesto de trabajo
inmaculado por una eternidad, ha recibido un cheque de recuerdos; su rostro, su vestido
de los lunes, vertebral y capaz de hacerse el tímido, listo para una fértil candidez.

Sus piernas han trabajado al viento, han conocido sombras y renuncias. El vuelo de sus lápices
ha revelado el sufrimiento en su categórico esplendor, su carne avariciosa. Sombra como un cuenco de fruta
entre las manos que se sobreponen al ejemplo y sanan, revientan a forjar un mundo
no esclavo. Es interesante su lenguaje; la tarea perpetua de los trabajadores augura una evolución de las conductas
hacia la creatividad. Un artista en cada metro de la cadena productiva:
atruena el silbo.

Alguien ha formateado el universo. Oh, a base de angustia y sinfonía, a base pura. Basta la pureza de su nombre, ¿basta?
La pureza de su nombre basta para dar cuerda al amor. Para servir otro amor en bandeja de plata
y desquitarse, al fin, de tanto rendimiento. El recorrido de su pelo siente
cortes de navaja, la humedad del alcohol. Humo en señal afirmativa, humo en cada caso, hirviente,
demasiado colgado de su viga angular: el humo terco del tabaco después de la masacre.

Ese amor que entró en combate por un beso. Y la verdad es que tenía miedo de su engorrosa simetría;
estaba lleno de versos y palpitaba deseando una ruptura tranquila, un fanatismo cualquiera.
La curva de sus labios silueteaba adioses, gestaba trueques rudimentarios de la vista y el tacto: una caricia por un reloj
de arena. Ensayo. Y error. La protesta seguía su trámite y la muchacha
deslizaba su falda entre multitudes aguerridas, llevaba una solución en sus zapatos.

El pasado es un estorbo cuando la vida disfraza sus arrugas y bascula hacia el cinismo de la melancolía,
su corolario escrito en el periódico de ayer. Ahora o nunca: a la tierra, rueguen más duelo los ávidos cipreses,
déjense caer las mariposas del olvido, cristalicen las joyas en palabras de espanto. Pues la muerte está echada
y está cerca la fama que hará vibrar los atrios con improbable holgura,
falsos poemas con piel de ruiseñor, fácil garganta. La sentencia: un cheque en blanco para ella por su reinado,
un amor de juguete. Alguna flor. 



Rhuani Sharma

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