En el
mundo, Kaye y Kiandra
cantan;
pero el mundo no existe:
por eso el mundo no existe, para que ellas
no canten (que no se
entere nadie). Se origina un vacío en torno a su silencio
que
permite la aparición de ¿la realidad?
En
realidad: un ciempiés, saltamontes en inglés (bonita palabra), Borges citando a
Shakespeare,
pinceladas
orográficas,
climáticas,
el anticlímax de la pintura, desánimo de la poesía, más
no se
puede pedir.
Subir
al cielo solo por las vistas,
meterse a una persona en
el bolsillo,
honrar la ciega fe de los
artistas
y el oficio de luz del
lazarillo.
La
novela contiene dos personajes que responden, uno a Don Quijote,
otro al
Lazarillo, pero es una novela escrita por un afroamericano, es El Pájaro
Carpintero. Jordan
se
mueve por alcantarillas, bibliotecas públicas, lleva unos cascos que no suenan y
a veces
lleva
un casco que resuena (a pedrada limpia).
Procede
subrayar que el vacío supone una intromisión intolerable de la naturaleza en la
intimidad de las personas.
Su mera
presunción espacial. Lo único relevante es la ausencia, incluso para el arte.
Sobre todo para el arte. Sobre
todo,
el poema se ocupa de no decir y de ocultar, he ahí su talento, la tarea a la
que no puede
renunciar-se.
El tipo se enmascara a través de la pena, del sentimiento,
¡a
través del amor! Profana las catacumbas de la verdad (así como la tumba de su
padre).
Sin
embargo, una voz entrometida, el arroyo y la abeja, un pictograma
selecto
como un anuncio luminoso puesto en medio de la gran corriente de South Presa,
donde el polvo
desenfunda
más rápido y las nubes atropellan el idioma. No son ellas, Kiandra, Kaye,
que
rezuman socarronería,
no se
rinden. Y no obstante, pleno de entusiasmo confuciano,
el
poeta se somete a la terapia de choque de la quisquillosa vacuidad, y su
quietud atruena
más que
la sangre en su recorrido, más que la punta del mar, más que los grillos
bajo
las tímidas amapolas del campo.
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