La calle te abofetea con su desagradable
aliento, su deforestación, su cielo encajonado
y su genuino clima imaginario. Es un asalto ferroviario, como un rififí
de cercanías, otra escabechina
ambiental.
sablean, una señora Hedges
afianza su control horario, este barrio es suyo como lo son los barrotes
del presidio, las bocas mal alimentadas de los niños de dios.
devienen peligrosos, abandonan su categoría inicial y confiscan
mayorías cualificadas de sangre y deflación: es la economía, estúpidos.
La droga
fortalece los músculos del portero de la disco; un arte
semicircular se mueve entre la fauna, la música lo envuelve en su
discreto portafolio, toca escuchar las famosas
sirenas del desierto.
aprovechando su físico imponente y su reiterada planificación.
la vida se consuma en la insignificante penumbra de las puertas cerradas,
en el vértice
concreto del silencio nocturno.
multiplica su arrogancia; un nudo en el cañón de la pistola, una navaja
mellada, un anillo de campeón. Dentro del espejo, la ciudad resplandece
hacia la soledad,
firma una sentencia benévola y contempla la mancha
del mar que se aproxima.
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