relatos, apuntes literarios...

miércoles, 30 de agosto de 2017

ecos de la gran historia


Hay una belleza que va más allá de los sueños,
no madruga; un clásico imprescindible. Una que viene montada en el tren de hace cien años, que rodea los barcos,
contiene todo el ritmo, la gran, gran Historia. Que requiere adoración, detonación,
exige devoción, reverencia y culto. Es la cultura que se reproduce como un vinilo comercial,
trata de aprehender un gesto que supera la barrera del sentido, rebasa la frontera de la misericordia. Oh, el amor
está ahí, deprimiéndose, escondiendo su sigilo en una súplica. Tomad, seres de otros mundos: un combinado
de amor e idolatría, superadlo.

La belleza abre la puerta a un excelso paraíso en las estribaciones del eterno paraíso que describen los versos; el poeta
supone una amenaza para la mansa naturaleza del amor; entras y un ángel
baila como si fuera Janelle, otro canta como si fuera, otro se mueve fuera del tiempo,
separa el futuro en pequeños surtidores de realidad y desencanto. La belleza supone un cambio de paradigma,
un nuevo canon se implanta con autoridad y crédito, viene de muy lejos
raspando el viejo so(u)l con su mirada, abanderando las olas del océano (y sin tabla de surf).

Alma: obrad una instantánea y conoced el miedo, abrigad una nueva dinastía, una buena semilla. Su alma
permanece intacta como una rima robada y personal, rima con el alma de la noche, atrae hacia su trono una salva
de aplausos, una plana de rosas; es la monotonía del cielo que invade los espíritus y los anega en su efecto,
la costumbre del aire que ventila la pena de los ojos y se replica en la altura.

En la montaña, la estatura de su frente toma impulso, desciende a duras penas hasta la fúnebre
tentación del suelo roturado, cosida a la hierba que surte de frescura las veredas y encandila a los corzos;
porque el amor está de fiesta cuando su palabra sobrevuela el silencio e incluso los colores
forman parte de un paisaje indeciso. Su color es la sangre,
el velo del máximo horizonte predecible, la soledad azarosa del pasado que nos brinda su ignorancia
en vez de su consuelo. Escuchad, entonces, el color de su risa
retumbando detrás de la montaña, ese eco con sabor a monasterio, esa ventaja.

Hay una belleza que responde a la muerte, se decanta, no se arruga. Como el llanto que fecunda la tierra
y se instituye base de una forma perfecta. Pues dios cobra existencia en el preciso instante
en que se adquiere conciencia de su falta, su muerte universal, cuando la vida delata la serena impiedad de su apariencia
empotrada en el brillo de una fotografía sin mácula. 




domingo, 27 de agosto de 2017

abonados a la calcomanía del soul


Arte: el productor está de enhorabuena, ha descubierto algo que ya hacían The Roots
diez años atrás. La poesía también se ha resbalado y ha ido a caer por el hueco de la escalera,
pero no ha habido víctimas. Ha ido a parar a un lugar mejor,
donde las rimas escuecen lo justo, los nudillos se despellejan de golpe
y las voces ocultan la ferocidad reforzada de un silencio compacto. El arte se ha caído de bruces y se ha roto la clavícula,
el astrágalo y otros huesecillos propios de la nariz; se ha fracturado la escayola y sobre su lienzo en blanco una simiente
atómica ha sido derramada por el cielo transgresor.

Bombardear un claustro, erigir un sinsentido solo por el placer de no sentir, escribir una novela
honesta en tercera persona del plural, fuera de sí, arremolinándose su estructura en torno a la peripecia
absurda de un nudo salvaje
de escritores nativos; recibir una paliza de ese grupo interactivo, carne de presentación y tertulia vocinglera, carne
mórbida y falsaria, dirigida siempre a la exaltación (del ego).

Arte: Jordan ha formulado un deseo y su belleza se ha multiplicado por cien, y los espejos
no entienden esa acumulación, las cámaras se ven infundidas de un pavor exagerado, la extravagancia de su estilo
conmina a hincar la rodilla y adorarla; oh, pues se ha convertido en una imagen,
santa movilizada en pos de la sanación milagrosa y sus contemplaciones, ¡oh, templo!, retablo de rosas inyectadas en sangre.

Todos la examinan con la emoción contenida y el desgaste
anímico de observar la ingrata culminación de un sueño preñado de eternidad. El lenguaje se mofa de varios
sentimientos, hace burla del amor de un modo regular, emplea la inspiración y construye un Partenón lingüístico
que contribuye al descrédito de la cultura
desarticulándose en pequeños báratros en prosa de molde angelical, paraísos con aluminosis para
personas psíquicas despojadas de urbanidad y perspectiva.

Proclamar la extinción de la raza blanca, completar el mestizaje forzoso de la población y mejorar sus resultados
académicos, alcanzar el perímetro más alto de la fortuna, la sinrazón del arte en su esplendor escolástico;
abonarse a la calcomanía del soul, el turismo melancólico, domar una adicción. La cuestión es levantar un monumento
cerca del árbol del ahorcado, sobre ruinas estatuarias y cascotes berlineses,
pensar una manera de la poesía que incluya la gran novela americana y el brindis oceánico,
ahuyentar del discurso las insinuaciones y los giros malcriados. Llamar a las cosas por su ausencia,
a la soledad, por su grata compañía, y al milagro que viene, por el leve desorden de su huella en el polvo.



viernes, 25 de agosto de 2017

veinteañera


Nadie habla de Jordan y su amor. Ese reducto. Se ha fortalecido el romanticismo a base de lluvia y de terreno,
hectáreas sombreadas por el agua, dominios consolados por la nieve,
granizo en las sienes divergentes de los sabios. El romance
impregna y desinfecta, es como una insolación entre paréntesis, un formidable correctivo.

Pero Jordan no tiene (novio), es un espíritu en parte,
prefiere remontarse a la forja de su condición
espontánea, comadrona del verbo y de la voz, suerte de poema en sus albores; no es que esté muerta,
solo algo rígida en su mortaja violeta. Parece que una tumba fue cavada al pie de la frontera
y los huesos allí la condujeron y entre tantas verdades halló paz –un cementerio bárbaro,
rebosante de córneas y de insectos (y sin agua potable). El verso tramaba contagios, dilaciones, abusaba de su impronta,
tan cercano a la caricia, tan remiso al desatino y el halago, tan e(s)téreo.

Porque en la luz hay parque, firmes extensiones organizadas en torno a un beso suburbial, una caída de ojos, un gesto
olvidadizo, y en la punta de la lengua cabe mucho amor. Las palomas son testigos
incómodos, mejor la misma ardilla de la semana anterior, aquella que aprendiera nuestros pasos de ballet
(sobre la hierba), el rústico acento del humo refinado, la distraída virtud de un sabor en la memoria.

Jordan ha sorprendido con una función poderosa, veinteañera,
no de onda, más somnífera, dilapidada entre dosis extra y dosis mixta de vicodina y orfidal, vestigio de una diáspora
vacante. A la entrada del templo, la caja registradora y una pareja de clones
ciclados y risueños. El ángel custodio y su rémora de destripaterrones, la canalla que abruma los escaparates
de todo el sur hasta San Diego y más allá, donde South Presa se redime o se arrebuja o pierde el nombre
propio y se transforma en una pesadilla independiente.

El parque se ha movido un centímetro en el mapa y ya está pegando a la hija única ciudad de Dickens.
Ahora resulta que cada país del mundo tiene su colonia de Los Ángeles (unas más céntricas que otras) y todas son
profundos pozos de maldad, paraísos y pensiones infectas para turistas desaprensivos,
ladrones y personal del aeropuerto. Todas tienen su gatito en el árbol y su perro policía,
incluyen semáforos y una estación termini por la que no es recomendable aventurarse. Ahora, Jordan
sueña que se ha enamorado, pero no tiene adónde llevarse su tormento
y sus lágrimas no encuentran a quién pedir perdón por la alegría.



martes, 22 de agosto de 2017

la honda de david


Hablamos de segregación
o del radio de la tierra. Una primera edición de La Habitación de Giovanni
puede ser útil para recuperar el amor (no está en Von Rezzori, pero es acertado). Los guetos se multiplican
desde que se puso de moda el odio ancestral; pogromos, razias, cacerías y noches
largas como cuchillos de cocina, ordalías perpetradas por basura blanca,
gente sin oficio, no como el poeta.

Jordan ya no sale tanto. Se queda en su pararrayos estilo rococó vituperando al personal. Sus haters están de enhorabuena,
porque ha diseñado un método preciso para dejarse maldecir sin aspavientos, con la justa opulencia
argumental; ha patentado el vejamen exacto que puede soportar una estrella latina.

Como Gliese 832, una estrella chicana con varios planetas como enchiladas, tortitas panameñas
y otros estropicios del estro. Esto ocurre a dieciséis años luz, lo que significa que es una luz muy joven y de buen ver
la que nos alcanza y atropella, la que nos traspasa el corazón con su rodaje y su batucada
heroica después de tanto periplo interestatal, tanto vacío inarmónico, huérfano de esferas y silencios
creíbles.

La NASA prepara su nave metafísica –exploradora inabarcable–, el arca colosal y fiestera, hasta los topes de polvo y merchandising
corporativo, costo nepalí, lacremedelacreme, hierba de cepas inexorables recién obradas en el último
laboratorio de Dickens. Suenan Princess Nokia y sus explicaciones, Harlem por un tubo que esconde su luminoso
final. La nave se difunde como un espíritu palomero, sin hacer distinciones,
ni discriminar una miaja de brown; apunta hacia el planeta correcto: uno con tupé presidencial y volcanes activos.

Ella contamina su séquito. Jordan y sus seguidores acólitos, todos con gran ecuanimidad
entonando una balada corporal, sudorosa y angelina. Figueroa queda algo a trasmano de Highland Park, pero más lejos
está South Presa, donde nacen los milagros y la chica milagro imparte
un tutorial de pago de primacía angélica (al abonar la matrícula, de regalo te llevas un vestido blanco inmaculado).

Las rosas del parque han firmado su sentencia, la claridad gliesiana no alcanza su corola funk;
hasta las estrellas infantiles derrotadas por la televisión y la vida
adelgazan sus pretensiones económicas y se convierten en espectros solo observables en el infrarrojo
y el café con leche de una bolsa de cartón. Si hablamos de segregación, hablamos de oraciones y látigos,
túnicas y estolas, altares venenosos, retablos guaraníes, animales y vegetación salvaje.

Hablamos de literatura y el verso por delante, abriendo brecha en la mollera del imperio
con diligencia y quiasmo contenido; es la honda de David, el miguelángel de david, el cuadro de david (hockney),
un artificio davidiano que no tiene relación con Baldwin pero te consigue una cita, un asiento en las filas delanteras del bus
o una pedrada en mitad de la frente.


Pearblossom Highway (David Hockney)

domingo, 20 de agosto de 2017

ciudad


La ciudad de Los Ángeles no está en la ciudad de Los Ángeles. Hoy reside en un lugar del arte,
en un valor positivo del parque, por encima del cero absoluto de la imaginación:
donde Angel no encuentra las palabras y las sombras diluvian como rocas de invierno.
Dios ha vuelto a nacer (después de una sobredosis). La ciudad es un pronóstico reservado a la naturaleza, actas creativas
recorren sus bulevares en busca del KRIT (pero solo quieren ver a Mara, tal vez sus labios solamente);
allí el poema se rige por un código turbio, un karma fronterizo que dificulta la interacción.

Todo el mundo escribe su poema en la ciudad de los ángeles, lejos de California y sus desiertos, al otro lado del océano;
entras en la barbería y ahí lo tienes, alzándose amenazador como una situación embarazosa,
como un tebeo de los años sesenta, un disco de The Pretenders, con la misma
voluntad desestabilizadora y esquiva.

Angel comete su pecado en toda regla, con todas las de la ley; deletrea
un premioso contraste, disimula un dolor de espalda categórico, financia la teoría de la seducción con un parpadeo
pudiente y un signo de la cruz dibujado en la tierra, un corazón cogiendo
altura, arrastrado por el viento suburbano. El milagro se tambalea porque siempre tiene prisa por salir
a escena, es un término veloz, visto y no visto. Ella queda asaeteada, calcinada, abandonada como una mascota
demasiado real, queda como Juana de Arco, una mezcla entre Teresa de Jesús y Keny Arkana, entre Noname y Beyoncé;
¡ah!, su presencia inspiradora contribuye a idear un marco sofisticado para la reacción.

El drama se torna epistolar o cobra un cariz extemporáneo, toma distancia con las malas
decisiones de algunos fantasmas recalcitrantes. En concreto. El ambiente dominado por un espectro de barba bíblica, blanca
hasta la indignación, una figura deprimente, autorizante, estereotipada. La náusea de la prepotencia
con su admiración incorporada, su legión de críticos mansos y veraces; mágicas teorías
estiradas a lomos de un grave intelecto.

Una conspiración a cada paso; desde la rama polar, en su divisadero favorito, como desde el balcón
preferente, la platea de la calle ciento cuarenta y seis, otra calle más al sur todavía, más al fondo de la luz
(en los antros desaparecidos de Dickens). El poeta sin buhardilla, sin París, sin Nueva York, restringido a su aurora
de la ciudad de los ángeles, materializándose en un altar del arte, fuera de lugar, a la espera de una revelación inadecuada,
el cromo que le falta, la soberbia interpretación de una actriz de reparto (en el papel de J). Estad seguros:
la ciudad ha expirado en un semáforo en rojo, no cree en su color. Era de noche, y el tiempo se había declarado
tiempo de silencio, y el espacio se había vaciado de instrumentos. 
Y la noche acababa de empezar.




jueves, 17 de agosto de 2017

automáticamente


Jordan va por la página ochocientos de una novela que lleva todas las de perder. En concreto, la realidad
se muestra muy superior. Si fuese de aventuras. Si fuese policíaca.
Si fuese una novela de Edgar A. Poe. Si fuese una novela. Se ha publicado en la prensa la lista de las diez
tragedias más sobrestimadas de la historia. Pero no figura ésta, que habría fascinado a cierta crítica ingeniosa.

Esto no significa que el relato de la joven promesa valga más, no quiere decir que la verborrea
del día a día valga más, solo implica que la manzana es la manzana (¡automáticamente!). El espejo concierne
incluso a quienes han elegido la ignorancia, quienes han madurado un desconocimiento vital que les permite
identificar algunos peligros.

En el parque todo es futuro, también los pasos del ayer, la huella inconfundible de la noche anterior, el eco de la luna
que dormita en su paño desconocido, los rayos hipotéticos del sol. El futuro se mete entre las rendijas de la felicidad,
ausculta los latidos básicos del recuerdo y transforma la esperanza en un ligero desconcierto. Vamos en el tren,
con el ángel y sus discípulos, la música funciona como un rompecabezas, tiene algo de martillo, algo de sepulcro,
algo en construcción; Jordan saca la cabeza por la ventanilla, el mentón, las mejillas combinadas, aureoladas, prenatales,
un rubor estático se cierne sobre su resuelta sonrisa de póker, la mirada del leñador.

Y el aire frutal de la justicia reivindica su estrato, mantiene su ascensión a través de un foso impúdico.
Las escaleras traman la venganza del cielo y el colapso de una generación ciega.
Jordan enmudece en presencia de la multitud, ha olvidado la obra completa y solo
acierta a exclamar: ¡Ño...!

Parece que el campo ha vuelto a triunfar, como hace cien años, o hace mil, antes de la tercera extinción; su talento
prevalece, se nutre de la debilidad de las especies, compagina su estilo con el detalle del clima. Ahora se sabe que el futuro
toma vacaciones: una semana de vez en cuando, una eternidad a cada instante.

El ángel ha sacado la bandera de su funda, ha desenvainado una espada ungida de silencio –invisible, pues–
y ha virado hacia su incógnita. Jordan –que todo lo ve en su memoria– de nuevo
asiste a la reencarnación de aquellas palabras que daba por perdidas. El lado fúnebre de la existencia se ha puesto de perfil
para dejar pasar la vida, que trae un haz de rosas en la frente, un pestañeo de luces
manejadas a distancia por el verso.

Pero el poeta rectifica, no se encumbra, desciende hasta su nombre de pétalo indecible,
la otredad exclusiva de su acento. Y escribe para ella una secuencia de sueños y pisadas, y finge para ella un camino
que no se desenreda, que se repite como una vaga forma del amor inmortal.




lunes, 14 de agosto de 2017

ahora que los dioses miran hacia arriba


Barcos, trenes. La fatalidad de los medios de transporte. Bajo la misma luz, la misma sombra
amada, vociferante de los años perdidos, bajo esa molesta razón, esa transparencia imposible. La vida sin sentido
de las cosas que se pierden, las personas que faltan. Oh, el destino guarda la belleza de los párpados
hundidos, rezuma santidad, como la sangre.

Tal vez el aire sea una pared de hierba que separa, una membrana verde humo, verde niebla,
verde separación; y cuántos grados aíslan el pequeño corazón de la princesa, lo despojan de fe. Quién
se atreve a cometer el mismo pecado, el más reciente, el único; quién desencadena la tragedia sobre el roto
corazón de la princesa, quién absorbe la dulzura de su alma con deleite, quién fracasa frente a los ojos cerrados de la noche,
ante el crepúsculo y su garganta leve, ante el mundo que existe solo para anotar el sórdido recorrido
de una idea perversa.

Ahora que no hay ruedas ni motores, ni viento que atenúe la resistencia de la atmósfera, ni prisa por llegar a la alameda,
con sus rosas tendidas en el patio celeste y su fuente armónica que seduce a las abejas, su miríada de gorriones
obreros, su navidad de palomas enlutadas, su momento, en una palabra; cuando sorprende la noticia segura
de una migración autorizada, artística como la dimensión de un beso: ahora que los dioses miran hacia arriba.

Termina el viaje. Las ruinas de unos huesos que chocan con la carne, las ruinas de un recuerdo que choca con la muerte,
una ciudad reducida a escombros, impregnada de olvido y fosas de algodón, sillas ajenas, camas desnudas
sin refugio ni escarcha. Gente que se ausenta de su espíritu, niños que se arrojan al vacío,
vómitos y encías inflamadas de espanto. En la hierba, una explosión de insectos, una formación de cuerpos
rígidos. Reos de uniforme, chicas con camisa de rayas, lobos con cara de sacerdotes impíos, larvas y la meritocracia
del escándalo, aristócratas de nombre teatral. Chicos con camisas pardas, azules, arrimados al vértigo lascivo de una época.

A su favor: Jordan no ha nacido todavía. Aún no está en la lista. Nadie entra en su casa de madrugada
derribándolo todo como una potestad enfurecida y salvaje. Ella consta en el limbo averiguando su próxima llegada,
mezclada con los ángeles y las imperfecciones del tiempo, esclava únicamente de su llanto. Lo que el miedo significa
sigue en la penumbra de una materia desgastada, pero novísima como una luz armada desde dentro.

Nunca los trenes habían topado con un muro gigante, nunca los barcos habían naufragado en la ciénaga dulce de la justicia
poética, nunca hasta entonces un poeta había sido visto en la proa de un sueño, ningún poeta había ondeado la bandera
gris de la propiedad, el emblema sagrado del odio. En su contra: los hombres se repiten, no la historia; y el amor
es un arma cargada de nostalgia y no de libertad.



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