Una biblioteca liberada en medio de ninguna parte, descargada de la
nube más próxima,
conservada en licor de salvación; libros de quinientas
hojas de roble. Si el mundo es un escenario acorde con la iconografía
del terror y el tiempo es el sustrato, el nexo
de unión entre la muerte y el hondo deseo de no ser: el parque es
Paraíso.
Tenemos filósofos del milagro, héroes congregados en torno a una idea
mortal, logotipos e imágenes vibrantes. Incluso senderos de inmundicia,
humus y longevidad, si tenemos la dignidad
de los profetas y el desánimo de la nación; y el bar abierto hasta las
tres de la mañana. Entonces,
el parque es Paraíso.
Si el demonio es un ángel con cuerpo de antílope,
boca de cariátide y voz aguardentosa. Asistimos a la intromisión de la
física en la funesta
vida espiritual, comprobamos la ubérrima concavidad de la tierra, el epítome
contagioso de la tierra fértil, bosque
sutil e inacabado, la plantación oscura. Y en el campo, una carrera
hacia el infinito creado en la virtud del horizonte, fortalecido
en las vértebras de una palabra sin odio.
El libro ha caído del cielo rodando por una escalera zeppelina; ha
chocado en su descenso con las alas
diminutas de un Hada vestida de luz y de paisaje, sus trenzas opacas,
su línea
transparente. Y los chicos la esperaban tras otra línea de bajo, bases
neutras dirigidas a la acción del verbo y no a su intransigencia.
Botellas de agua
clara y humo (para empezar).
Ya no aspiraba el verso a consolarse en la fortuna de su estilo; la
construcción –su fuerte–, larga
poética de huesos firmes, dejaba al descubierto la hediondez del
pantano, aquella oscuridad de ojos revueltos,
aquel diáfano rastro explicativo entre la glauca perdición de los
extraños lugares fantaseados por el arte,
el sonido viscoso de un motor de incienso, la longitud gimnástica de la
abstracción.
Pues si la forma detonada en un sesgo de la noche infernal, el retorno
furioso de las aguas o el menudeo de la lluvia
procediesen de otro modo, sin conspirar contra la esencia de lo nuestro
–las estrechas
pasiones que configuran la solidez del aire. Y todo porvenir consistiese
en la espera…
Si el mundo es algo muerto, si es un diáfano resto de hoces blancas,
entonces, el parque es Paraíso.