relatos, apuntes literarios...

martes, 31 de diciembre de 2019

2020


Nosotros damos fe de actos normales,
somos notarios de la estalagmita,
del universo que enmudece y grita,
mundo que no estuviera en sus cabales.

Todos muertos y todos inmortales,
almas sedientas que la luz concita,
¡oh, diáspora radiante e infinita
desde las cunas a los hospitales!

Somos notarios de una sombra nueva,
hacemos que reluzca el Sol, que llueva,
que el tiempo gire en un silencio triste.

A cuestas con la cruz de la esperanza
damos fe del fulgor que nos alcanza
y de la oscuridad que nos asiste.


Feliz Año Nuevo a todos

lunes, 30 de diciembre de 2019

spanish town


Entierros y destierros, salidas de emergencia; hay un entierro sin salida,
se trata de descender a los infiernos de la realidad, de morir en respuesta, desaparecer
como una imagen, un pensamiento. Hay una comitiva
desesperanzada, completamente ajena, cualitativamente ajena al resultado del trance, un elenco
de trovadores tísicos, fumadores empedernidos y dealers,
artistas comatosos, una puerta trasera que permanece abierta. Un romance en ciernes.

Suena Koffee, resuena el Jazz de Nueva Orleans, el romance
heroico de las calles violentas de Spanish Town, con sus muchachos esbeltos, sus muchos recovecos y su azul
marino impenetrable, su empedrado cautivador.

Ahora el tren se desplaza a Bucarest porque Mircea
ha dado el espectáculo con su Nobel in péctore, su explanada celeste, la capacidad
de contar estrellas con los dedos de una mano y esa seriedad enciclopédica, ese vademécum
indiscreto de la zona muerta y sus habitantes.

El milagro es siempre milagroso hasta
cierto punto, luego es tan humano como un pedazo de tarta o la primera
parte de una novela-río, el final de una historia sin final feliz. El milagro se torna, se va formado al unísono,
concita lo mejor de lo mejor:
                                        música imperecedera,
                                        el boxeo más puro de la ciudad sin nombre.

Y Koffee haciendo sombras, haciéndose sombra sin querer,
deslizando su voz por la montaña verde como un vergel. Una descripción alocada del baile, del aire,
tantas palabras-fuerza escritas con la boca chica, puestas en boca de Ángeles, rompiendo contra
los adoquines, contra las paredes grafiteadas y hermosas. Y el sonido de la luz
conquistando la noche con su aliento
perfecto y sus ganas de comerse el mundo.



viernes, 27 de diciembre de 2019

ángeles de andar por casa


Nada mojigata, la Avenida se extiende
dolorosa, llega más allá de los pasos contados, más allá de las procesiones, de los séquitos,
más alto. Así llega más alto, se levanta como un rascacielos, cien
pisos construidos a pulso, sin herramientas
ni oraciones.

Polvo y saudade, gente ala de cuervo,
expresamente, beautiful people y todo genial. Es el cabello negro de los trabajadores, en la obra y fuera
de la obra, en la obra poética que se eleva hasta el cielo,
todo ventanales y misericordia, familias y pensamiento
audaz. Claras vidrieras de pensamiento tan
acariciante (y tan poco despiadado), tan solidario, una sororidad, una solidaridad
clara como un rayo de luna, cortada por el patrón de los cometas –astro efímero–,
morada de Ángeles remotos.

Con el telescopio, se ve, incluso con prismáticos, se ve,
se ve a simple vista también, se ve desde muy lejos, se intuye hasta en sueños,
es un prodigio de andar por casa. Obra de esperanzas
múltiples, es una esperanza unánime, internacional, un género de esperanza sin fronteras ni radio,
el círculo máximo de la esperanza humana.

El milagro reside en la contradicción, dura lo que dura
un milagro, dura un segundo por segundo, lo que quieras hacerlo durar, es una palabra
tras otra, un discurso maniático, la primera letra del abecedario
multiplicada por un millar de idiomas, hojarasca de claves y términos sin fin,
lengua de fuego.

Por la Avenida, la ves con su vestido
blanco de antes y después de navidad, su expediente inmaculado, su ligero
vacío bajo el brazo izquierdo, sus manos expectantes; habla y su voz toma mil calles
afluentes, llega por todo lo alto y serpentea
por las rampas escarpadas de la ciudad eterna y los caminos del norte, a tres pies de altura,
como una ráfaga de aire puro o un bumerán de silencio.



miércoles, 25 de diciembre de 2019

mundo romántico


Bajo un mural de estrellas de Rimbaud. El tren
colapsa en su función de onda, varado en algún lugar
constante, diferente a la realidad de la hierba, en algún lugar seguro, bajo las constelaciones
de numeroso aforo, justo antes del montículo que marca el límite del campo de batalla,
justo antes del campo, a sus puertas
monumentales, periféricas.

Es navidad porque la noche riela, y el círculo
demoníaco deviene transparente, aguanta el tirón del compromiso y la vergüenza,
se sitúa entre dos aguas turbias como el agua de Flint,
entre dos prisiones atmosféricas.

Al trote llega alguien (que no es), se escucha en la lejanía tras los montes que festejan el dominio
celeste rociados de dulce nieve
dulce. Hay un mundo de maíz y vehículos pesados, perros
pasados de peso, estrellas muertas. Hay un mundo de ruido y soluciones, una meca del hambre,
un santuario brutal.

Marchita la arquitectura del tiempo, la dimensión
plegable de las malas decisiones, el Arte se pudre en una gruta tenebrosa, está
como manchado de sangre, luce la herida
abierta del mártir; los Ángeles lo ven y pasan de largo sin ayudar.

El cielo se ha constipado a causa de un frío imaginario que solo se intuye y se revela en las páginas del libro,
páginas escarchadas y felices. La lejanía
trota y se aleja aún más, se funde con el horizonte en una masa
crítica, un corpúsculo de humo suelto, fragante como un incendio. La distancia es un limbo
porticado, construido a base de silencio y madera de sauce; allí juegan
los niños con la Luna,
diríase que suenan dos campanas de bronce.



domingo, 22 de diciembre de 2019

cyanide


Desde aquel interior,
la cavidad perfecta, desde el pecho del Ángel, con sus propias palabras, sus hechos, su corazón
soñado, el arrecife de su corazón.

Cada Ángel con su medio de transporte, su trainspotting, su lencería
ok, aranceles cubiertos, medidas cautelosas, mariposas y otra ingeniería barata, cadillacs de los suburbios.
A caballo va Koffee, Destiny® abrillanta su tabla de skate, cada una se mueve de manera
distinta, con su cuerda y su clase de baile.

Desde el interior las palabras
queman como manchas humanas, como actores secundarios, párrafos
asilvestrados, luminosas mañanas, oh, trípticos
comerciales. Las palabras explotan sus recursos aciagos, su minería a cielo abierto;
suenan como aquel lenguaje que decía jamás; desde
aquel prístino interior el lenguaje pertenece al olvido, comunica un pasaje onírico,
idílico, gremial.

Gente extravagante abjura de su estilo y comparece ante la justicia
divina con un vaso de vino en la mano –vino peleón. Ah, cómo desearían montar en el corcel
estático de la Raggamuffin, interceptar su aurora
exprimir la esencia de la esencia.

El verbo significa poco, su movimiento es leve,
adelante y atrás, es como down/up, un breve espín, una lectura
interesada. En la era del plástico, la acción dificulta la acción, es la quietud lo que prevalece,
avanzar es situarse en la línea correcta –junto a esa luz tan lenta–
justo en aquel momento inexplicable.



viernes, 20 de diciembre de 2019

algo


Ir a tomar algo, conciencia,
algo. La verdad es como un torrente ilustrado, claridad que escarmienta
tinieblas. La hierba es sincera-
mente verde, accesible. Cuando dos labios se juntan. Accesible.

Llenar el estómago es el único milagro hasta la fecha. Hay una obsesión con el hambre,
una preocupación por el mal comportamiento.

Vamos a tomar algo, conciencia, algo; la Naturaleza
proporciona consensos, ofrece consejos matriarcales, es una promesa
de valor incalculable, inaccesible. Oh, sus dimensiones escondidas, sus páramos de altas
energías, su variedad.

Escondido, cerca de Los Ángeles. Hay un Ángel en cada
varadero, acodado en la barra o jugando al billar, o tirando los dados, en la mesa de póker Texas Holdem,
repentinamente helado, nunca
vociferante, siempre solo y siempre junto al mar.

Tenemos una luz verdadera en la garganta: es una responsabilidad.
Soltamos lastre, el peso del calor que hemos pasado,
lo que sucederá, la cruz que ha sido.




martes, 17 de diciembre de 2019

derrochadora


Ciego, mira, ha salido la luna. Duérmete, verás como dormido
se te quita el hambre. Los sueños sirven de alimento.
(‘Días, Meses, Años’, de Yan Lianke)


Una sequedad sonrojante
arrasa el Parque; la tierra tiene sed, la hierba ya no puede con el sol.
A ocho li* y medio, el maíz
sobrevive a la contienda.

Es la distancia. En la media distancia, Destiny®
parece sonreír, necesita olvidar el odio de la providencia, la sobria caridad del aire. Una tangente
solar que apunta a la amargura, la secante que abraza la humedad
del silencio.

Líneas como barras,
emocionantes como frases ingeniosas. En la sequía hay
campo y estiércol, fosas y paredes; todo presume una porosidad inocente,
todo silba una melodía entrecortada. El Ángel ha bajado de su pedestal arcaico, se ha apeado del pura sangre
de Koffee, tan limpio y sobrenatural.

La palabra ha nacido al olvido del agua; el Sol es más que un mar
estático y glorioso, su ansiedad
emerge de la roca, se aclimata a la extrema parsimonia del cielo, esa forma de sostenerse
sobre la gravedad.

No queda tiempo; la tragedia se intuye como a 8 li y medio, su trecho
de seguridad. Destiny® sueña con un plato encima de la mesa –derrochadora–, pero no para ella,
sino para todos los demás.


*Unidad de longitud tradicional china. En la actualidad equivale a 500 metros exactos.



domingo, 15 de diciembre de 2019

sin estrés


Nosotros damos fe de actos normales, somos
normales como rayos de sol, tenemos nuestras costumbres automáticas,
nuestros malos modales, nuestra forma de sentarnos a la mesa.

Hoy, poesía a la hora de comer, para comer, sinceramente. Gente voladora a la hora de la siesta, coches
espaciales tripulados por personas especiales, libros conectados
a la red, cuadros despintados al estilo del Prado, sacados de algún sótano del Prado,
cultura desnatada y sin estrés.

Hoy la realidad entra en bucle,
y es normal. Se suceden los promedios, la belleza se esconde, la oscuridad
promete. Hay un bosque de hierba colorada, el humo asciende hasta la noche,
duerme con los brazos destapados, una pierna fuera,
un ojo abierto.

El poema de hoy es protestante,
pasable, tiene fe en el milagro que vendrá, está escrito en el cielo
como si fuera un cuerpo, va por el agua, escrito en la humedad y el vértigo, en el cuidado viento de los nichos,
es un submarino aterrador.

Somos notarios de la estalagmita, del universo
frío y consecuente, notamos la sombra que rebota en el sueño, repercute
en la fertilidad de la tierra; y el poema nos vence,
enemigo del alma.



viernes, 13 de diciembre de 2019

atentos a la caligrafía del espacio


Escribimos sin querer,
aupados en la sangre, escribimos sin parar. Tenemos
una máquina de escribir, una estantería y una genealogía ad hoc. Tenemos una estantería
plagada de títulos que no nos representan.

Nos representan iconos del hip-hop que abundan en comparaciones,
en sustituciones, en atentados líricos y deflagraciones del lenguaje.

Ahora suena Big KRIT, el sonido del espacio, la caligrafía del espacio, algo
intraducible, su vehículo es tan
vehicular, tan ventricular, sale del corazón, corre por las venas, es la heroína que corre por las venas del futuro.

Entre tantos árboles es complicado hallar un bosque
semejante, oportuno, en movimiento. Como hormigas, se mueven
las personas, los personajes de la simulación realizan un simulacro de incendio
civilizado: el humo no contamina el río de las almas.

La sangre no llega al río, se queda en el papel, no representa la herida, sino el golpe; hay una posibilidad
llana y simple de resultar útil, pero los consejos siempre están de más; la poesía
de la experiencia es un fraude.

Entra el Ángel, lleva una pluma en la mano, pero no de sus alas,
es una pluma estilográfica.

Estamos sin dinero y escribimos sin parar, el bosque no nos deja ver;
por nuestras venas se desliza un espejismo versal, nuestra fraseología, algo hueco y sin entorno,
así es la poesía que entendemos: fotogénica
y universal.



martes, 10 de diciembre de 2019

reino


Había rezado de rodillas al lado de la cama,
con la mirada perdida, concentrada en la oscuridad. Había
rezado todos los días con la mirada doblada como una camiseta, los ojos
vueltos hacia dentro.

El milagro sucedió, y fue estrafalario:
se disolvió la materia, el paisaje interior suplantó decididamente a la esfera cotidiana y la soledad
atracó su barco pirata, aterrizó
su avión nodriza en el mínimo espacio de la ausencia.

             Y conoció la verdadera noción, el hecho divertido,
inusual y conveniente, la sensación inútil de la soledad. Se halló. Sola sobre
la faz de la tierra, sola en aquel espeso titular, aquel encuadre fotográfico, aquel nido
unifamiliar. Sin familia. Sus padres desangelados por aquella ley de fuego. Ella,
angelical, desposeída pero dueña, desterrada
pero ¡qué dulce hogar!

Sola pero en casa. Aterrorizada por el ruido farsante de una fantasmagoría
mecánica, una aviación fantasma, el molesto silbido del expreso de las doce llegando a la estación
una hora antes de las doce, un rato antes de cualquier
lugar, con el pasaje desintegrado, los vagones ardiendo.

             Hay un jardín para la soledad donde dios existe un poco,
un poco como si no estuviera allí, como aerodinámico y algo estirado, subyugante; una deidad
acomodaticia, leída, el ser supremo de un vacío lleno de calles vacías, canchas de basket vacías,
cines vacíos que dan películas de acción sobrenatural.

Ella había rezado, con su camisón y su destino, descalza en su habitación
real, en su cuarto creciente, aumentando de tamaño según avanzaba la oración y las chimeneas
aullaban su estropicio de carbón helado.

Y su padre y su madre sometidos al efecto
extraordinario de la desaparición, el acto conciso,
ansible del desvanecimiento, la transmigración de las almas hacia un balneario
suizo situado en otro universo radicalmente sujeto a la física lineal del silencio, paraíso
de asmáticos y pobres de espíritu, ¡oh, reino de gigantes!



domingo, 8 de diciembre de 2019

apocalipsis 10:1-7


A veces es necesario escribir
solo por dar noticia; aquí nadie escribe, pero Destiny® sí, produce una novela como si fuera
un beat, su novelística es tan deportiva, tan poco apocalíptica.

Este papel es caro, este cristal líquido ha desparecido. La nómina
clásica de Emily no aumenta; desde que no hay editoriales y el polvo seduce los caminos del espíritu
o induce un clasicismo intermitente. Desde que la bohemia
se ha reducido al monasterio, ha tomado los hábitos y ha superado las adicciones.

La tinta es adictiva, incluso cuando no se ve; la tinta invisible crepita en las esquinas y las circunvoluciones
cerebrales, sella y descubre el sentido de la vida, aporta su argumento
intachable. La tinta corre por la piel como una lágrima,
como una gota de sangre corriente. Se ha escrito tanto sobre la sangre que ahora
los ríos parecen ladrillos triturados y la nieve parece
un banco de coral.

Se dice que los Ángeles no lloran porque
en sueños ni se ríe ni se llora (ni tampoco se dice la verdad). Destiny® abre la boca y su llanto es un reguero de inocencia,
entroniza accidentes geográficos, rehace edificios derruidos, causa un terremoto
en tierra de nadie, donde nadie lo ve.

La noche ha percutido como un meteorito; lanza una breve
historia de la humanidad a 300.000 kilómetros por segundo, pero nadie la ve. La historia se compromete
a vaciar de sentido cada instante, promete una destitución, algo
experimental y reversible. Los Ángeles han vuelto a casa,
donde no llueve nunca y las paredes rompen a volar.

El mundo es un museo y las personas son parte de él,
parte de la representación agónica de la realidad. Nada es real cuando todo sucede al mismo
tiempo; no es posible escribir,
pero debes hacerlo, Destiny ®.



jueves, 5 de diciembre de 2019

the rip generation


¿Cuánto vale el tiempo del poeta? Algo más que su silencio. Ni siquiera
el beso tímido del Ángel, la sonrisa retórica del Ángel, su renuncia. Destiny® no sonríe,
acostumbra a terminar las frases con una débil invocación, un visaje medio arisco, arco de medio punto,
Cheshire, luna desmembrada.

Medir el tiempo, extraño afán:
medid una montaña. Medir una montaña es síntoma de un desorden
creativo, evidencia una necesidad compulsiva, desordenada y exacta. Un verso mide lo que dura su aliento,
lo que dura el misterio del sonido al tantear la compacta mansedumbre de la roca,
sobre la dulce palidez del agua.

Destiny® arquea el resultado del viento, su arco es
técnicamente un soberbio trabajo equiparable a una katana de Hattori Hanzo (medio punto
para ella). Capaz de acertar en el blanco a doscientos metros con toda precisión y coraje, arma
encantada.

Ha conseguido hacer diana en la mitad del verso,
en la cesura íntima y formal, ha logrado desbaratar el sentido del mensaje,
introducir un elemento azaroso, un principio de incertidumbre general en la marca: así se deconstruye
el pensamiento.

Ángeles de mirada angelical, sonada
y catastrófica, de mirada perdida. El poeta ha puesto el tiempo en almoneda,
su mejor distancia, su canto independiente. El precio de salida es un beso, pero no un beso de amor,
sino un beso excedente, el arquetipo de la soledad, como un reflejo
hecho de piedras rotas en la superficie del lago, hecho de saltos nimios,
y caídas.

El tiempo es una muerte secuencial, un tropiezo, y los días se parecen,
circulan misteriosos como el sonido del arte, su desarrollo analógico; el poeta tropieza
con grandes materiales, sangra en el espacio, no vale nada: ah, si la vida es un regalo,
si no respira ni siente el egoísmo de su generación.