relatos, apuntes literarios...

domingo, 27 de septiembre de 2020

llueve (partido por dos)

 

Destiny® viendo El Exorcista (primera parte). Destiny® leyendo El Resplandor.
Confraternizando con Regan, confraternizando con Danny, con esa especial fraternidad obrera
propia de los peones de ajedrez (o en Ferdydurke).
 
La vida familiar, cotidiana y segura.
Considerando que el Mundo no existe.
Teniendo en cuenta que el Universo (que no existe) puede ser definido como
una función de onda.
 
Un Ángel como ella puede
trasladarse entre burbujas, branas o simplemente entre realidades
simultáneas sin necesidad de emplear ordinarios agujeros de gusano, gadgets paranormales. Un Ángel como ella
posee propiedades inmutables,
da la talla de la divinidad.
 
Domingo por la mañana en un lugar cualquiera, sin espectáculos
naturales a la vista, sin producciones cinematográficas de la naturaleza ni depredadores
persiguiendo hamburguesas de cebra. Nubes
que contraen deudas de humedad con el ambiente. Alguien pide al cielo que deje de llover, que llueva
torrencialmente, alguien se descuelga con una rogativa
poderosa, un truco de magia, un Koan Zen; y el zahorí renueva su plegaria
agnóstica, su búsqueda taumatúrgica, su particular
renacimiento.
 
Destiny® encuentra el capicúa de su humanidad, la fórmula
completa del desayuno inglés. Ha trazado un tímido arco de compás con los dedos
índice y pulgar, un mecanismo que funciona. Su rostro
desciende a la materia: dientes perfectos como constelaciones,
ojos sumidos en el tártaro de la incertidumbre. Y el Mundo que no existe, pero llueve
(primera parte).



viernes, 25 de septiembre de 2020

pensamiento y barbarie

 

Duermes y te acribillan a balazos. Estás soñando
y te fríen a tiros, te alcanzan a mansalva, con alevosía, con saña. La muerte
duele como algo realmente perfecto. En el sueño, la muerte no es real, es solo un simulacro inoportuno,
queda pendiente de algo, algún documento, alguna cruz. La sangre palidece como un rastro
en la nieve, surge del pensamiento como una fotografía en blanco y negro.
 
Estás tan tranquilo en el poema, imaginando, salivando
junto a una deliciosa ensalada de verbos, regurgitando la probidad académica de tus renglones, esa horizontalidad
cabal del horizonte estético, esa publicidad luminosa y hermética, ese ansia culpable por formar
parte de la jerigonza editorial. Y van
y te disparan en la nuca, y te estalla el primer verso y lo pones
todo perdido de sesos biempensantes.
 
Piensas en ella a todas horas, estás pensando en ella como un poseso,
poseído de una estupidez heroica, coronándote en la materia; ahora que solo respondes ante el amor
y su beneficencia, su espíritu corriente y tan común
como una mañana de domingo, su alma tan cualquiera derramada en salvas
impactantes, campanadas de fiesta, descargas de una alegría tan simple como el oleaje, ahora mismo,
cuando solo tienes una cosa en mente y un único esfuerzo requiere tu entereza. Entonces,
te disparan a bocajarro y te aciertan de lleno, y no llegas a articular palabra,
ni siquiera la palabra amor.
 
Paseas, alardeas, tienes bajo los pies una tabla de skate, registras
tu récord de velocidad, los ojos se te salen de las órbitas, las manos se te hospedan en el viento,
piden hora en la pista, la voz te da de baja los sentidos, el verso
te acogota, te silencia, te pone contra la pared y te cachea como un auténtico policía ful. Y tú, festivo, festoneas
la realidad con actitud a ultranza y tu risa florece en el asfalto. Piensas en el sol que luego
baja las persianas de la tarde y oscurece el mundo con su abrazo. Pasas y recibes el primer
disparo en la rodilla como una rosa clavada en la rodilla, y el segundo ya te crucifica,
cristianiza tu costado, te civiliza a la vez que te corta la respiración.
 
Sabes que la muerte ha comenzado a derribar tu estatua, pero estás
como muerto, en brazos de la apnea, honrando el dominio de la soledad absoluta,
siervo del infinito que saluda tu quietud. Y entiendes que te han asesinado, que la vida era esto,
apenas un recuerdo imperdonable, un sueño en falso: alguien que mira a través del cristal, que te mira de frente y te remata
con todo el duro nervio de su corazón.



jueves, 24 de septiembre de 2020

imaginar un arpa

 

Oh, volar, escribir a vuelapluma (como se vuela),
anotar el trayecto de un cohete espacial en ruta hacia la confusión; esta metafísica
incide en el comportamiento. Ser un pájaro o –menos probable– un monasterio levitante e ingrávido,
alzado en vilo por una fuerza lejana, algo remotamente poético y fuera de foco.
 
Más fácil, ‘hecho es simple’, anunciarse divino emisario y residir en ese preciso momento,
varado en concreto en esa curva poco pronunciada de la Avenida, hallarse en ese instante congelado
bajo el sol ausente, insinuando una sonrisa interna, un rictus
medular y extraño al organismo.
 
Manda el instinto, ayer atrofiado y destenso, contenido en un movimiento
anímico, inscrito en el papel pintado de las cuatro paredes del alba. Estos son los poderes del Ángel:
su integridad astral, su vis platónica, su alquimia aventajada.
 
Hace tiempo que el amor se suponía
inerte, desangelado como una marioneta felizmente real; el tiempo
es pura metafísica, puro atrevimiento y su ímpetu
forma burbujas de elocuencia. Todo arrastra su edad, su brevedad alícuota y su anemia, hasta
el futuro se jacta, frente a su propia infantil monotonía, de poseer la llave de la historia.
 
Escribir que se muere (y de la muerte), inmiscuirse en semejante estado
elíptico, carne de camposanto; quién no ha surcado el mar del infinito,
profetizado la ceremonia de la confusión, agradecido el aroma reciente de la fresca madera
de pino, la cercanía del satén, el cielo raso
sobre los ojos ardientes, el cese cautelar de la esperanza.
 
Dar por supuesto el aire, imaginar un salto, un arpa
extendida en el vacío. Divulgar un secreto entre las flores, encajar un golpe de suerte, besar
la noche con los labios vueltos. El miedo imita al arte. Todo es sustancia: también las almas saben
darle la mano al viento
y desaparecer.



lunes, 21 de septiembre de 2020

objetos poéticos no identificados

 

¿Cómo voy a creer en dios si él no cree en mí?
(Destiny®)
 

Es la ciencia ficción de la literatura, un experimento anticrítico
hecho al buen tuntún. Más o menos en los albores del siglo veintitantos,
rebuscando en la basura espacial. Hacerse con un cristal líquido interesante, algo nítido
donde decir la verdad sin que rebote.
 
Decir la verdad es demasiado pesado, es de un pelma vitalicio,
extenuarse con los procesos propios del ser, humanizarse tanto, es una invitación al desaliento. Huyamos también
de las cargantes cuestiones de actualidad: imposible actualizarse;
descargarse una aplicación intuitiva e inservible es lo mínimo, es el mínimo
común eliminador.
 
Qué avanzados, nuestra avanzadilla, nuestra huída hacia
delante; We Are The Squad, tenemos un trato con Ilhan y Alexandria, un pacto a través
del espejo. El poema se rebela y adquiere tintes de protesta
revolucionaria, de tanteo pugilístico, un directo al pómulo de la reacción.
 
Se nos resbala entre los dedos, cae al suelo y se mancha de salsa
barbacoa, se pone perdido hasta los huesos: el verbo ya no significa, existe como probabilidad,
como espectáculo privado, como intentona y premonición. Sufrimos una hemorragia
de acentos, una miscelánea de olas veraniegas
duras como palabras fuera de contexto.
 
En el poema se consideran alternativas, interpretaciones
radicales, se validan los versos con una cruz a la izquierda; hay un criterio Baudelaire, un crítico
que admira a todos los demás. Nuestra filosofía aparece
desnuda ante las fieras como un cristiano en el circo. Creemos en la noche que escala constelaciones
y montañas. Hemos perdido el Arte en un apeadero. Preguntamos por dios
en objetos perdidos y el funcionario nos mira con desconfianza.


sábado, 19 de septiembre de 2020

ángeles entre nosotros

 

Siempre la Historia, incluso bajo el puente infernal del Paraíso,
bajo la nube incrédula del recuerdo. El planeta registra anillos de interés
como un árbol amable. Arranca en nuestra mente el sistema operativo del cosmos; la inteligencia es el combustible
de la naturaleza, no el amor.
 
             Destiny® y su naturaleza amorosa, a consecuencia, tal vez, de su hermosura, pues hoy
             aparenta dieciséis años (en el verso). Suscita dudas
             en la escalinata de las tríadas, su interior declara diversas propiedades: mariposa, flor, abeja laborista.
 
Pero el mundo ya tiene su respuesta, su res beligerante, su náusea. Extraordinarios
sucesos que despiertan manos dormidas, plumas derribadas, lenguas muertas.
 
Surcos encarnados: uno de ellos, 16 de septiembre de 1976, un nombre, María Claudia. Es preciso detenerse
en cada uno de ellos, en uno de ellos, en éste.
 
             Destiny® planea un escarmiento,
             fuego por doquier, erupciones solares, teofanías derramándose, el apocalipsis sobre los rostros
             de una turba de hienas. Vida inhóspita, ¡se atreve a poner en jaque a la palabra!, a digerir la voz del cuervo.
             Ah, veréis poemas como corazas, amurallados como la gran muralla, acorazados como vehículos acorazados,
             arpados o cortantes como espadas imperiales; armas terribles, almas
             despóticas unidas a la implacable voluntad del demiurgo.
 
El dolor es una decisión impersonal. Nos duelen el amor
y la electricidad, nos duelen los alicates y las pinzas, nos duele el corazón antes de pararse,
y antes de dejar de respirar nos duele el aire. Como duele el espíritu que trama una venganza
atroz, como duele el periódico de ayer, las cruces que nos faltan, las películas mudas rodadas a través de una noche perpetua,
los discursos. Duelen los uniformes, y las medallas lastiman, oprimen los galones y atormentan los ojos
siniestros y rapaces, la oscuridad grapada al labio con tachuelas de odio.
 
Sentimos esta carencia que nos sobrepasa, soportamos esta carga
humana dondequiera que nos lleve el destino, también de vacaciones, también al trabajo, al colegio, a la compra,
eternamente a cuestas con este peso vivo, esta belleza que no deja de nacer, de crecer y recrearse, de gritar
su nombre: ¡María Claudia Falcone! para que no desaparezca nunca de la Historia.



jueves, 17 de septiembre de 2020

metaforia

ꟷDeclaremos una moratoria a las metáforas.
ꟷUna metaforia.
(‘La extaordinaria familia Telemacus’, de Daryl Gregory)
 

Sol, injusto sol, este sol
tipográfico que, sin embargo, calienta. Algo ha salido mal, alguna capitulación
habrá tenido lugar. Algún tropiezo estético. Terrones de azúcar, torreznos, terrenos sin calificar,
polvo en suspensión y polvo en construcción, andamios 
abandonados y edificios en ruinas. La casa y su esqueleto, sus huesecillos
tímidos, su situación.
 
Abrimos el plano, lo desplegamos cuidadosamente y ahí está
dibujado en el aire, rulando en el vacío: un hogar. A la intemperie ahora, pasando frío sin disimulo,
erguida entre las sombras, la casa bulle de actividad; roedores e insectos, ráfagas de viento,
aluminosis en estado embrionario, un techo para la soledad.
 
Desde que el cielo dejó de ser habitable, hasta los ángeles
ponen la manita. Desclasados y desposeídos: ah, contribuyen al calentamiento
global. Destiny® tenia que salir en esta ruta hacia el misticismo, este capítulo de la verdad. Ella tiene
una habitación enorme, tenía una habitación entre dos continentes, un océano de posibilidades; ella
se levantaba a las tres de la mañana para espiar a dios. Pero algo
salió mal.
 
En primera instancia, el tiempo. Hace tiempo que la tierra
es un espacio inclasificable, el terreno neutral donde se dirimen diferencias de temperatura y color. Todo
esto significa que un Ángel no puede morir, pero puede incendiarse
(con el tiempo).
 
Llueve y las manzanas caen al suelo sin intermediario, garantizan un pensamiento
fecundo, son manifestación del desapego de la naturaleza. Destiny® se apresura, tiene trabajo de sobra,
es una patriota norteamericana y sus hermanas viven en una jaula
y hablan en español. Necesita una metáfora imperfecta para describir el sentido de la vida,
su ubicuidad estelar, necesita un espejo
que no atrape el fulgor de su memoria.


martes, 15 de septiembre de 2020

cuánto cielo

 

Hoy ha vuelto a estallar el universo. Casi sin publicidad, sin trucaje ni efectos espaciales.
A veces se despide con un beso.
Dicen que a veces se despide con un ¡bang! que enrarece el aire y deja en el aire un olor a chamusquina.
Cabe interrogarse por el último
poema, por el último paso de ballet. Entonces: ¿se tuvo en pie su última novela?, ¿hubo
más de un ladrillo, qué paredes, cuántas manos de pintura?,
¡¿cuántas manos?!
 
Destiny® detecta
proyectiles como tiros de gracia, misiles paradójicos de alcance
relativo. Capta en su radar cualquier operación paranormal,
cualquier insomnio salido de madre, cualquiera de los muchos pasatiempos inocentes de las almas,
toda la esperanza, la eterna suma de ambiciones y despojos.
 
¿Tenemos, acaso, noticia del sufrimiento? Es preciso preguntarse por el cielo
desaparecido, hecho prisionero por la noche, por las nubes condenadas y ocultas, perdidas
en cada íntima masacre, cada holocausto interior.
 
Ay, venimos a este mundo sin instrucciones, sin tutorial ni mira telescópica, y nos vamos
como se cierra un elemento emergente. Contraemos
virus naturales que nos hacen más fuertes, abrasamos el césped, lo cortamos, nos cortamos las venas,
abrazamos el absurdo de la oscuridad con dedos retorcidos,
silbamos al paso de la historia.
 
Hoy estamos con Emily bajo su altar
de picas, su as de sombras, ejecutamos una trampa inútil, tentamos a la suerte, barajamos despacio. Nuestro
verso es el epítome de un recuerdo fallido, es más un lagrimeo
espeso, hastiado del burdo destello de la renunciación. Oh, la vida es un remanso
de origen imprevisto, una forma de hacerse notar en la galaxia. ¿Qué sabrás tú de dios,
Destiny®, si provienes del arte, si has nacido en los párpados del fuego?


sábado, 12 de septiembre de 2020

el plan del infinito

 

Qué coincidencia. Una conciencia ante el espejo se siente
extravagante, se siente general y femenina, tan moderna; un alma reflejada
en el cristal: ¡traigan un extintor!, una manguera de agua cristalina, que descuelguen el cristo
de la pared del dormitorio, que se haga ya de día, por favor,
que alguien dé a luz algo de luz.
 
La obscenidad es gratuita, los árboles son gratis, como el aire, como la realidad;
Emily ha sobrevivido y parece mentira. Su voz soporta el ecualizador de la materia viva,
vive y glorifica la sombra de las flores, su voz es una combustión de rosas, cubre un paraíso
apartado, nombra a la hierba por su brillo. Hemos bautizado un acre de hierba para pasto de bueyes,
erial inmarcesible; es un terreno ingenioso,
creativo y nada fértil, es un yermo precioso, semejante a un rayo de sol,
a una fase cualquiera de la claridad –es decir–, a una rebanada del tiempo transcurrido
entre el incendio que viene y el plan del infinito.
 
Sin disimulo, las almas fortalecen su pasado. Los Ángeles las acarician,
abren para ellas un camino a la ausencia (de dios); en el distrito solo el humo es eficiente. Las chicas
fuman, sus estómagos se inflan, sus pechos contribuyen a la historia de la ciudad, sus manos. Ellas
suspenden su incredulidad a la vista del fuego, han oteado el descenso de la noche,
testigos del espacio.
 
Mañana los ancianos volverán al cementerio con sus flores
inciertas, los cuervos llorarán de alegría al verlos tambalearse entre las tumbas, todo ese
mármol, esa montaña de huesos, ese olor a campanas. En la celda, el preso
colgará los hábitos y saldrá a recibir el frescor tímido y audaz de la redención.
 
Qué maravilla. El cuerpo se resigna, su nombre es su apariencia, su nombre
es un pedazo de silencio tirado por el suelo, una respuesta con la mente en blanco. En aquel centro comercial
tienen de todo, vas y te atienden (no te entienden), te venden y te compran. Y tus ojos orbitan
necesarios, tus pies ingrávidos se elevan y compiten con la soledad (que es un orbe en ascenso), rozan
la extraordinaria levedad de la forma, forman caravanas de lluvia. Hace calor, pero el granizo
acecha como un lobo escuálido, el frío se protege de los hombres.
Y los hombres colocan crucifijos por el mundo
estratégicamente.


jueves, 10 de septiembre de 2020

proforma

 

Permanecer ajenos, debidamente irresponsables,
introvertidos como electrodomésticos. Estirar luego las antenas y auscultar
el cielo abierto registrando cada procedencia, cada latido de la noche. Escribir un diario
con faltas de ortografía
y de rigor.
 
             Llevamos la piedad entre las cejas,
su ceremonia nos cautiva, nos aturulla. Pelamos el plátano de la paciencia, leemos
cartas devueltas a su remitente, cartas de tarot, esquelas prematuras y perlas de la catequesis,
farmacopea abstracta y otros productos de la psique.
 
Ah, es la poesía la que enarca nuestras cejas y deja las suyas en silencio. La poesía
es un arte proforma (sin resultado artístico). El arte suele ser
remiso. Punto. Se adjudica la mano prestigiosa, la suerte agónica del principiante (el ful de reinas/dieces que te esquiva),
hace un corte falso en tus narices o te adivina el pensamiento
(siempre que no lo hubieras pensado todavía).
 
Vas a un museo cualquiera y el artista te ha adivinado
el pensamiento con flagrante alteridad, te ha robado la idea aproximada, el 6 y el 4 y el flash del millón de dólares;
esa Gioconda ¡era tuya!, era tu obra en llamas, apenas bosquejada pero ya en la antesala de un bosque
autóctono de orondas vides y rosas curvilíneas.
 
             Mejor ocúpate de tus asuntos, esparce tu semilla sobrenatural,
exhibe tus poderes notariales, la exitosa mutación que te precede, ese cubismo tuyo tan deforme;
permanece a la escucha del universo, su fondo de microondas
ronronea en exclusiva para ti, su espectro expectora
polvo de estrellas en tu oído, te augura la maestría industrial definitiva,
la performance destructora de mundos. Solo has de medir el espacio habitable entre dos cabezas huecas,
el tiempo entre dos tablas de planchar.


martes, 8 de septiembre de 2020

la fe es la gimnasia de los ángeles

 

Si dios es un holograma, el resto del universo
debe ser real. Dios es la huella, el caso no resuelto, lo indestructible de la naturaleza. Su risa
asombra nuestros sueños, sombrea la fatalidad que nos pertenece, su silencio
gotea como un grifo estropeado.
 
Destiny® ha pensado esta noche
antes de rebotar en la roca; rodilla en tierra, simpatiza con la oscuridad. Viene
de algún lugar intermitente, de algún palacio negro,
su rostro se proyecta desde la lejanía como un remake del paraíso:
arte y ensayo, dogma y error.
 
Andar resulta fácil, distraído, rima con las estrellas, el frío
gobierna con su impacto; recuerda la ferocidad de las estaciones, el ruido, la somnolencia provocada por el hambre,
el estricto sentido de las leyes. La noche ha pronunciado su nombre
metafóricamente.
 
Amanece la amnesia gravitacional del Monasterio, su affaire con las alturas,
su viabilidad. Nada nuevo para el Ángel. La lucha es el destino de las almas
(miembros devorados, lenguas bífidas y cuentos de los hermanos Grimm), el miedo, la herramienta
de los hombres, el mortero que aglutina los designios del cosmos, su práctica
inalterable, la meritocracia que nos atañe.
 
En presencia de dios, la gente sigue su camino,
vocea sus victorias, se apalea, pretende un sucedáneo bastardo del amor, hace sus pinitos en el crimen;
frente al soberano altar de las lamentaciones, aparcamos nuestros autos,
blasfemamos con saludable energía.
 
Los Ángeles también hacen gimnasia. Destiny® se arrodilla,
no por servidumbre ni pánico, solo compone una figura sólida
y espera a que le alcance algo de luz.


sábado, 5 de septiembre de 2020

minimalista

 

En la cima del mundo
hay una fuente. Sobre todas las cosas, hay un libro. Todo
parece salir mal. La calle en cuesta con sus aceras de sanfrancisco, su cielo
azul espacio, su amanecer torrefacto. Una estrofa extranjera, un verso empobrecido con sus trenzas
color aceituna, su amarga historia, su apego contractual.
 
Las chicas están
institucionalizadas, llevan una bandera en el bolsillo, llevan
una constitución actualizada con enmiendas a la brutalidad, visten con desenfado
pero están enfadadas
en primera persona.
 
Oh, y salimos a cenar, la noche contradice su estilismo,
nos ofrece una biblia abierta por la página equivocada, nos ofrece un milenio
cultivado de estrellas, la verdad del silencio: cerveza y alguna confesión,
vodka y algún espejo roto.
 
Cuando ella lee
un libro en el andén, se retira la sombra, el aire
organiza una farsa de gravedad y altura. Tenemos cerca la comida y el Arte, la culpa nos rodea; entramos
al museo con espíritu severo, con lealtad, y contenemos la respiración
pensando débilmente.
 
Dar vueltas es una opción
minimalista y segura, no exige concentración ni acervo, no agota demasiado. Volar,
en cambio, mortifica como nunca, el avión puede caerse, las alas pueden detenerse. Así
que vamos a dar una vuelta: es que hace buena tarde para irse de la lengua,
otra tarde sin nada que perder.



jueves, 3 de septiembre de 2020

peregrina

 

Después de todo no es tan extraño que el campo haya atravesado el tiempo
para llegar hasta la puerta de tu casa. Estaba escrito; las margaritas no se pisan en vano,
la hierba no arde bajo tierra sin una buena razón.
 
Resulta que la tierra ha circulado, ha experimentado un episodio
tectónico, una impactante alteración catastral. Y con ella los objetos
deseados, los perdidos, los hallados entre la basura, los que el océano va sirviendo en bandeja de plata.
 
Ahora sales de casa a cualquier hora
y hay un tren esperando, detenido, una estación mil veces
clausurada, una vía muerta. Ahora sales del trabajo a cualquier hora del día o de la noche
y te encuentras en un vagón de ganado. El tránsito es la norma, es el patrón de la naturaleza, el núcleo de la vida
pasa ante ti como un millón de postes de telégrafo,
de pronto te echa encima el horizonte.
 
Después de todo, muchos sabían lo que iba a suceder,
conocían la historia de pe a pa, escuchaban la radio, rumiaban los periódicos; la gente
transportaba un meollo de cifras incompletas, iba con él a todas partes... La gente siempre
sabe más de lo que parece.
 
Entras en la confitería y notas la sacudida y el olor
del carbón. Entras en el bar y el pasillo está lleno de fumadores pasivos.
Vas a trabajar y el humo te entra sin permiso por las fosas nasales. Vas al cine y echan
una de vampiros
otra vez.
 
Algo ocurre. El universo no debería ser así. Tampoco
nuestra conciencia debería ser tan poderosa. Tampoco nuestra memoria
debería olvidarse de nosotros
tan a menudo.


martes, 1 de septiembre de 2020

la pálida temperatura del mañana

 

Este Mundo creciente que exhibe su grandeza,
laboratorio, enigma. Alguien tentado de escribir un poema sobre la luz del sol o una aleta
dorsal, alguien que camina de vuelta hacia la historia, momentáneamente
alejado del ruido, lejos de cualquier significado, oh,
insignificante como un rito moderno, como la vanidad en la cola del pan.
 
A la cola de todos los enigmas, yace el alma. Alguien
ha escrito su epitafio: el alma se muestra en su esplendor monástico, su retroactividad
divinizante. A los efectos, el espíritu figura en los anales de la gente. Somos espirituales
justo mientras vamos por la calle y pateamos el asfalto desnutrido y caliente; querríamos más tierra
entre los dedos, pero nos queda una flor.
 
Sobrevivimos a la ignorancia de dios, personas sin información. Nuestro trabajo
nos cuesta, porque no hay oficio que valga, no hay contrato
indefinido, ni dinero ni dónde derrocharlo. No hay niños jugando en el patio a la hora del recreo,
ni ondean las banderas ni arbolotean los pájaros rendidos hacia la libertad.
 
No hay parte alguna, ninguna parte es parte de este Mundo menguante que ya no está por ningún lado,
salta por la ventana; subimos a la montaña porque no hay nada detrás,
nada mejor que hacer, porque no hay nada en la memoria, nada en el futuro. Mañana
hace calor de nuevo, mañana hizo calor, fue un día memorable
para nadie.
 
Nos hemos perdido
la resurrección, y es una inmensa pérdida. Qué olvidadizos. Escapó de su tumba y echó
a correr calle abajo como alma que lleva el diablo; el espacio se reconcentraba y se desunía de pronto,
dislocado como una extremidad. Había tanto espacio para una sola nota, una misma
imagen recorriendo las estaciones de Alaska a Nueva Delhi, del Bronx al vertedero
universal. Una imagen corriente dando pie al firmamento: como dar la palabra
al primero que pase con una rosa de fuego entre los labios.