Soneto Incómodo
Harto de ser tan rico y ser tan pobre.
Harto de ser tan feo y ser tan guapo.
Harto de ser el príncipe y el sapo.
Harto de que me falte y que me sobre.
Harto de holgar y de batirme el cobre.
Harto de estar a gusto y hecho un trapo.
Harto de ser el poli en vez del capo.
Harto de que el milagro no se obre.
Harto del cielo y de que dios me guarde.
Harto de ser intrépido y cobarde.
Harto de no tener pies ni cabeza.
Harto de ser estrofa y verso suelto.
Harto de haberme ido y de haber vuelto.
Harto de la verdad y la belleza.
Lejos del céfiro y la flor de Gnido
Yo, que todo lo he dado por el arte,
lejos del céfiro y la flor de Gnido,
a la prosa me veo reducido
por puro y matemático descarte.
A mí, que llevo en alto su estandarte,
de penitencia por tocar de oído
-o sea, por comer haciendo ruido-,
me echan Las Musas de comer aparte.
Mas su desdén olímpico no frena
mi ansia de tener la tripa llena,
y me zampo su guiso tan contento,
masticando el tocino -que es en prosa
lo que en verso es la médula gloriosa-
con tal de hacer del arte mi sustento.
dentro del Arte es decir mucho más allá, lejos del fondo donde la crítica se obstina, en un lugar remoto que es el verso
jueves, 27 de enero de 2011
convivencia (con el gato de Schrödinger)
Sin embargo los gatos y su instantáneo glamour, su esencia ciudadana.
Un gato viejo pasa la noche bajo los coches;
es del tipo atigrado, de pelaje claro, blanco y naranja,
y flamantes bigotes que disfrazan cicatrices de mil contiendas infrahumanas,
de un tipo agradable, fotogénico, guapo;
se acurruca al calor mortecino de los motores apagados
y los pocos que advierten su coloquial figura
mientras se apresuran camino del trabajo
lo miran con envidia no exenta de fatal resignación
(es el gato de Schrödinger, que a veces nunca está cuando miramos).
En la ciudad conviven los seres que lo son
y las almas perdidas de los que fueron alguien:
los gatos con los peces y las personas níveas, también las máquinas.
Olores que se mezclan con aromas y dan como resultado atávicos perfumes,
sonidos ingredientes y sonidos básicos forjando un exquisito pandemónium,
líneas gruesas que fluyen y líneas indecisas que refrendan un estilo vulgar.
El pobre pide limosna al lado del estanco con un moretón en la cara;
los clientes entran y salen con urgencia del establecimiento,
ajenos por completo a la desoladora estampa,
solo algunos viandantes animan con deportividad su escuálido balance
y casi aplauden su hermosa representación del éxito;
él da las gracias con urbanidad cuando escucha el tintineo de los céntimos
y, al hacerlo, levanta la cabeza exhibiendo su marca de campo de concentración.
La herida es fea y prevalece en el tiempo,
como si alguien se dedicara a pegarle un puñetazo todos los días en el mismo sitio
(los no fumadores cambian de acera,
las madres porque interrumpe el paso del cochecito del niño,
los niños porque da miedo verle,
en general, la gente se describe en la trayectoria de su paso).
Sin embargo, el gato araña un papel de periódico, se come un titular incandescente,
y una paloma gris desciende de su tejado favorito parafraseando el cielo.
jueves, 6 de enero de 2011
mecánica electoral
Torquemada improvisa discurso electoral:
¡Votadme, hijos de puta, malnacidos!,
y los feligreses ponen de inmediato a sus santas madres en remojo,
tal es su sintonía con el líder.
Así bufan los transistores de la mañana vernal
desencadenando un niágara de ondas jorobadas
sobre la flota de taxis y las paradas del bus.
Contra las farolas, pugna un pedazo de luna entrometida.
Los trabajadores acarrean su pesada mecánica por las calles
imbuidos aún de la mentalidad del sueño,
ese factor de irrealidad donde pobreza y dolor se difuminan.
El candidato raya el disco por enésima vez;
roza la virtud con una palabra discreta y la niega de súbito con otra más precisa,
suplica profundidad y apenas chapotea en los peores charcos de la historia.
Diversas percusiones intoxican los tímpanos.
La sociedad se agita en sus elevadas catacumbas
con la zarabanda que parece un círculo vicioso
o un circo americano de fieras y payaso aterrador.
Los primeros perros esparcen su alivio
por el escenario milimétrico de las humanidades,
con sus amos, tan serios, intentando eludir la vigilancia ciudadana.
Hay un espasmo de fecundidad en cada oscura roca.
Una frecuencia literaria invade con sus grandes sentimientos el paisaje común.
Entonces, todo el apocalipsis baja en piadosa manifestación
acaparando el ancho de la vía láctea.
Falsos aquelarres tienen lugar.
¡Votadme, hijos de puta, malnacidos!,
y los feligreses ponen de inmediato a sus santas madres en remojo,
tal es su sintonía con el líder.
Así bufan los transistores de la mañana vernal
desencadenando un niágara de ondas jorobadas
sobre la flota de taxis y las paradas del bus.
Contra las farolas, pugna un pedazo de luna entrometida.
Los trabajadores acarrean su pesada mecánica por las calles
imbuidos aún de la mentalidad del sueño,
ese factor de irrealidad donde pobreza y dolor se difuminan.
El candidato raya el disco por enésima vez;
roza la virtud con una palabra discreta y la niega de súbito con otra más precisa,
suplica profundidad y apenas chapotea en los peores charcos de la historia.
Diversas percusiones intoxican los tímpanos.
La sociedad se agita en sus elevadas catacumbas
con la zarabanda que parece un círculo vicioso
o un circo americano de fieras y payaso aterrador.
Los primeros perros esparcen su alivio
por el escenario milimétrico de las humanidades,
con sus amos, tan serios, intentando eludir la vigilancia ciudadana.
Hay un espasmo de fecundidad en cada oscura roca.
Una frecuencia literaria invade con sus grandes sentimientos el paisaje común.
Entonces, todo el apocalipsis baja en piadosa manifestación
acaparando el ancho de la vía láctea.
Falsos aquelarres tienen lugar.
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