domingo, 31 de enero de 2021

el final del camino

 

Solíamos recostarnos en algún lugar, nunca el mismo. Solíamos
ver pasar trenes diferentes. Al día siguiente, un meteorito, algo bastardo inventado
para soliviantar nuestras mentes infantiles. La opción
número uno era leerse el libro de la semana, luego repartíamos
golosinas entre todos, jurábamos por lo bajo.
 
La luz entonces tenía otro sabor, constaba, entonces, de otros elementos
básicos, otra manufactura. Para empezar, venía de otro mundo. Nuestro
mundo giraba alrededor de una métrica
inconsciente, un cuarteto vagamente
adornado.
 
Éramos felices como un reino, felices como un arma
blanca, como un desembarco aliado, cortados por el único patrón de la noche,
invencibles a la cruda manera de los cobradores. El futuro acordonaba nuestros sueños, establecía una guardia
insobornable, suspendido sobre nuestras cabezas
como un falso reflejo de la vida.
 
Cada día salíamos de casa hacia la ausencia, hacia una sensación de desarraigo que era
como el café de la mañana, que era un estado de necesidad. Nuestros
pasos seguían la ruta del insomnio, una pauta sonámbula, un peregrinaje
sin rumbo. Al final del camino, un Ángel con sandalias de plomo
(ojos árticos).
 
Entrábamos en el pasado con la capucha puesta, solíamos
acostarnos como si hubiéramos caído, y la gente venía a levantarnos del sitio, venían
las abejas, los gorriones, venían las barras de los bares, las puertas de los cines, los órganos
cautivos de los templos, hasta el viento se acercaba
a nosotros y nos soplaba al oído
su promiscua, chiflada melodía.



jueves, 28 de enero de 2021

página 2

 

Tuvimos noticia de la belleza y, luego, vimos amanecer. Destiny® nació, vio la luz
(en qué paréntesis de lava fría, qué isla) cerca de los acantilados de otro planeta, asomada al desfiladero
sin fondo (al fondo, el mar). Desplegó unas alas
únicas e invisibles, súbitas también, áticas también, y con cada impulso cubría una distancia
imponderable, cada aleteo dejaba atrás un mundo,
dejaba atrás el Mundo.
 
Verdad que no nos los esperábamos,
sumidos como estábamos en la desesperación del licor, la vorágine animosa,
sórdida de las drogas, en la politoxicomanía del arte (atte.), atentos a las nuevas exposiciones,
recitales, presentaciones de libros –y actos metaliterarios
hic et nunc–, sucesos culturales que vienen a acometerse en librerías y otros
sótanos profundos.
 
Ya nos veíamos encerrados en la perrera sin mover un músculo,
como muertos de terciopelo o muñecos de peluche, inmóviles durante una eternidad, rozando, rezando.
 
Ya nos vemos perseguidos
por jaurías, o en un piso 25 asomados al éxito (al fondo, un río) de la Avenida, dominados por el odio,
víctimas de la razón, sin un trozo de pan que llevarnos a la boca, compitiendo por el bocado
hambriento y la lata de cerveza sin alcohol.
 
Arte poroso y comestible, dinamitando todas las neuronas, explotando como una supernova
mental hacia otros sistemas planetarios, en una zona de formación de estrellas jóvenes como demonios vestidos de azul.
Ensordecidos pero sensibles a la dignidad
perdida de la poesía.
 
Destiny® ha nacido y viene, ya viene profetizando su inocencia y la nuestra,
nuestra decepción. Coronada de flores, crucificada –metafóricamente– en las redes
sociales, tan hermosa como un libro abierto por la página dos. La tenemos enfrente con toda su milagrería,
todos sus útiles de locura, todos sus ojos, la tenemos del lado de la oscuridad,
juntos como sombras alcanzamos la noche, luego,
vemos amanecer.



martes, 26 de enero de 2021

todo el mundo

 

Cada persona y su espacio natural,
su distancia de sí, su delirio autoinmune. Muere un universo
completo, su cadáver apesta, se interconecta con la sobriedad del paisaje consciente. Nuestro
universo abarca una lectura apresurada de la realidad, algo de sentido del humor, un bote de remos,
abraza la nostalgia de la tierra, la vastedad cronometrada de la bóveda
celeste, los papeles pintados que rivalizan con el haz de la tormenta.
 
La suma de las burbujas personales
constituye el mundo (pero no todo el mundo). Nuestro unicornio difiere del tuyo, nuestra brujería
tiene menos poder, el tamaño de nuestra galaxia es insuficiente (infinito menos uno), es menor. Nuestro
licor no embriaga tanto, nuestra cerveza es más rubia,
¡nuestro cuerpo no pesa esa barbaridad!
 
Hace tiempo que vamos a morir. La gente se muere como si fuera a la compra,
como el niño que olvida el recado de mamá. La gente muere a paletadas
en cualquier estado de conservación, cualquier estado civil. A pesar de todo,
no existen los milagros.
 
A veces nos morimos a las nueve de la noche (una hora decente). Lo explica
la literatura con lujo de detalles; los cementerios aguardan el ruido de la pala
excavadora, la fosa común espera su contacto, el contrato diabólico. Son pompas de jabón
que estallan con violencia revolucionaria, se rebelan, describen un proceso
fotográfico, una cinematografía interior.
 
Personas inválidas, bellas durmientes, todos muertos al pie del Everest. Cada persona a su espalda,
cultivando un temblor de rosas lívidas. Este universo
aprieta un poco, hay que sacarle el dobladillo, habrá que ponerle rodilleras.
A este universo le sobran cerraduras y le faltan botones
para el frío que irradia tanto amor.



sábado, 23 de enero de 2021

noticias al principio del fin

 

Hacia el año 3000 de nuestra era
se escribirá el último poema. Esta filosofía amenazante cuenta que la Historia es el camino más corto
a la felicidad; Destiny® profetiza ralentizando las palabras,
encuentra el tono exacto superando a Eminem (no a Logic).
 
Pues la poesía conduce a la belleza, pero no forma
parte de ella. Buscar la belleza en el verso es un error –error 504; el verso advierte de que existe la belleza,
señala dónde iniciar la búsqueda, en qué cubos de basura, por qué tupidos
bloques, en qué lupanares o iglesias baptistas, bajo qué mosaico
vegetal.
 
             Libros que habrá que leer: alguno de Emily D.
 
Entonces, la belleza ocupará su trono
adinerado y todo resplandecerá con la imprudencia del fuego, con el pálpito
crítico de una estrella independiente; el azul dará paso a un color negro pálido y las nubes
abdicarán de su grandeza, la hierba.
 
Campo reverdecido, césped cubierto de nieve (e invisible tal vez), casi una glauca pradera
pisoteada por manadas de elementos químicos con tronco de bisonte, dioses con cuernos de grafeno,
piel moteada y pezuñas de zinc.
 
Habitábamos las casas bajas y escuchábamos el clap del paraíso (y el polvo). El cielo se cernía
sobre nuestras ilusiones, pensábamos en todo lo que teníamos que recordar,
nos pasaban cosas instructivas, destructivas, cosas urgentes,
insípidas como un puñetazo en la boca.  Entonces, hacia el año 3000 de nuestra era, la gente construyó
una nave interestelar y experimentamos la conmoción del arte.
 
La felicidad llenó el vacío de un hiperespacio feliz y la belleza
aparcó su gigantismo frente al vado del paralítico porque (éste) –de milagro– había echado a andar. Destiny®
rotuló las barras inmediatas, surcó the new basement tapes, inclinó la cerviz majestuosa
y voló como una sombra que hubiera derrotado a la bella, infinita,
eterna luz.



jueves, 21 de enero de 2021

parábola

 

Jugadora de baloncesto:
                                        lanza a canasta
                                                                   lanza a canasta
                                                                                              lanza a canasta.
 
Destiny® observa el gracioso movimiento, la suspensión armónica,
la mecánica de tiro, hace una prueba y encesta un triple simultáneo en todos los aros de todas las canchas
del planeta, 3n puntos, un triple unánime que destroza los tableros de Brooklyn,
rompe las redes con ese swoosh característico de la pelota que no roza el aro (¡choooof!).
 
Destiny® mide uno sesenta y ocho sometida a la gravedad
terrestre, en Marte alcanzaría una estatura de 1,85 metros (una base prometedora). Ahora
fluye una base de Apollo Brown;
D. sueña un rectángulo infinito:
                                                      bota el balón
                                                                                 bota el balón
                                                                                                           bota el balón.
 
Parece que suena Lolo Zouaï,
parece. El mundo es un lugar desenvuelto, aquí se sintetiza:
los arbustos, los patios, los relojes. Surge una filosofía acrobática que flota en la bandeja de plata del silencio.
 
Los Lakers han ganado otro anillo
pero no estaba Joe Dumars para sancionarlo. A los Ángeles les aburre el basket, no le ven la gracia (de dios),
prefieren el béisbol que es más de poner en órbita, mucho más
Zen. Prefieren un deporte más estætico, más íntimo.
 
Destiny® lanza a canasta desde su tabla de skate –un malabarismo
involuntario; choca con el bordillo de la acera y sale despedida hacia la pista, la bocina arranca con un meeeccc
distorsionado, la vida se nos va en 24’’, sobra para afrontar un poema,
para formarse una intuición acerca de la suerte,
para volver a creer (dentro de lo posible)
y celebrar.



martes, 19 de enero de 2021

cegador

 

Caminar con todo el peso de la ley sobre los hombros. Discurrir el ideograma
de alguien que está pensando el universo. Destiny® pastorea grupos locales y se le pronuncian los hoyuelos,
añade un clúster, diseña grandes atractores y apenas frunce el ceño, el bulto del espacio
apenas crea leves arrugas en su frente.
 
Cuál viene a ser el lastre de la conciencia. Al final será nuestra materia
oscura, el quid de la cuestión, la falsa alarma.
 
Ah, todo es futuro. Hombres que renacen como sombras, vástagos
celestes. La mejor construcción del futuro está en un libro, cada página nueva nos transporta: varados en la página
noventa, en la 200 bulle el porvenir, lo tenemos ¡al alcance de la mano! Esta máquina del tiempo que llevas
en el bolsillo, que puede arder también y puede ser almacenada,
coleccionada, percibida en el aire como un ritmo.
 
Burbujas de jabón sobre nuestras cabezas,
expandiéndose a la velocidad del horizonte, invadiendo otros músculos aéreos. Nuestro milagro
positivo, nuestra luz, nuestra crisálida, el mundo
dividido en escenas bien iluminadas, trazos vívidos. Tanta gravedad
acumulada (y sin embargo existente). El olvido es más real que la memoria –uno siempre conoce lo que olvida.
 
Nos saltamos veinte páginas y enunciamos la sabiduría
absoluta de otro momento fugaz, es como leer el periódico del día siguiente. Sabed que el futuro
se produce hoy, la mente se proyecta hacia la actualidad pero no acaba de sentir la resaca del vértigo.
 
Esa mujer encorvada bajo la carga
nominal de un pensamiento incómodo, ese niño que puede echar a volar, que piensa
con el cuerpo del gorrión, su despreocupado aliento. Pues la muerte es el único instante real, la única
fortaleza de la vida.



domingo, 17 de enero de 2021

en racha

 

Viajar. El cuerpo humano es un itinerario
marcado con cruces, desdibujado. Las aeronaves del silencio modulan su tránsito, los insectos
aclaran su papel, desbrozan la realidad a golpe de columna, golpe de antena, a correazos
metálicos y alas vírgenes.
 
Se extiende y deja de ser tan comprensible, no se entiende por qué
las avenidas cruzan los brazos y se alejan. Vamos por la calle y Destiny® hace un poco el tonto,
birla un par de carteras, canturrea una canción rusa del verano, aprende
a conducir el camión de la basura.
 
Arriba, un pájaro incide en el sol de mediodía, pisamos agujas de pino y agujas
hipodérmicas, bailoteamos el último hit de la navidad; en el cuaderno las líneas se han vuelto a caer
como el ADSL, este fundido en negro parece
universal. Caminar por el barrio es un deporte de alto riesgo, algo está
pasando que no se reconoce, los buitres ceden el paso, las madres salen de paseo, los árboles se han empachado
de azul.
 
Viajar al cuerpo humano envueltos en un parche de nicotina,
organizar un orgasmo. Tenemos el tiempo justo de dar la vuelta y huir, nos queda el espejismo,
basta con un discreto agujero en el tronco, un estornudo de felicidad. Somos
los últimos incomprendidos –Destiny® jura que no nos comprende. Haría falta un diccionario
esporádico, la incorporación de la palabrería exacta.
 
Ya que el texto es pernicioso
y falsable. Un bloque interno con ramificaciones, estatuas que remueven la mirada
(ese movimiento informativo). Visitamos el Amsterdam estatuario; hemos aprendido el idioma
pero no nos acaban de entender, hemos bebido alcohol y la gente se apartaba a nuestro paso, estábamos en vena.
 
Señal de que estábamos en racha, Destiny®. El mundo se ha fugado
esta mañana, la gente deambula procedente del futuro, los aviones toman tierra
como cuerpos calientes. Hay un eco que avanza
de la boca al sagrado corazón.



viernes, 15 de enero de 2021

siglos de especial monotonía

 

Ciudad. El recorrido extenuante, la circunvalación. Destiny®, en un segundo, nosotros
paso a paso, sin diversión, siglo a siglo pasando tres, diez, mil veces frente a la misma mujer rechoncha,
el mismo niño con el pelo sucio, la misma fachada
errática y despeinada, el mismo empedrado (y con idéntico
desconcierto).
 
Aliteraciones inmóviles de los objetos, repeticiones
objetuales y poco objetables (ninguna objeción por nuestra parte); el sospechoso perfil de los tejados,
ventanas sonrosadas caminando por ahí, meticulosas
cortinas, cactus de un solo uso (no como flor).
 
La Ciudad es un clon de Bucarest, una mancha
invasiva, una onomatopeya de la geografía universal, es un mapa en toda regla, el plano de tesoro
pero sin reivindicaciones, sin X ni hoyo introspectivo. Ah, sabemos del hoyo que se excava en una playa
de Nueva Zelanda y llega hasta la península ibérica (Beware of the Bull) eludiendo demoras
administrativas, aduanas y muros fronterizos,
arcos voltaicos.
 
La Ciudad es tan bonita como ¿un espejo? o una taxonomía
civil, es una declaración de invenciones. Una ocurrencia civil. Da para una previsión
holográfica, un prólogo, para una introducción a la misión de las excavadoras, una invitación a la supersimetría.
 
Consideramos la utilidad del alcantarillado, cualquier tipo de túnel, cualquier
horadación perimetrada. Realizamos la topografía y realzamos la autonomía catastral, sus afluentes,
sus perspectivas y sus alteraciones. La línea de los edificios la tira Destiny® a pulso:
ángulos desequilibrados, círculos máximos,
elucubraciones insensatas de la geometría original.
 
Usted está aquí. Marcado en un trapecio contrahecho de lados
hipotéticos. Pero no queda nada, ningún peón avanza en el tablero; ¡oh, tal vez un escarabajo
negro y reluciente revoloteando como un mal gesto que atravesara el rostro pétreo de la soledad!



martes, 12 de enero de 2021

tocado

 

Una columna de Monsu Desiderio sostiene el mundo. Un mundo de atrezo. Cómo representarlo,
cómo representar la derrota incondicional
sino mediante la conmoción moral de la poesía (¿?). Nuestro
púlpito se desmorona
en un maremágnum de signos y serigrafías, una progresión de números
infinitesimales.
 
El universo acaece, es decir, se cae porque ha tropezado dos veces en la misma escena multidisciplinar,
la zancadilla del vacío verdadero, la bolita que oscila, oscilatoria como una manecilla o una cabeza
nuclear. Sobre la columna –o columnata, claustro neorromántico–,
el becerro de oro luce su calcomanía, su rojo visceral y altisonante.
 
Hundidos como la armada española en el cabo Passaro, derribados como Foreman en Zaire. Numerosas
bajas; bajo tierra o bajo las aguas transparentes y sin contaminación
acústica, repletas de delfines y tortugas
gigantes, restos del jurásico y icebergs de pequeño calado. El poema se rebela
contra su pacifismo estructural, quiere sangre en los nudillos –como si quisiera
sangrar por cada nombre común.
 
Hasta el verso es sustantivo, pues tiene puestos los ojos en Emily D., y esa mirada fija
desprende un calor sobrenatural, registra su máximo valor en según qué coordenadas
biográficas; es su naturaleza
claudicante, su vasallaje, epifanía nativa que reaparece como espíritu
célebre.
 
Contamos con dios por aliado, nuestra sacra alianza nos proporciona esta alquimia discordante; perdemos
la guerra con todas las de la ley, arriamos banderas, fundimos
cañones de plomo macizo, inutilizamos nuestras armas antológicas y nos quedamos con la navaja
mellada del pastor. Qué arrebatado sino, la nube glacial que acompaña al sonido de la rendición. Somos
artífices de nuestro fracaso, legisladores infames de nuestra
conmovedora pena capital.



domingo, 10 de enero de 2021

toda esa forma inerte del amor

 

Ahora, el amor. Es el amor. Suerte de sucedáneo de la historia, órgano
impropio, ¿ala de mosca? El amor dice la verdad, cuando miente le sale un sarpullido en la voz,
arde en un infierno plateado. El amor es bello
incluso cuando dice la verdad; su belleza comprime el espacio como un viajero cósmico,
sucede en el aire como un pájaro.
 
Ahora somos (tan) felices. Pon un Ángel a tu mesa: es el destino. Oh, sacamos la vajilla de gres,
las copas de cristal, la cubertería labrada; Destiny® come con apetito y cuando termina un plato lo estampa
contra el suelo con una risotada infantil. Oh, vasos voladores, añicos,
vértigo a cámara lenta. Mas albergamos la esperanza de que su presencia
suponga un salto de calidad en nuestra representación de la belleza, nuestro
acopio de la palabra “amor”.
 
Bajamos por el río en un bote de remos, en la distancia
suena ‘Distance’ y la euforia nos convence, retrae nuestra desgracia. La corriente es como una oruga
sinuosa, un proceso incipiente, mañana será dulce paradero. Hay tanta
belleza en el movimiento, qué hermosura de manos que se abren, de ojos que conectan con la sombra, labios
espirales. Destiny® se esfuerza por no brillar,
lidera un escapismo estacionario, una física quedamente
predecible.
 
Qué próximo el amor, qué cómico, suda como un adolescente, se ruboriza y entona su osadía,
tartamudea un sinfín de palabras ajenas. A todas horas, amanece, llega el crepúsculo,
chisporrotea el alba y el cielo se quiebra en un caleidoscopio de persianas alzadas, bombillas
que revientan, punteros láser dirigidos al ojo triangular de la divinidad.
 
Todo este amor malgastado, tomado en vano, ah, desangelado y arrojado al vacío nocturno,
dirigido hacia la Luna después de un cálculo encomiable, vestido de novia. Todo ese amor arreglado con los trapos
sucios de mamá, descosido y remendado en un taller mecánico. Toda esa
forma enorme de quererse, esos besos colmados de preciosa ignorancia,
volcados en el verso como jarros de olvido.



jueves, 7 de enero de 2021

los mejores ojos de la historia

 

Es una imagen o una diáspora. Ella sobre la placa base del lago, la delgada
plataforma a cuántos grados bajo cero, si a través del hielo pueden verse los peces animados, los peces
asfixiados, la vida que se abre camino con fórceps de cristal, te mira
con ojos de poeta en NY.
 
Componiendo la figura de la soledad, alas
blancas como cálices de nata, la melena tan negra como el tiempo que se tarda
en volver a nacer. La muerte ha diseñado una coreografía que es una organización criminal, acaba
mal, lo pone todo perdido de alma.
 
Destiny® despliega las alas o funda un universo
paralelo –imprescindible para remontar las colinas de Sunset Boulevard–, su cabello avanza encañonado,
sus manos contienen un millón de sueños, su silencio
se aventura en el Arte, emprende la sagrada construcción de la noche.
 
Hay una imagen, es un monasterio, joya dinástica, torres y campanarios, ecos
de bronce, el sonido esférico de la demolición. Bailar por encima de la oscuridad; Ángeles
imprevisibles quemando el asfalto –las rutinas mágicas de la tabla de skate. La belleza
surge entre el aleteo y el éxtasis, el vértigo de una sonrisa
a prueba de tormentas.
 
Rueda la exacta sombra de una pirueta mortal, la sombra de un movimiento
triste: ¡síguela el rastro! Solo existe un espejo hacia la felicidad, la ruta de la espina, noche sembrada de rosas,
calle de casas huérfanas, frontispicios, lagunas y fachadas
inertes. La suerte lleva un as en la manga, pero no es el as de corazones.
 
Se burla de la aurora, arranca flores de la mediana, mariposas del cielo,
es tan hermosa como una ceremonia, como la desintegración elemental de un poema benigno,
voz que resucitara en la memoria, Destiny®.


GDBee

martes, 5 de enero de 2021

descatalogados

 

El poema no significa. Si lo hace es porque existe un error
de concepto, algo pasa, es que está escrito a propósito, con mala idea, es un caso
en caso de accidente, y debe ser reparado.
 
Reparar un poema en el taller de escritura rápida de algún
bon vivant; acentuar su parte física, demoler su perímetro continental, es decir, su contenido, es decir,
la imagen metafísica que tiene de su propia importancia. Trabajamos sobre un poema irreparable
(off the record). Nuestra lectura es irregular, tanteamos como ciegos sobre dicha propulsión de realidades, el orden
súbito de los acontecimientos, las crudas enseñanzas.
 
¡Eh, que tenemos Ángel! Destiny® pertenece a la crew, juega en nuestra
liga, nos proporciona cierto conocimiento insoportable de las situaciones, hace lo que puede de nosotros.
 
Rodamos un spot promocional sin ninguna ambición, aspiramos al aire, respiramos
nostalgia; se trata de la imaginación, la pureza imposible
del lenguaje puesta al servicio del futuro.
 
Lejos de las aspiraciones convencionales y los monumentos a la trascendencia, abogamos por el contenido
cero y el alcance mínimo de los proyectiles literarios, nos quedamos sin estantería, fuera de serie,
fuera de lugar como un payaso en el coro de la iglesia,
como una monja a las doce de la noche.
 
El verso anda por ahí, libre de informar su derrotismo; trata del día de mañana,
por eso se codea con la divinidad, por ejemplo: de tarde en tarde, Destiny® te sopla la respuesta
equivocada (cada libro que leemos lleva su aliento cosido a la solapa).
 
Leer un verso con sentido es una temeridad.
Aquí se sobreentienden, consiguen una furia aristocrática. Sin conflictos con la autoridad,
deslizan a conciencia su ambigüedad inexpresiva por la pista de hielo
del espacio interior. Habitan un mundo compuesto de materia prima,
un mundo jodidamente feliz.



domingo, 3 de enero de 2021

infinito + 1

 

Sobrevivir a la metáfora
mediante una rigurosa afectación, un puntilloso egoísmo
natural. Todo en su lugar, mañanas, por la mañana, noches infalibles. Comidas rápidas
precocinadas en la olla comunitaria con prisa y devoción, el tibio
espacio público de la música arremangándose las horas, jibarizando el pánico.
 
El verso como estrella de neutrones, lóbulo ajardinado, el verso como mainstream, lonja de pescado; ruptura
de la simetría. Aventurarse en la jungla ascética del Arte sin otra guía que el reflejo
pardusco de las alas de un Ángel, seguir su huella andrógina, su apriorismo
nativo, trastabillar borracho de fe, ahíto de licor antipoético. Dando
vueltas al claustro en un triciclo que salta quedamente a través del empedrado; ah, mirar al cielo
desde la aurora máxima emancipadora y descubrir un relieve, un fresco colosal apoyado en el vacío.
 
Nada como los días pares para salir a la vida y conseguir un ascenso,
disolver una reunión no autorizada, ponerse una pajarita
de lunares y sorprender a la máquina del millón. Hemos de romper con la rutina –tan compatible–  
espesa de las necesidades, evangelizaremos los puestos del mercado,
los segundos puestos, las medallas de bronce; nuestra
escritura será el párvulo sinsentido del mesías pasado por la batidora de la sobreactuación.
 
Revivimos el ansia literal, el aspecto más impuro de la naturaleza, lo opuesto al instinto, lo criminal;
damos vueltas en la rueda hamsteriana como personajes trágicos
esperando el bendito momento de dejarnos atrapar por el musculoso brazo de la corrupción.
 
Nuestro verso es frágil como el vidrio soplado sin fuelle, el espejito-espejito de la bruja 
invidente, el rescoldo imaginario de un fuego interior. Pero contiene un mundo a rebosar de ingenio, a reventar
de plantas carnívoras, peces sabios, puertas que se cierran dentro del futuro. Poseemos el don de la insistencia,
porfiamos en la letra minúscula del abecedario
que nos saca del lío, somos una especie en peligro de ficción, un cubo de rubik
hecho de cubos de rubik hechos de… Un agujero negro en la mandíbula de dios.



viernes, 1 de enero de 2021

el juego de ender

 

Ved al tipo del bigote nietzscheano que, sin embargo, rebaña el plato de arroz con secreto
deleite. Una vez has nacido, resuena la vida, cada día
resucitas sin motivo; descubres una fábrica en tu camino y allá que te diriges. Las máquinas
son epítome del compañerismo perfecto. Hay horarios porque la vida
impone una cronología, el tiempo pasa para bien o para mal,
la actitud es irrelevante,
solo el dolor importa.
 
La acera se ha quedado pequeña para tanto cielo;
hemos alquilado un pájaro cantor para que nos acompañe durante la travesía, ahora
mismo está interpretando Kak molody my byli, ya le sale el barítono que lleva
dentro. Volar está sobrevalorado, dice.
 
Aquella muchacha ha cometido un milagro
sin darse importancia: el ciego que vendía el cupón ha sido agraciado con un premio
gordo, sigue sin ver. La belleza obra sus espectáculos, es una esperanza en sí,
ilusiona con serpentinas y bailes, convoca las arcas de Mircea (pero luego se echa para atrás).
 
Solo el tiempo es reconocible; reconocemos la triple corona temporal, los tres
modos del presente (en dos de ellos late la fibra de la inexistencia). Solo la literatura puede
salvarnos. En ella arde la vida más afortunada, se acepta
el sufrimiento; el verso resulta el soporte ideal para la naturaleza, rango propicio para todas las cosas, espacio
abierto para la inopia y la consternación, el juego de ender y el monopoly de la revolución permanente.
 
Algo endeble. Como escrito para alguien demasiado inestable. De una vaguedad
unánime, palabras en tensión, diseminadas a voleo, inseminadas
también de un alegro ma non troppo reiterativo y feliz. Dios ha muerto en la cama como un sátrapa
o un juez, lo dicen los poemas, así lo corrobora
nuestro pájaro enjaulado: todavía no sabemos por qué canta y eso es todo
cuanto necesitamos saber.


Geneva Bowers

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