Emilie, tienes carta del futuro,
dos palabras escritas con cariño,
con la crudeza familiar de un niño
y el candor de un espíritu maduro.
Mi querida Emilie, dos puntos, dice,
espero que estés bien y estés alegre,
por causa de este mal que me bendice.
Aquí se desabrocha Primavera
vestida de amargor e ilesas flores,
apurando la gama de colores
que la irisada nieve le cediera.
Los pájaros que tanto reconoces
respiran el aroma de los prados
sobre tu soledad desperdigados,
solos entre los páramos feroces.
Algunos se detienen y su trino
es una variación de la alegría
que a la dormida lira desafía
lo mismo que desvela al peregrino.
Las fuentes recuperan su cordura,
los pétalos se arrastran por el suelo,
y nada bajo el sol halla consuelo,
nadie se libra de su mano dura.
Sin embargo, mi amor no desfallece,
vuela al loco capricho de la tarde,
cuando toda la luz está que arde
y todo el mundo oscuro resplandece.
Mi amor visita nidos y colmenas,
monasterios de piedra y gesto adusto,
y le asusta saber que no me asusto
aunque el cielo me cargue de cadenas.
Mi querida Emilie, ya se termina,
solo espero que sigas sana y salva,
no como yo, que me despierto al alba
sumido en una sombra vespertina,
pues me destroza este silencio incierto
que retumba en tu verso cierto y libre,
y no sé de otra voz de su calibre
más allá de las voces de los muertos.