miércoles, 28 de septiembre de 2016

otro calvario parecido al sueño de la creación


El parque es una escena con visos de realidad. El poema resbala
doce veces en cada palabra repetida, cada sucia palabra en vano repetida. El DJ pasa bajo el arco con un enorme
magnetofón que suena a todo volumen y el arco de piedra pita como el del aeropuerto,
pero aquí no hay policía de fronteras. Rap hasta que sangren los oídos y las ventanas se cierren
de un golpazo, hasta que bailen los caimanes del ritmo y el ciego rule el joint a la derecha del padre.

Es el amor lo que produce Ansia, un empacho de verdura que no parece tanta primavera, de hierba
que no parece ser Real. Hay verdaderas pastillas para recuperar el control y escribir en forma.
Auténticos cereales químicos.

Maestro –avanza el discípulo, por entrar en materia–, ¿cómo se hace un poeta?
Y el maestro responde: perdiendo el tiempo.
Nada más.

á n g e l

De repente se cierran las ventanas que no hay; al aire, el ruido se muestra reincidente
como una defunción infructuosa. Los niños espolvorean talco sobre el nido,
pero es un polvo que reacciona mal, permite que las máquinas luzcan a todo tren: bravo hip-hop. Antes de la cura milagrosa,
los pies descalzos se sacuden el polvo, que brilla como polvo de ángel y realiza cabriolas
al vacío. La luz se ha colocado en una posición estimulante, directa hacia el espejo, donde más duele el amor.

Se oye la felicidad que llega rizando el rizo por la avenida,
una nube intrusa cuenta 22 aviones hasta echarse a llover, tan integrada en la red social. El agua se muere de sed;
si Lupita viniese con fiebre allá por el fondo, se acercase con un vestido
amarillo poliédrico como variación sensacional, ¿no habría un regalo para ella?

Dios se merece un regalo del hombre, la enfermedad más celosamente combinada, resumen de la peste,
epítome del pensamiento débil: otro Calvario parecido al sueño de la creación.

j o r d a n

Portazo, portazo. La moneda tintinea en la fuente porque desea caer bien. Es de noche y te cierran la puerta;
si de noche te cierran una puerta y te ves en el fango literal, doméstico, apocada de frío y de tiniebla. Si la comida
se enfría y entonces los besos se comunican en su dialecto distante y no se dejan fingir.
Caricia. Se ha visto al poeta por ahí, perdiendo el tiempo sin escribir un verso,
dejándose caer por las laderas, bajando cuestas empinadas,
disminuyendo.

Las bases se mueven por debajo del silencio; Gris tiene que oírlo (así que se le mueven las patas en silencio). El humo
interviene como suele, es deseable. La versión del director
incluye un ave maría mascullado a capela por una banda del suburbio que truca el juego de Shai, el propio
arte de la poesía. El arte es uno, y hay que encontrar
tiempo para él. ¡Oye, que algunos lo encuentran! Un regalo de cumpleaños; y es como un año de color azul.

domingo, 25 de septiembre de 2016

repetir el amor


Tarea de escribir, iluminar el fuego, soñar con una voz que se adelanta. El poema
se congestiona y no para, no pasa por la tubería, hinchado como un globo terráqueo, se atranca en una arteria,
arma un trombo peligroso, hace un trompo en la curva del ventrículo derecho, se come la femoral
de un arrebato. Aburrido hasta el tuétano felibre, ese meollo desierto del que deserta toda
perfección formal, donde vuelan las plumas y los petrodólares. La repetición hastía, es una náusea que asciende
su palidez por la garganta, firma todas y cada una de las letras, se arremanga para componer
una figura disecada, se las compone para filtrar una estampa gélida del tiempo.

Hace un monumento a ras de otoño, que es la verdad vestida de blanco en cualquier caso, la sobredosis
detenida en el reloj del abuelo, bombeando sangre con la jeringa clavada en el cráter (jugándote la vida). Conviene
dejar paso a ese montón de sarro y carromatos que huyen de la sequía o la floración
desatada en el campo. Tanto da. El campo se conmueve solo, no necesita primaveras de encargo,
ni estribaciones ni perros rabiosos esprintando a la caza de una sombra espacial.

Escribir un poema es casi como darse un paseo por el campo. Cuando dices que la inmensidad silvestre, el universo
monta un campo de exterminio muy ingenioso, su gas es la basura cósmica y produce arcadas de amor.
El verso ha mutado en corto, se ha mutilado del verbo para abajo, ha sufrido un ahorcamiento con una cadena
de signos de puntuación mal ventilados. Se repite tanto que dobla la esquina y choca consigo
mismo: un golpe de narices. La poetisa célebre no termina de leer ni la primera estrofa,
tan farragosa y culpable, plebeya y desmedida. El poeta lo mira por encima del hombre, no halla
tampoco un alma compatible, una frecuencia dócil y obsecuente.

La disciplina es el milagro. Hay un proceso deductivo subyacente a la crítica y la escritura (que vienen a ser
bases de una misma receta). La obediencia escala situaciones delicadas con afán transalpino, se las ve
para frotar la lámpara, sacarle brillo a los botines del artista, colgar el cuadro de la pared del estudio. El milagro
consiste en no plegarse o dar un brinco alternativo. Multiplicar por tres y promoverse,
desarmado pero en absoluto contrito, diverso y elegante.

Estamos con la heroína que espera en su descapotable con su manera de ser. Va peinada con un arma corta,
sus labios desdicen el vestido que lleva, devoran la mirada del mundo alrededor, su piel hace campaña
contra la autoridad y sus monsergas, la soledad y sus contrariedades. En medio del gueto hay una frontera
que divide la suerte entre dos corazones, entre mala y peor. Los versos suenan por la megafonía
depende de la hora de la tarde; de noche el revuelo de otro escándalo suprime el tedio, la contienda
se extiende como una santa inundación, un pringue de pintura roja derramado sobre cada palabra en vano repetida.





miércoles, 21 de septiembre de 2016

memoria de una idea genial


Subes al gueto y dios te deja en ridículo (dice Marlon James). Subes al cielo y haces el ridículo
entre angelotes y pedazos de nube de algodón. Es una feria el cielo,
payasos y la mujer barbuda, un tipo forzudo que lleva las de perder,
una pareja de elefantes.

Estás detenido. Las avenidas no son para hacer deporte; si lo haces
has de pasar el control antidrogas. Dice Marlon James (es una idea) que el hombre que trae las armas al gueto
hace sombras contra el muro de Berlín (en todas las ciudades
hay un muro de Berlín). Correr es el secreto. Hasta descalzo
se vive más rápido cuando las balas silban como pájaros sin nido.

En el gueto se dan la flor de Gnido y sus variantes: amapolas, ramas de kif;
grueso jardín sin solución de continuidad, o selva. Cuadras y panteones. El tiempo de la cosecha
llega con sangre. Cada primavera enrojece el aire, el polen
busca cigarrillos en ascuas.

Ayer la policía se dio a la fuga. El sudor acariciaba la nuca de los héroes
culpables, todos con su herramienta, el hierro salvador. Una mochila a la espalda cargada de inocencia,
tantos pasos de baile y el hop sudando su gota sostenida hasta hacerse hombre de una vez.

Dios tiene su responsabilidad, es un Jack Nicholson encaramado a su arena
olímpica, bien dotado. Todos sienten un miedo infame, que agarrota y desbarra; beben cerveza pero
están tan asustados que no les sabe bien, fuman para evocar el olvido
y situarse siquiera en un borrón de la historia.

Oh, la realidad ha tocado fondo: era su plan. Ya no duelen los golpes,
son golpes de suerte, en realidad. El humo triplica la tasa de silencio de los edificios en ruinas,
pisos a la intemperie ocupados por almas en peligro de ficción. La hechicera le ha chillado al parque: ¡gentrifícate!,
el ángel ha construido una palabra vuestra con enorme sacrificio, la princesa
se mira en el espejo como quien mira de reojo al sol (finalmente, la montaña ha parido un cupcake).

Las chicas van desacelerando, van despareciendo
también. La banda suena después de tanto tiempo y la multitud ha desparecido también. Es una idea,
dios se ha desvanecido como una mala vibración. La vida ocurre
en una oscuridad reconfortante.




domingo, 18 de septiembre de 2016

temporada de caza


Hoy, un caudal de violencia soterrada, larvada o labrada sobre la piedra. Rocas
que son escombros, columnas que son vigas maestras arrasadas por un tiempo mejor. De las vigas se colgaban los hombres
tras perder el trabajo, el reloj de su padre, la esperanza. Ved: una chica morena que perdió su trabajo,
el reloj de su padre, la esperanza, y no buscaba un tiempo mejor,
no buscaba el amor sino el espacio, una casa común.

La noche repuebla estrellas con tenebrosa eficacia, dicta gratificaciones a la sombra
marchita que oculta su rostro en el desagüe. Alguien siempre al acecho,
incómodo, domesticado por los bates de béisbol y las balas, orgulloso de su espíritu y su marca. Se necesita
un milagro. Sea una acción disparatada, un beso con la mano izquierda; esta
temporada de caza,
y las trampas que vienen con el rostro cubierto como parches de jazz.

Perlas suicidas y un hombre en el puente, una mujer desnuda;
hay un hombre desnudo sobre el puente, quieto como un espantapájaros, saltando al vacío desde su propia voz.

Ya no pasean, sofocantes, los amigos, las novias. Solo se reproducen
carreras y sorpresas, escalofríos cuerpo a tierra, el color de la sangre rebotando en el esmalte del cielo retador,
encharcando voluntades. Arrastrarse es una forma de hacer camino, aunque te pisen. Los chicos se esfuerzan
por el rescoldo de la música, esa calle cortada a cuchillo, sienten el roce de la melodía rota del suburbio, fingen
curiosidad por la materia misma de la rendición.

Ah, todos revolucionarios. Hechos al prodigio, devotos de la casa de socorro. Vamos al convento,
el monasterio que mantiene selladas sus cancelas, sus frutales en onda, campos
sin arder sembrados de misericordia.

El amor ha progresado también, no ha sido prohibido ni descansa, simplemente
ha muerto de grandeza. Las chicas ya no disparan contra él. Ha dado un vuelco el firmamento; ahora vota por el astro
equivocado, un planeta corrupto que gira alrededor de la verdad. Pues nadie es feliz en medio
de este tiroteo clandestino que no te deja salir a respirar; la sed duerme en los labios del mundo
y el aire se llena de nostalgia, como de sangre nueva que ya no busca un tiempo
mejor, que solo busca el silencio de una fosa común.




viernes, 16 de septiembre de 2016

interior y gigante


No es por el salto a la fama, la gran pantalla. El escenario jadea,
el jaleo ofrece un bis. Jordan es una estrella del rap que sueña con un parque interior y gigante donde todo sucede,
tienen lugar el reconocimiento y la barbarie. Es cómico
pero el sueño se basa en un poema recurrente, espiritual
como un vacío glorioso, la nada puesta negro sobre blanco, en sus términos,
líneas rojas timbradas de silencio.

Estamos la hechicera, el ángel, la princesa y YO –dice Jordan en la consulta de su psicoterapeuta (el poeta
es un cadáver que no habla casi nunca del amor).

Esto es una primicia, declaraciones exclusivas en un aparte
del festival; Jordan aparece con un vestuario decisivo, sus piernas brotan como lápices amargos, son hermosas. Dicho así
no tiene sentido pero el poema no se compadece. Para escribir,
barbitúricos y alcohol en exiguas prescripciones, algo menos atemorizante
que la heroína con todo su séquito de fracaso perdiéndose por las venas del recuerdo, escociendo en las venas
sucias de una realidad a la medida de la peor gran literatura.

El sueño duele por sí mismo, se acentúa,
áspero e irrechazable; en un descapotable acuden los pioneros (su charla con un deje cerrado)
desde el paraíso, uno de ellos se parece a un dios obeso y terminal; su música
ensordece un rato la secuencia, paraliza la gracia.

Jordan mece una novela en su regazo, esto realza
su belleza elocuente. Su alma acaba de bajarse del tren y ya parlotea con los pájaros;
en el parque la posibilidad de un reto, la posibilidad de un ritmo.
Y bailar sin que nadie te vea, sin que nadie consienta, oiga el repiqueteo de los remaches de acero en el jardín.

La rosa ha metido la cabeza en el sueño sin dejar de brillar, ahora
acapara la entrevista envuelta en una soledad mejor que nada. Arde la pantalla grande por un roto
de aspecto natural; qué rostro se refleja y anuncia un tesoro de luz. La felicidad atruena durante un capítulo
y se evapora entre ramas de sombra y malas fotografías de una capital abandonada.



miércoles, 14 de septiembre de 2016

jordan se codea con cierta arquitectura espacial


Deambular y encontrar la biblioteca. Algo no calcinado, baldas repletas,
aliento para las habladurías. Así que el poema reverdece, crece entre líneas paralelas, se muestra
inédito, no parpadea. La firmeza del verso es proporcional a su ocultación,
cuanto más oculto más firme en sus contriciones. Rácano o arcano.

La colección incluye: Banks, Bunker, Gaddis y Echenoz. Entre otros. Jordan
tiene tiempo para todos: no parpadea. Lee a sacudidas, luego como una estatua deferente, su ingratitud
es proverbial, su contoneo, mental, no existe movimiento como ese,
relativo a cierta propiedad del espacio, bucles que se comunican pero no mantienen la continuidad deseable, ni siquiera
en el tiempo. Es decir, se lee por impulso, a cada verbo. Echenoz
procede de una seriedad sin mácula, tan contenido, demasiado imperfecto para serlo:
no mezcla las palabras, apenas se decide por una historia feliz y ya ha creado un nuevo error
extraordinario. Aún no se ha echado a perder. Bunker, Banks, entre otros,
asfaltan el camino hacia Donnie Ray y su estereotipo bastardo,
su poema incólume, la liviandad de su parte descriptiva, esa ciudad incongruente de la infancia,
con sus drogas de diseño, su infantilismo contumaz, su matemática liosa.

Vamos a ver por debajo de las faldas, miremos por debajo del nivel de la pobreza. Jordan cree en Los Ángeles,
por eso tiene uno en la cabecera de su cama (pájaros en la cabeza), uno de madera basta,
con pinta de dinosaurio, alas de dragón. Y ahora resulta que el ángel es de una belleza
turbadora, posee un estilo tremendo, formidable resorte; lleva deportivas y una sudadera dos tallas mayor.
Es un pequeño dios –con su pequeño flow– que desaparece o se toma unas cervezas, las multiplica,
echa sangre como un surtidor, alta de espuma. Y se bebe el pasado a sorbos ciegos.

Esto ya se desertiza, hay bronca. La novelas ocultan su arma blanca, no disparan contra el argumento oficial. Pasan
autos derrotistas, carbonizados del calor, descapotables cubiertos de oscuridad que contaminan de noche
las conciencias. La música recuerda a Roth dejándose caer como una bola de fuego sobre el Hudson,
su teatro corrupto, pura escuela, la Yeshiva y el Kaddish. No hablaremos de aquellos
que riman con velocidad absurda sus revelaciones,
dominan el ritmo con monosilábico esfuerzo, se agregan a la tradición
borrachos de poesía, profetas de la hierba, anodinos como látigos en el silencio del bosque,
pértigas para asaltar la rosa que dormita.

Jordan cree, crea, anula términos asiduos, enteras conversaciones entre iguales, se diferencia,
se determina. Es toda determinación y énfasis; consume el vértigo de Albertine, la ferocidad de Nadie (¡qué bien escribe!).
El poema remonta su espalda como un cachorro leal,
hace deporte entre sus muslos. Mañana dios dirá. El arte es un proyecto ajeno a la existencia.




domingo, 11 de septiembre de 2016

akua


Todavía falta una maga para rematar el poema. Su nombre es conocido
(lo que ya implica una invención de mérito considerable). Casi todos los nombres empiezan por el principio
y esto es notorio, una noción insuperable también. Quiere decirse una verdad. La magia complementa
el milagro y lo dota de equilibrio, le resta tradición.

La maga desafía a dios con su maqueta y su manera de recorrer sin descanso, de celebrar
hasta el fondo, deprisa como un ventilador. Su hechicería ha sido exiliada a lo largo de la historia, desterrada
a lo largo de una autopista de memoria
reconstruida.

Qué bonita. Ni siquiera fuma. Con Jordan y todas las demás.
El poeta la copia y la retrata nada fielmente, con aquellos defectos informales que es necesario
reproducir; al final es una suma de infinitos términos que, sin embargo,
ocupa solo un folio por una cara a doble espacio.

En el doble del tiempo permitido, la rima se rebela y reacciona como un general acorralado (semejante estrategia bipolar).
Sus dones son reabsorbidos y deletreados desde la ventriloquía al mesianismo,
con suerte a través del altavoz (ahora que el micrófono ha caído de la altura suficiente) que domina el mercado.

El poema termina de fraguarse por sí mismo: pues ha llovido
y el viento hace estragos en el cabello del ángel. Ellas forman una escuadra pintada en la pared,
soñada por Rothko, Whitman y un caballo de Lorca.  
Si tratase del amor sería un alto anfiteatro del eco alhambreado de torres;
el compendio de las mayores miserias retransmitidas en directo hacia la posteridad y la búsqueda de inteligencia
extraterrestre que jamás hubiera logrado propagarse por el mundo.
Lo máximo.

Sería un poema presidente de los estados unidos, con su familia presidencial, su mala yerba.
Sus trajes de quinientos dólares y sus trajes a la medida del endecasílabo sublime.

Ella lo puede casi todo, casi al completo puede: dar un puñetazo con la fuerza de quince mastodontes,
lanzar un beso al aire con el garbo de quince mariposas. Se catapulta y el ángel la codicia,
y la princesa suda en su renglón de oro; Jordan frota su lámpara como una cenicienta feminista,
sabe que el cielo se abrirá de cuajo –siempre le sale bien. Incluso cree haber visto a la nieve rebotar contra el agua interminable.





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