Atardeciendo, puede, o
puede que muriendo,
quién sabe qué designio
tras el ocaso impera,
cuando la luna pone su
pálido remiendo
al tenebroso velo de la
noche postrera.
Tal vez volando bajo,
acaso descendiendo
quién sabe a qué miseria
venidera,
a qué nuevo silencio de
potencial tremendo,
a qué abismo completo,
qué escalera.
Más que posiblemente,
haciendo caso omiso
de las oscuridades y sus
grados,
y de sus diferencias
sutiles de voltaje.
Anocheciendo, puede, o
puede, si es preciso,
que muriendo de frente,
por los cuatro costados,
quién sabe con qué suerte
de coraje.
--
Vino a caer el gris de
las alturas,
en procesión de nubes
colosales,
sobre las turbias
cuencas minerales
de mis ojos, dejándolos
a oscuras.
¡Qué grata vacuidad en
las texturas!
¡Qué claridad de sombras
espectrales!,
reducidos los amplios
ventanales
a un mosaico de negras
hendiduras.
Cegados al imán de la
belleza,
desterrados por siempre
en el vacío,
secos de luz, ajenos al
deseo...
¡Cuánto favor del
cielo!, ¡qué proeza
singular del celaje, qué
tronío
de las brumas llegadas
del Leteo!
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Si escribo,
sólo escribo para ella,
¡y con tanta
metáfora inexacta...!
Mi pluma la
describe, se retracta
y vuelve a
concebirla, algo más bella.
Si dejo de
escribir, dejo mi huella
en el
silencio, nítida y compacta,
¡estela de
mi verso autodidacta!,
fugaz cometa
en torno de su estrella.
Porque sin
ella giro en el vacío
-¡ah, su
caudal de material sombrío!-
y vivo sin
ventura ni esperanza.
Porque sin
ella estoy con los ausentes
y escribo
versos a regañadientes
en el
espacio que su luz no alcanza.
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Apagada, perpetua, poderosa,
así, la soledad que me derrumba.
Ningún verso final, ninguna prosa,
ningún otro silencio así retumba.
¡En qué líneas de fuego me desglosa
e, impúdica, permite que sucumba!
(así se debe estar en una fosa,
así debe yacerse en una tumba).
Indefinidamente enmudecida
la música selecta de las cumbres,
sigilados los vientos pendulares.
¡Qué solo como en una despedida!,
entre las irredentas muchedumbres
y en medio de los círculos polares.
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Ancho me viene el día,
ancho de atardeceres,
más ancho de trabajos y
de complejidades,
me cae ancho de sombras
para saber quién eres
-y estrecho de perfectas
soledades-.
Para saber quién soy
-para saber quién quieres
que sea-, anchas me
vienen mentiras y verdades;
me caen anchos los días
con sus aconteceres
y con la soledad que les
añades.
¡Ancho como ancho el
mundo en su extensión completa!
¡Amplio como amplio el
cielo en su discreto espacio!
Cerrado como todos los
cerrojos.
Ancha me viene al alba
su familiar silueta.
Tan dado a oscurecerse y
en cambio tan reacio
a ensombrecer el brillo
de tus ojos.