domingo, 24 de marzo de 2013

gueto


No hay alambradas de tres metros de altura, ni fosos profundos:
la barrera es mental.

El aire huele a cloroformo y tiene alguna cualidad específicamente débil,
posee transparencia elemental de bajo rango y afecta a los sentidos
que se desconectan de la realidad mediática, de lo que existe.

Las cámaras captan una sombra extraterrestre que se divide
en una colección de logradas tinieblas afectadas por enfermedades
infecciosas. Los corazones laten asincrónicos, no líricos, se auscultan
sus preciosos ventrículos dorados con el genio imprevisto
de la maquinación.

Pues aquí no funcionan los motores legales,
todas las causas son causas perdidas para los buenos abogados.
            Este es un terreno abonado para los jueces de la horca,
            pero la policía duda y no se atreve a respirar el odio,
            no entra al juego oscuro de los abandonados callejones,
            se detiene justo al borde del precipicio.

Los chicos de la zona se entretienen con el tráfico.
Los perros callejeros dificultan el tránsito.
Y siempre pasa un coche a todo volumen
que no deja que se oigan los gritos, los disparos y las risas

sábado, 23 de marzo de 2013

actitud


Y cómo se estremece. La música divide un territorio,
las firmas exaltan la propiedad del callejero. Hasta aquí hemos llegado.
Lo juramos: no pasarán la frontera invisible, sus pretenciosas nike
no hollarán el asfalto a este lado del río seco.

La nueva reina
critica con elegancia y funda una misión de artistas.
La nueva reina se estremece cuando el humo asciende a su corona;
habla deprisa, calla y mastica sus planes de expansión.
Masticando el hip-hop, planifica la conquista de los bloques idénticos,
orquesta la ocupación del parque más lejano, lanza un perro peligroso
contra sus enemigos sin flow.

Y qué guapa se merece
reclamándose en todos los espejos con ese amor tan íntegro,
con el amor primero, distinto, con ese lúdico amor diferencial
que tanto la distingue. Su ropa. Su vestido del todo. Su desnudez
tatuada y multicultural, boyante, inmarcesible.
Porque ella -que se sabe el diccionario- sabe lo que significa un cuerpo,
tiene una mente para capturar espacios... y sabe cantar.

Canta, y su canción es alta de nombre estrella, elevada y potente,
ascendente como una escalera de piedra, como un gráfico bursátil
en época de crisis (moral). Planta sus reales propósitos, traza
su línea discontinua y, de pronto, parece que está rodando un Dogville
de cuidado. Y cómo se estremece en el momento estático del baile,
al momento de su consagración, rodeada de bailarines excéntricos
y público arrogante. Su nota es un sobresaliente, un alfabeto
sinfónico, su do-re-mi-fa-sol es un arte a gran escala,
la concatenación del nervio, la fusión preferida por el arpa,
la manera más digna del luminoso piano -en qué manos felices-.
Ella, la reina, abrazada a su piel alternativamente rosa,
a su ébano febril y su coraza andrógina, disputándole al sol
el cetro mismo de la primavera, el centro de la calle,
la crema vertical de la avenida,
el lugar más al sur de la (puta) ciudad.





sonetos (VII)


Atardeciendo, puede, o puede que muriendo,
quién sabe qué designio tras el ocaso impera,
cuando la luna pone su pálido remiendo
al tenebroso velo de la noche postrera.

Tal vez volando bajo, acaso descendiendo
quién sabe a qué miseria venidera,
a qué nuevo silencio de potencial tremendo,
a qué abismo completo, qué escalera.

Más que posiblemente, haciendo caso omiso
de las oscuridades y sus grados,
y de sus diferencias sutiles de voltaje.

Anocheciendo, puede, o puede, si es preciso,
que muriendo de frente, por los cuatro costados,
quién sabe con qué suerte de coraje.

--

Vino a caer el gris de las alturas,
en procesión de nubes colosales,
sobre las turbias cuencas minerales
de mis ojos, dejándolos a oscuras.

¡Qué grata vacuidad en las texturas!
¡Qué claridad de sombras espectrales!,
reducidos los amplios ventanales
a un mosaico de negras hendiduras.

Cegados al imán de la belleza,
desterrados por siempre en el vacío,
secos de luz, ajenos al deseo...

¡Cuánto favor del cielo!, ¡qué proeza
singular del celaje, qué tronío
de las brumas llegadas del Leteo!

---

Si escribo, sólo escribo para ella,
¡y con tanta metáfora inexacta...!
Mi pluma la describe, se retracta
y vuelve a concebirla, algo más bella.

Si dejo de escribir, dejo mi huella
en el silencio, nítida y compacta,
¡estela de mi verso autodidacta!,
fugaz cometa en torno de su estrella.

Porque sin ella giro en el vacío
-¡ah, su caudal de material sombrío!-
y vivo sin ventura ni esperanza.

Porque sin ella estoy con los ausentes
y escribo versos a regañadientes
en el espacio que su luz no alcanza.

---

Apagada, perpetua, poderosa,
así, la soledad que me derrumba.
Ningún verso final, ninguna prosa,
ningún otro silencio así retumba.

¡En qué líneas de fuego me desglosa
e, impúdica, permite que sucumba!
(así se debe estar en una fosa,
así debe yacerse en una tumba).

Indefinidamente enmudecida
la música selecta de las cumbres,
sigilados los vientos pendulares.

¡Qué solo como en una despedida!,
entre las irredentas muchedumbres
y en medio de los círculos polares.

---

Ancho me viene el día, ancho de atardeceres,
más ancho de trabajos y de complejidades,
me cae ancho de sombras para saber quién eres
-y estrecho de perfectas soledades-.

Para saber quién soy -para saber quién quieres
que sea-, anchas me vienen mentiras y verdades;
me caen anchos los días con sus aconteceres
y con la soledad que les añades.

¡Ancho como ancho el mundo en su extensión completa!
¡Amplio como amplio el cielo en su discreto espacio!
Cerrado como todos los cerrojos.

Ancha me viene al alba su familiar silueta.
Tan dado a oscurecerse y en cambio tan reacio
a ensombrecer el brillo de tus ojos.

martes, 19 de marzo de 2013

con el son (la historia más hermosa jamás pensada)


Lo nunca visto. A su manera de caminar despacio;
si de puntillas venía con un metro en la punta de la lengua.
La canción caminaba a su lado y sus pasitos cortos
doblaban una esquina con la mirada puesta en el después,
a la vuelta, en una sucesión de incertidumbres y sorpresas mayúsculas.

Lo nunca visto. Sus zapatillas de correr a mares, de bailar
con los lisiados arbolitos y sus hojas, de leer en sus hojas la historia
más hermosa jamás pensada, el balanceo de una gloriosa existencia.
¡Ah!, pero apegada a la tierra, levitando sin bajar las escaleras
o al subir al monte que tiene la ciudad en mente (y no existe tampoco).

La canción y su base de melocotón y almendras, su básica melodía
abierta en canal para todos los oyentes, para toda la familia,
desde el gato al canario, del abuelo a la madre paradójica.

La niña que creció en un santiamén y se puso a caminar con el son,
que comenzaba a predicar el soul sumida en una ráfaga de funk.

Letras al borde de la desintegración, rimas que se autodestruirán.
Palabras no violentas que cruzan calles desiertas a las tres de la mañana,
esqueletos que menean sus huesos al ritmo.

La niña con su azúcar y su estrofa que no se recalienta
por más que ruede y aunque se motorice y llegue a su destino en la sombra.
Vertiginosos pensamientos, bocas ávidas machacando el rap en español
(o en inglés africano y retumbante, sólido y nada sofisticado).

Una chica morena caminando y alimentando sueños, de paseo por el recién
estrenado parque, en el barrio y fuera del barrio, al límite del buen gusto
que marca la estación de policía con su bandera rígida.

En silencio: así, en un deslizamiento, con un sereno movimiento subversivo.
Cantando.






domingo, 17 de marzo de 2013

como siempre


Tiembla un poco la casa limpia,
como si estuviera cerca de las vías del tren o del ruido intenso
del aeropuerto; se estremece, pequeña -pulcra para sus pies descalzos,
alados y sin puntos débiles-, tirita, agotada de inviernos, y estira su antigua
chimenea, su robusto cuello, buscando hebras de luz, calor de hogar.

La fiebre entra en la casa del espejo. En la pared, el orgulloso óvalo tiene
la suerte de reflejar la vida ajetreada de una hermosa muchacha,
su aceitunado rostro, sus manos hechas de chocolate y fresa, sus ojos vírgenes.
Cuando el aliento se congela, ella enciende la estufa
y la casa da un respingo, vibra enloquecida, cierra las ventanas mejor que antes,
se enjaula, se retrae, contrae sus músculos de acero, tensa sus vigas maestras,
tose un sarpullido de hormigón armado.

Ella brinca y de un salto pone el pie en el techo, golpea los cristales sin estruendo,
danza una pobreza permanente, y su vestido
parece entonces confeccionado con alfileres de oro, que no existe modelo
en este mundo para llevarlo con mayor proyección y agrado, con más estilo.
Digamos que la ropa hace juego con el verso de la casa, el verbo de la casa,
comprensible y honesto, pero alambicado y también sincero, aunque complejo,
diseñado para el arte de la supervivencia.

Saliendo del extraño edificio, a la derecha obra un compás de espera,
una penosa falta de seguridad. La chica gira hacia la izquierda -como siempre-
y da la espalda con gracia a su vivienda ajena.
Un dorado fulgor acompaña su registro diario. A la primera hora,
cuántas palomas saludan su paseo histórico (y los jilgueros avanzan
sus especiales trinos). Ella procede a enamorar al mundo. A su paso, se abre
un panal de corazones. Y todo brilla a la distancia exacta que prospera en sus ojos.





sábado, 16 de marzo de 2013

sonetos (VI)


Mi tiempo es un tahúr que se aventura
en una interminable mala racha,
es un nombre de pila que se tacha
con una cruz sobre una sepultura.

Mi vida es una muerte prematura,
digamos que una muerte vivaracha,
un viejo profesor que se emborracha
y olvida su mejor asignatura.

El tiempo me produce tal espanto
que al vuelo de su flecha me adelanto
en alas de mi trágico destino.

La sombra del futuro es mi presente
y no hay alba furiosa que la ahuyente
bajo este cielo raso que adivino.

---

Resoplan, del invierno, las perchas abrigadas,
hace un calor de estufa, corporal, pegajoso,
recapacita el aire con un gemido acuoso
capturado en los quicios de las puertas cerradas.

Timoneles celestes surcan abigarradas
rutas convencionales, se inaugura el reposo
de las bóvedas truncas y un volumen ocioso
transita la marea de curvas delicadas.

La indiferencia nace de la temperatura.
En el descanso, un roce -sensual- entre electrones
y núcleos en proceso de lento aprendizaje.

Redimensiona el cielo su clemencia futura.
Nieva, y la nieve es blanca (horizonte en funciones
de cometa ligero). La luz sabe a paisaje.

---

A causa de mis cálidos deseos,
exiliado me veo en toda Francia,
funesta, apoteósica distancia
forjada en eslabones maniqueos.

Tus ojos son dos montes Pirineos
en gélida misión de vigilancia,
tu boca una facción de intolerancia,
oscura como vino de Burdeos.

Por gracia de mi anhelo desbordante,
sufro en mi propia ínsula de Elba
este trato tan frío y denigrante,

pues no encuentro mirada que me absuelva,
otra ley que la injusta de la selva,
ni boca que la voz no me levante.

---

Nieve igual a la nieve del anterior invierno
-partes iguales, sombras de parecida horma-,
resbaladizo puente sobre el pasado eterno,
hueco de ojos azules de movediza forma.

Entre los blandos copos, la remembranza interno
de aquel amable gesto, aquella pura norma,
santo y seña que fuera de tu mejor gobierno,
emblema de mi drástico conato de reforma.

Dormido en los laureles de la desesperanza
-ya sin respiración el aire-, sin aliento,
el beso protestante de tus labios felices.

El tiempo es un alud que se nos abalanza
desde el fondo del alma, ¡es un desprendimiento!
La vida sólo un sueño que deja cicatrices.

---

Quién pudiera ser agua, transparente
cascada mineral o sombra clara,
o drusa sideral que reflejara
la luz de la materia incandescente.

Quién fuera sorda lluvia, entre la gente,
filtrándose desnuda. Quién volara
-sólo azul sobre azul, silueta avara-,
raudal de incertidumbre, forma ausente.

Quién silencio lunar, aroma etéreo,
líquida huella en el callado entorno,
gota de calma, fórmula sensible.

Y quién ínfimo tramo del aéreo
crepitar, corazón menor, adorno
del vacío local. Ser invisible.

jueves, 14 de marzo de 2013

por fin, la mirada de un hombre tranquilo


Su mirada se ajustaba a la ley que permite la vida, no a la que expide
salvoconductos sellados con murallas de odio. Era la mirada de un hombre,
por fin, el signo fehaciente de la humanidad, ajeno a toda intención
de codicia, desprovisto de intereses bastardos o legítimos,
una mirada inocente. Por fin, la mirada de un hombre sin patria
que, sin embargo, conoce la tragedia perpetua de su historia,
un claro de luna en cada retina, el abrazo que pasa rozando la piel
y se detiene a unos milímetros del calor, la mano que muestra su palma
encallecida, trabajadora y resistente, ¡ah!, el simple brazo del obrero,
aquel que no rechaza el contacto del sudor, su lealtad brillante,
su esfuerzo concienzudo y constructivo, la fortaleza que edifica una mirada
limpia en su ingenuidad increíble, en su romántica belleza y más
allá del atlas primordial de la hermosura.

Su mirada era un sinfín, un camino violeta, una senda profunda y desterrada
que conducía, serenamente, al particular espacio de los árboles
o a su interior alzado en mariposas, serio e infinito, rindiendo aire
en llamaradas alegres, solicitando aire para la creación del teorema,
del mito. Era, mirando, un dios algo cobarde de sí mismo, de los que no exigen
altas oraciones y ni siquiera evalúan el peso de las almas.

Ella sintió el cariño instantáneo, el oleaje, el tacto irrepetible de su aliento profético
y respiró aliviada, y suspiró confusa ante semejante declaración de afecto,
ante ese recital de buenos modales, esa educación antigua,
y recordó la luna del espejo, aquella de su casa, en su habitación cerrada,
aquella luna que siempre devolvía un rayo de esperanza,
que desataba el reflejo de una sonrisa frente a las primeras lágrimas vertidas
con el nuevo día y trasladaba a los labios la brillantez insólita de las tinieblas,
la sombra deletreada por una boca armada de finísimas perlas.

¡Oh!, y se descubrió verificando el tedio familiar, caliente y pegajoso,
tan insípido y a la vez tan valiente, válido, insustituible, insuperable
en su baldío atuendo comercial, su gratuidad reñida con el oficio urgente
del ubicuo funcionario de prisiones, su establecimiento amable.
Pues la mirada de aquel hombre tranquilo, como una lengua -y no de fuego- recorría
su ancha y prematura frente, humedeciendo la carne templada y vigorosa,
resaltando los pómulos con la ambición debida a su tierno esplendor,
desanudando la magnitud global de las mejillas con lentitud ascética
y asimismo vigilante, vibrando como un instrumento lírico al ritmo contagioso de su acento.

Pero se dio la vuelta y ya escondía la risa maravillosa que le caía muy amplia
desde los propios ojos -en vano destinados al llanto-, y un poco respondía a su impulso
gracioso retratándose amena, dispuesta a la victoria
y enseguida, por cierto, acostumbrada al triunfo. Fue así que celebró la eucaristía,
mientras su voluntario espectador se concentraba a un paso de ballet
del breve mecanismo de su talle.

sábado, 9 de marzo de 2013

fraternidad


Querida hermana, tú que saliste del rastro inverso de la noche
dando un paso decisivo hacia la soledad -¡qué paso nuestro!-,
que revolviste en los baúles del tiempo hasta sacar un pañuelo
rojo para ceñirlo a tu cuello desabrigado y triste, suficiente,
armado de perlas sometidas al brillo de un callejón sin salida,
debes saber, ahora, cuando aún (nos) queda un segundo para el verso,
cuando todavía lucen sus mejores galas los sabios consejos
del cielo estrellado y las cigüeñas vuelan bajo cargadas con preciosos
tesoros, debes saber ahora, tú, querida hermana, tú que creaste
una patria de espejos donde solo había un libro desgastado
e iniciaste un formidable canto en el lugar favorito del silencio,
debes saber, ¡atiende!, hermana devota y libre, tú que inventaste
un idioma redondo para llamar a las palabras por su nombre,
una lengua en paralelo a la seda que te viste y te desnuda tan despacio
que resbalan los ojos por tus caderas alejadas del cuerpo
y tus brazos parecen lágrimas que caen como el ocaso perfecto,
debes saber que hoy, cuando aún el aire se resiste a morir de apatía
en los labios del sueño y los besos más dulces resucitan en calma,
cuando aún queda un instante para el verso que resuena limpio
hasta los techos cansados, que rodea y oprime los altivos palacios
y no termina de suceder en ninguna página escrita con ternura,
has de saber, hermana nuestra, tú que santificas los días
aleteando las peligrosas pestañas que desafían a los cuatro vientos,
t
ú
que prometiste una suave caricia a cada uno de los príncipes del cuento
y caminaste erguida sobre las aguas turbulentas como si fueras
la pareja del siglo desfilando descalza por una pasarela luminosa,
con tus piernas de mármol restallando -látigos en el suelo impredecible-
y los ojos de fuego apoderándose de la realidad sin un atisbo de compasión
o miedo, debes saber, tú, querida hermana, que alguien, en la sombra,
alguien que te conoce pero no te mira, que te prefiere pero no te elige,
que piensa en ti con la ilusión cercana de los niños que tiemblan
y te desea con el justo egoísmo de los que no esperan la luz del paraíso,
te ama tanto que ya no siente el corazón dentro del pecho porque siente el amor,
te ama tanto que ya no siente nada porque siente el amor.





martes, 5 de marzo de 2013

haciendo nubes


Vino la lluvia suelta a través de una corteza mínima de escamas.
El agua voló saboreando el aire, violando su alígera pureza,
su alada pretensión, su universal bautismo, esa confianza seca
y trabajada en su fortaleza grave, en la fuerza rotunda de su alado descenso.
El hombre sintió la primera gota fresca en la frente sudorosa y avisó a su familia;
los pequeños, descalzos, iniciaron un baile descoordinado,
un poco lúgubre, un poco abierto a la miseria, que dejaba caer
pedazos imponentes de basura sobre la tierra caduca del estío.
Las mujeres, sin embargo, recogieron sus cuerpos como si fueran ropa
recién lavada y pronunciaron un leve escalofrío en la tibieza
casi romántica del sueño. Todos encendieron blancos cigarrillos y levantaron
cúpulas de humo hacia el enfurecido cielo. Los niños fumaban a paso de gigante,
haciendo rechinar los dientes, apenas si formados en su núcleo,
y los perros se acercaban al entorno caótico del campamento
con las fauces goteando sangre y los ojos vacíos de color.
La lluvia trajo un espacio de paulatino cambio, un horizonte
azul de cordilleras acabadas en cumbres de una blancura tenaz,
la múltiple ladera nevada y solitaria, entregada a las águilas
y conectada al instinto nómada que dirige las manadas hambrientas
hacia cualquier lugar donde caerse muerto no sea una solución de compromiso
sino una liberación auténtica y tan pura como la propia vida,
una vida sumida en la nostalgia. Llovía el firmamento sin mesura,
se derramaba el agua rápida y feliz en su momento, su pletórico instante,
fija en la añoranza de su fértil historia, recolectando hierba a manotazos.
Olía a transparencia, el ambiente era tímido y hasta el suelo se comportaba
de manera plausible, educada, exhibiendo su desierta tarjeta de baile.
La rosa, inevitable y carismática, sacrificaba una pizca de su tono
en el húmedo altar que ascendía a saltos mortales desde la superficie.
Callaban los artistas ante semejante desorden, protegiendo su entropía misma,
diseccionando su acrobático sentido del deber, con lápices en las manos
(que algunos insensatos llamarían plumas), todos excepcionales ad nauseam,
petimetres incluso en el lavabo, incluso en la floristería. Callaban su oficio
de decir que llueve, cuando los niños chicos se abrazaban calados
hasta los huesos débiles y jugaban a pisar los charcos caracoleando
sus cabellos negros. Solamente una hermosa doncella tropezando en su río,
en la sencilla claridad del agua, una bella persona de ojos pues haciendo nubes,
ojos en la primera laguna al fin del mapa, solamente una reina perseguida,
una reina alejada de su imperio, tenía la palabra, tomaba la palabra
para decir lo que llovía aquella tarde que estaba lloviendo y caía la lluvia tan nueva,
vertical y más líquida, tan vaporosa como una fúnebre cortina entre dos mundos. 

lunes, 4 de marzo de 2013

cataclismo


Tras un estimulante cataclismo, floreció la virtud.
Cientos de arlequines abarrotaron los parques
reclamando el estatus del bufón con estilo,
sin campanillas deprimentes ni ofensivas bolas,
serios, convertidas sus ordinarias caras en fases
sin encuentro posible con la belleza sufrida
de los huérfanos, ni siquiera con el hondo pesar
de los prudentes. Largas colas de cuadriculados seres
con gorro frigio y lengua viperina, festonearon
las aceras más impías de la ciudad asediada. Sus gritos,
que apenas se escuchaban en el centro real de la urbe,
resonaban con los decibelios justos, sin alcanzar
la potencia mínima que conduce al pretencioso eco.
En las catacumbas, mientras, una canción variaba de sentido,
ilusionaba a los pequeños y traía arrestos al común
de los mortales a base de melodía unitaria, de armonía
sincera, de anarquía vocal. Los cafés también rebosaban
de actividad flagrante, hecha a la turbia medida de los príncipes
aquellos (que no tenían nada que perder); llenos los mostradores,
los pasillos hervían y las mesas brillaban a través del vino derramado,
bailaban en la onda deslizando una imagen corporativa y moderna.
La gente -qué tipo de gente- disertaba a todas horas sus
inquietas soflamas o agitaba falsos estandartes
para sentirse bien con su codicia de una cierta manera impersonal.
Otros pedían limosna como quien pide la mano blanca
de una virgen con la cara inocente de Alicia,
fruncido en sombras su delicado ceño. Los pájaros
besaban la huella aérea de la nieve increada del otoño,
no caída, no derramada, intacta, verificada por un Stradivarius
con las cuerdas pendientes de un hilo dorado.
La ciudad se movía como un bosque secreto, renqueante,
ignorando el cuidadoso llanto de los árboles en llamas
que recordaban su pasado melancólico con un susurro gris
de sus ligeras ramas transmutadas en púrpura ceniza,
tronchadas, desgajadas, arrebatadas a la gloria
divididas en séquitos humildes por un enorme cuadro de Picasso.


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