División
de opiniones. Gris se inclina hacia la izquierda (ha olfateado un ángel). El
camino
se
bifurca en dos brazos de mar, dos lagos
helados,
dos pasillos contrapuestos en la Casa de Hojas. El poema, sin embargo, avanza
con la rectitud de una paloma,
devora
acantilados, a vista de pájaro, desentraña su forma.
La
poesía siempre se subleva, alza su bandera
(re)publicana.
Sucede que a Gris le
gustan/no le gustan los ángeles, los poetas, las mañanas
de
alquitrán. Jordan ha confeccionado una lista de cosas que detestan:
las mañanas de alquitrán
la poesía después de media tarde
las noches sin cuartel
Pero el
ángel camuflado ronda el cielo, oculta sus huellas con un aleteo indescriptible,
obra una
permuta de su apariencia celestial. Ahora desciende para confirmar el milagro;
¡no!, apenas roza a la muchacha
con un
ala moderna (precitada en una escena trágica de la inmadurez) que es casi como un
muslo
(solo
que no pesa).
El
parque ha reverdecido su literatura de buenas a primeras, la voz de Jordan es
un artefacto cultural de insana magnitud;
duele
tanto incendio controlado, páginas dobladas, arracimadas en capítulos,
trilogías
hechas al abrigo de los desposeídos. Parece que la biblioteca ha culminado su
propósito; y el poeta
se
mueve entre dos puntos de luz como un deportista de élite.
Disculpen
al pequeño ángel de belleza infame, su rostro corrupto, espejo de dios y otros
matorrales.
La
belleza del ángel es como decir que llueve
sin
mirar al cielo, sin sentir el agua goteando deprisa ni escuchar el chisporroteo
de la fuente: es como mentir el sol,
como
mentirse (entretanto, la muchacha ha levantado un dedo a la altura de los ojos
y ha concedido
su mensaje).
La
gente se cansa de leer. No lee. Prefiere ver a los jóvenes que saltan a la
comba,
manosean
el asfalto, se reúnen en cuartetos para el soul, en parejas para matar el
hambre. Las aves –su complot– tampoco ayudan,
con
esos escarceos y ese afán de penumbra;
si al
final el camino es una alfombra y las estrellas, árboles de fuego.