Supongamos
que el nombre de Dios fuese Simpson
(La suerte de Omensetter, William H.
Gass)
Es Simpson. Menuda predicción. Y el Ángel lo ha
corroborado
(esa sabihondilla). Supongamos que el nombre de Dios
fuese
un nombre inventado, fortuito, buscado en el santoral por
una madre sin tiempo que perder.
¡Que fuese el nombre del abuelo Simpson!
Resulta que los nombres cambian, se estiran, trazan
un recorrido vital, llevan la carga abrumadora del amor.
El poema sabe cómo se llaman las estrellas, pero no suele
chivarse porque
se debe a la síntesis y la sinceridad; cualquier nombre
de una estrella es mentira, será
mentira hoy, es falso ahora, ¡siempre! Una estrella varía
de espesura, deforma su protocolo estelar, su devenir
galáctico, su peso; una estrella se pone a dieta y acaba ocupando
un espacio minúsculo,
su cintura de avispa (es la operación neutrón).
Destiny® reconoce su pensamiento entre las diferentes
vías, escudriña la salsa picante de su pasmo filosófico,
se las ingenia para
identificar la idea, el concepto impoluto, la llave
maestra que abrirá el monasterio y la jaula del pájaro. De ahí,
extrae, sonsaca el origen, te vende una parcelita en la
urbanización del Paraíso.
Es Simpson, ¡qué velocidad! Qué autonomía;
un dibujo animado instalándose en la mejor galería del
Hermitage, en los sótanos del Prado,
dando la bienvenida a los aldeanos a la pirámide del
Louvre.
Ahora, ¡vamos a corromperlo! Hagamos que se trastabille,
que dé pasos en falso hacia el precipicio de la
renunciación y el abandono. Dios mío, como un animal abandonado,
vaya suerte la suya. Propietario de una finca en el
Averno, hectáreas de fuego
ignominioso, oh, escaleras de lava y un cielo pixelado de
olvido.
Ahora su rúbrica corrupta
exonera al mundo de toda responsabilidad, no vale nada,
es un as en la manga, un chemtrail que esparce su verano por los siglos.
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