Es una
bola rápida.
Un
error muy común que se produce es el de considerar la acción
como si
fuera, así como si fuera el caso de tomarse la parte, que es el acto,
el
hecho fehaciente, por el todo. Y se toma la humedad y el tacto positivo,
la
caricia, por el concepto romántico, el concepto del libro, la noción,
la idea
milagrosa, y se adopta la física con la intención de tantear
el
pensamiento, se asume que en la realización se encuentra
la
esencia, en el arrebato se halla el núcleo, lo óptimo y más sano,
se
yerra de raíz al añadir el contacto a la ecuación amorosa.
Es un
grillo que canta y no se ve, el grillo que interpreta su papel
con el
esmero (el arte) de la estrella invitada.
Otro
error tan corriente, otro fallo evidente y muy molesto
está en
creer, con la creencia absurda de los seres religiosos
capaces
de hacer sus necesidades en cualquier templo,
que es
posible tenerlo en la punta de la lengua como si se tratase
de una
frase elegida, una frase inteligente o célebre o prestada, una cita
famosa
de Henry James, si hace al caso, o de algún clásico más clásico,
un
proverbio romano, por ejemplo,
el
proverbio que todo latino que se precie está en condiciones
de
lanzar al viento, que todo español conoce y en cuyas enseñanzas
todo
español porfía con ahínco y furia española (el proverbio de moda, que decía:
Fiat justitia, ruat caelum; que significa:
Hágase justicia aunque se caiga el cielo).
Es un
pájaro térmico.
Este
que no canta, se aprisiona, que le ha salido en la garganta un pólipo,
sueña
con la jaula y su columpio, con el alpiste como maná caído de la altura,
maná
que brota, volandero, intermitente. Es un pájaro que vuela
desde
su nido acorazado (de corazón) hasta su recipiente, receptor,
hasta
que alguien o algo se interpone en su trayectoria y lo captura,
lo
enchirona, lo agarra por los pelos de una sombra eléctrica.
Puede
dibujarse con colores de pluma tan brillantes como billetes de curso legal.
Es un
ramo (no de rosas).
Pertenece
a la naturaleza desde su naturaleza resbaladiza y etérea,
no puntúa en el ranking de las apariciones, se
provee de náusea
para su
fin de carrera, es emocionante, emocional, emoticón,
tiende
a la magia pues proviene de una hechicería a través de los siglos,
de una
alquimia constructora y podadora de metales preciosos,
viene
de una colisión estelar, de una cegadora explosión cósmica.
No le
pregunten a la rosa, no sabe y no contesta y es muy llevadera esa respuesta,
lo que
se ha de decir y nada más que eso. Hay otro desatino muy manido
que
relaciona la fragancia con la suavidad, incluso que establece
relación
entre la delicadeza del cáliz y la proximidad a que remite el afecto,
la
cordialidad mimosa y entregada y el recto devenir del tallo independiente;
pues
nada más lejos de la intención, tierna intención, de la ética entrañable,
que la
estética roma de los pétalos caídos en desgracia, la variable
inclinación
de las flores más graciosas al ostentoso podio y el retablo.
Diremos
que, más allá de la convicción popular, inveterado dogma,
a gran
distancia del santo credo que profesan los más felices de entre los enamorados,
aquellos
que deslizan sus manos bajo algodones de magia
y no
contemplan otra idealización diferente a la que inspira el triste imaginario
de sus
padres vestidos de domingo para la ocasión previa a todas la bodas,
la
realidad advierte de que no es cierta la suposición antigua, hace señales
de
humo, suelta cuervos mensajeros e introduce mensajes dentro de las botellas
para
que los océanos actúen como heraldos de la verdad,
no es
cierto ni palpable que su lugar de reposo sea el mismo desde el que luego
ejecuta
el
último y preciso acercamiento, más al contrario, su lugar de reposo,
su
postura, es la de un consecutivo asombro, una emoción.
Es
distinto a la luz de una farola que a la puerta de la fábrica.
No es
lo mismo a la entrada del parque, junto al enrejado,
que a
la vera de la fuente escondida entre los olmos, adonde hay que saber ir
sin dar
más vueltas y hay que conocer el camino. No es igual a las diez de la mañana
que a
las doce de la noche, cuando la luna dicta su mareante rebeldía,
su
promiscua lección y exige un copioso sacrificio a los amantes coruscos,
una
renuncia a los niños perdidos, arropados al calor de sus párvulos camastros,
a los
hombres perdidos en la tapa de un libro,
las
mujeres que sonríen y simplemente logran dulces muecas de nostalgia.
Habremos
de admitir que su sitio es la piel del corazón:
la
pista concluyente, la línea de salida es la del pobre corazón.
Aceptaremos
que, una vez ha abandonado su pedestal de sangre, una vez ha olvidado
la
circulación más rápida y segura, una vez la vida ha pasado a cuchillo su
energía,
cercenado
su cuello vaporoso y sutil, cuando se ha evaporado su certeza
y el
águila ha vuelto a vigilar el hueco de su ausencia, cuando sabios y expertos
han jurado
ya en falso por su gran enciclopedia que comienza su ascenso y su aventura,
que se
inicia la juerga y la ambrosía se derrama manchando los manteles
y las
manos ociosas, entonces, es cuando en verdad desaparece,
deserta
y se comporta igual que una partícula indecisa
en
busca de la pérfida ranura complaciente,
su
tálamo de luz, altar de su egoísmo y su estatura, es entonces
que
desiste y ya no persevera ni actúa, ni medita su próxima imprudencia.
Y es un
lirio mohoso.
Campesino
y crujiente. O en la frescura sólida de la mina que no distingue
estaciones
ni sufre el rigor gris de la tormenta. En la sublimación
de la
gruta inexplorada que despeja la confusión existente entre la intimidad
y el
muestreo estadístico; por esquinas más que por rectas avenidas ,
arriba
más que abajo, en el décimo piso mejor que en el primero,
en prosa
con mayor vértigo que en verso destemplado, en verso agónico,
verso
estúpido y medido en su metro fugitivo tan metropolitano.