sábado, 25 de julio de 2015

‪#‎SayHerName‬


No están los ángeles de luto. No existen tanto.
La biblia no prepara para esto. En la iglesia se escucha que hay amor. Con sus coordenadas
terrenales. El amor es un fracaso rotundo; cuánto sentimiento se retrae,
tira la toalla. Mejor no decir nada, no hablar de ello y dejar que sucumba, caiga por su propio peso ,
por la talla escrupulosa de sus besos aherrojados.

El amor solo existe cuando falta, cuando falla algún mando en su cabina. Yerra la voz, calla la luz. En la oscuridad,
las caricias son parte de una forma sin reflejo. Los espejos ocultan su afán corporativo
durante las noches más recalcitrantes, manejan un listado de paciencia,
sobreviven al odio. Venimos de una nube donde no se distingue
a dos palmos, donde la distancia es una cruz fallida, el paisaje, un fondo de armario; éramos eternos como niños,
sabíamos renacer entre la niebla, cómo llegar tarde a un cumpleaños.

Cazadores de destinos. La muerte ha desembarcado su problema, ha dejado caer un piano sobre el dedo meñique de la fe
arruinando su virtud, un piano, un hacha de guerra, una roca del tamaño de una casa común.
Los muertos se han quejado (amargamente).

La cuestión no es estar muerto, sino morirse. De qué. No es lo mismo, la noticia está en el modo, la casuística,
la serenidad del asesino. Ha ocurrido un accidente. La tierra tiembla, se derrumban
edificios, campanarios, matan gente, se abren simas nauseabundas de las que surgen seres encubiertos,
policías con pistolas eléctricas y placas herrumbrosas. Rompe el tsunami
y el agua bendita se desplaza a la velocidad del planeta con docilidad cinematográfica.
La realidad es fotogénica solo cuando niega el holocausto.

Se burla de todos, el amor. Los ángeles visten túnicas a flor de piel, prendas unisex,
discurren algoritmos desnatados, destensados, que no sirven para poner en marcha la máquina del tiempo.
En otra dimensión, pero en este mundo, unos seres ingratos que no se reconocen a simple vista
manchan la reputación de la materia, farfullan un idioma universal.

En Texas, Sandra Bland ha muerto porque es la tradición.
Era joven y hermosa, alta y orgullosa de su voz, libre como un sueño inalcanzable. Ella, sobre la hierba, sometía al imperio,
construía una imagen poética. Ahora y para siempre el enemigo es un ángel vestido de azul. 



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