Estajanovismo
literario, producción en serie B. Érase un poeta que hacía publicidad de
fuagrás
y tenía
sus ahorros invertidos en bonos del tesoro: ese anarquista. Un poeta jovial.
Amanece
en la Editorial, la centralita echa humo, berrean los auriculares. Por ahí está
ese mundo que no ven
los
agentes, ese mundo donde el cielo brilla a sacudidas
y el sol
puede tocarse con las manos.
Ella
viste su hábito porque no hay tiempo alrededor. El tiempo es tan extraño que
traslada periodos latentes,
imágenes.
Confusión temporal lo llaman. Sin poetas en la plaza mayor,
nadie
emborronando servilletas en las cafeterías, nadie con libretas cuadriculadas
protagonizando ignoradas decepciones,
injuriando
a la literatura con máximas y sobriedades. Tan sin adjetivos
que es
indescriptible; allí el poeta en casa, castigado sin cesar.
Música
por todos lados, a todas horas música elevada,
derivada
de algún río salvaje en plena naturaleza Walden, música salvaje para la oración
o el primer verso,
el
primer beso. Jessie musitando ¡hey!
de aquella manera prolongada, oh, sonriendo también
un poco
fuera de contexto. Los labios de la música
como en
un sueño de Alicia. Dromedarios y tractores soviéticos bien engrasados en su
melodía: chica encuentra chico,
chico
encuentra tractor y obtiene la medalla del trabajo. Tampoco comparecen los
campesinos independientes de Mo Yan,
ni
siquiera los hombres de James Agee, duros hasta el centro de la tierra. La
madera arde,
los
niños se levantan y buscan algo nuevo que romper.
Ella
viste su hábito. No hay dios. Jesús se ha manifestado en un vaso de ginebra
fría,
tal vez fuese el dulce alcohol, su metonimia. Por aquí la editorial cerró sus
puertas después del milagro.
Tenía
deudas de miles de millones solo con ella. El arte se había condensado en un
tomo y medio
de vigor
expresivo tal que las monedas expandían su luz vivificante al calor de las
frases
terminadas
y las páginas ya ni se molestaban en disimular su emolumento,
el
monumento que eran al progreso deportivo de la historia.
Así que
los teletipos se desertizan en plena epopeya del calor, el cristal líquido perece,
los móviles
inmovilizan
a sus portadores ¡sin cobertura! (solo para el ángel y su séquito,
el ángel
y su estudio corporativo, arquitectos del lenguaje). Luego, ella fríe un verso
en la sartén
y el
mundo se conjura, el cielo vuelve a su ser de piedra,
se reúne,
y el poema depende de qué tono se lleve esta temporada sin futuro.
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