Un edificio vacío. Vacío o rehabilitado.
Un edificio exyonqui. El edificio habitado por familias de última generación.
La casa vacía. La casa de putas. La casa del amor.
El caserón con cuatro paredones
y cuatro esquinas de reputación intachable.
Viven aquí, acomodadamente. No está vacío.
Aquí se crían. Y, por la noche, duermen.
Las palomas que a veces son gárgolas vigilando en el tejado neoyorquino.
La lluvia que a ojos ciegas multiplica sus plantas.
La casa blanca fue una pequeña dirección general de seguridad,
un manicomio en permanente estado de revista,
el cielo enladrillado del infierno
(¿no hay belleza en la súplica,
majestad en toda humillación?).
Sudor contrarrevolucionario,
sangre de infinitos colores rojos;
y aquél chasquido garrafal del hueso.
No contiene millones de alaridos. Está vacío.
Aquí pernoctan irreprochables trabajadores.
Viven niños y perros en demencial jauría.
Un edificio moderno, sin memoria histórica ni terrores nocturnos,
ocupado por hombres y mujeres de negocios.
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