Jordan quiere despertar en un sueño despoblado, opaco,
rodeada de otro sueño
vertical en un sentido muerto, sueño en caída libre,
dos metros bajo el odio. Lejos de la gente que todo lo
designa y todo lo descifra: hasta los sueños, hasta el Amor.
Hay un criptógrafo empedernido que nada sabe, resguardado
en su comuna. Lucha, indaga, desbroza
la literatura de imágenes capciosas, libera el verbo de
su roma servidumbre. Lee como un rabino que mira de reojo
hacia la eternidad y más aún, hacia el principio del
tiempo. Jordan entiende la letra de la musa,
traduce sus momentos, interpreta el ansia y se muestra
risueña y decidida. Ha completado su educación, conoce
las cenizas de la biblioteca pública,
la génesis de los anuncios publicitarios que jalonan la
autopista.
Ahora solo resta esperar a que el parque decida el
siguiente movimiento de su naturaleza: ¿será la lluvia? Llueve
demasiado entonces; será que llueve demasiado y no hace
el frío suficiente, las parejas
ocultan su cariño tras un arco de violencia. El Capitolio
arde de luz suicida, un espasmo lunar entre los ojos del puente.
Ella con su ramo y su pasión; una bomba de afecto
retardado que ya quiere subir,
asciende a la manera de los mártires, sabe disgregar el
rango místico, su ritmo elaborado, de la verborrea
incendiaria y los poemas de lunes por la tarde. El verso
cubre millas
de teatro, alza telones híbridos y anula el peregrinaje
devoto de los sabios. Con su acento. Su aliento
traficante, derrotado por líquido, demacrado como un
púgil del montón.
Bajo el odio, clama el amor su osadía y su calma. Es un
alma deportiva que se nutre de informes reservados,
delaciones, cautela. El alma colectiva de la mayor parte
del estadio
en un estado crónico, monotemático, el espíritu en armas,
más rápido que una exhalación sin equipaje;
fuera del conducto, harto de boca. Un episodio de
cansancio acusado,
como de andar por el campo a dentelladas, de pronto
aparecido y tan ajeno a la mecánica del pueblo
(y a su genealogía).
Cabe soñar con una superficie intacta rodeada de cielo,
vertical
en un sentido exacto; una declaración del paraíso en
directo desde el parque universal, donde el silencio
impone su eternidad al mundo y nada existe, ni siquiera
una promo de la realidad.
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