Si yendo por la Avenida se te aparece el fantasma de
Tamir Rice
con su pistola de juguete, no te asustes,
no dispara a matar. El caso y el caos; a través del polvo
y las curvas cerradas, las rectas del midwest
y del farwest. El caso es que el polvo impide ver la
extraordinaria
holgura de la realidad.
dinastías etéreas, príncipes sin principado, un cuadro
tras una cuadrícula en un cuarto
estirado de palacio; hay que pasar bajo un millar de arcos
triunfales, bajo un filón de nubes astilladas,
una multitud de estrellas adolescentes. Y te topas con el
famoso
asesinato de Sharon Tate, con un bombardeo, observas cómo
el dron de combate
afina la puntería y descerraja el poema número 16.
imperiales; es la actualidad que contraataca, golpea con
puño noticioso, con su célebre
martillo iconoclasta. Hay un letrero gótico cercano,
básico-carpintero, que dice que no hay
farmacia, que no hay zapatería, que no existe un
restaurante de comida rápida,
dice que la escuela está cerrada y que Tamir no puede
matricularse más.
velocidad por la autopista, que te persigue el coche de
los cops con las nuevas sirenas
deportivas, es que has robado una parte de la miseria que
te pertenece, o simplemente que te acercas al cielo,
huyes de la lejanía, que le has dado la espalda al
horizonte y Sandra Bland te mira desde su atalaya
infructuosa, desde el lugar exacto donde fue visto dios
por vez primera.
como si le hubieran puesto la vacuna de la gripe. Resulta
que la foto fija del espacio es la siguiente:
un niño asesinado. El efecto retroactivo, el globo que se
eleva, la pistola que escupe agua
potable, el tirachinas biológico. Hay un libro entero
que conduce a la misma conclusión; es un libro de
historia, un libro antiguo,
de aquel tiempo en que el mundo terminaba en una carretera
sin salida.
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