Perspectiva interior vs. perspectiva. La ciudad
firma una lámina tras otra, reproducciones en giclée
autografiadas por los constructores
del caos (gente casera que arregla los desagües y va con
un destornillador en la mano).
la frialdad familiar; nadie es mejor. Somos sacos de
partículas, cerebros de Boltzmann
surgidos del azar y la fatiga. La naturaleza
se repite, sórdida y vocacional.
aprenderás un nombre, si lo lees. Leer dibuja un bello
escenario, arremeter contra la página
con la vista puesta en el peligro, leer en alto, que se
oiga en el palacio de invierno, que se vean las cesuras
animadas por el humo.
sensibles que dibujan curvas y rompientes donde una sombra
espera
lista para la ideación del milagro, para la consecución.
Ah, la ciudad
es tan grande que no alcanzan las nubes para abrazar su
radio, ni la lluvia
desliza su delicado beso sobre todas las torres, ni es
capaz el viento huracanado de acicalar la infinidad
rosada de sus pájaros.
distraída, lo corean los niños (y alguno se lo lleva a la
boca). Entre el barro y la altura del quinto piso
hay un hervidero de pasajes poco transitados.
anterior, sobre la tierna cúspide de la insatisfacción
y miran por encima del hombro. Ella sube después por la
escalera tocada con una visera de los Lakers,
a tiempo de fichar por una multinacional extraterrestre; ella,
que atesora el don, que posee
el tiro exterior de la memoria y el ágil nerviosismo del
olvido.
Guillermo Pérez Villalta |
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